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La ‘Safo’ de Christina Rosenvinge no convence

La entrega risueña de todo el elenco es lo más destacado de esta puesta en escena extravertida, colorista y efectista de Marta Pazos, que no hace honor a la intimidad ni a la energía sutil de la lírica sáfica

Una escena de 'Safo', en el Festival de Teatro de Mérida, con Christina Rosenvinge en el centro.Foto: JERO MORALES | Vídeo: EPV
Javier Vallejo

Los seguidores de Christina Rosenvinge están de enhorabuena: los productores de Safo le han confeccionado a la cantautora madrileña un concierto dramatizado a su medida. María Folguera, coautora del espectáculo musical estrenado esta semana en el Festival de Teatro Clásico de Mérida, entrelaza los versos de la poetisa de Mitilene musicalizados por Rosenvinge con una serie de escenas corales, soliloquios y dúos en los cuales la protagonista habla de sus anhelos, dialoga con sus amadas e ironiza sobre la versión que de su vida ofreció Ovidio. Marta Pazos, autora de la puesta en escena, ha trenzado un montaje colorista, en el que la iluminación solar de Nuno Meira y el vestuario de Pier Paolo Álvaro hablan a veces más alto que el texto.

Aunque Pazos, Folguera y Rosenvinge persigan el rastro de la protagonista a través de los doscientos versos suyos que nos han llegado (de los diez mil que al parecer escribió), en su espectáculo la figura y la esencia de la obra de Safo se nos escapan como arena entre los dedos. En parte porque la estética kitsch de la puesta en escena es una ola que se lleva por delante las sutilezas eróticas de las estrofas sáficas, llenas de imágenes en las que el sexo femenino, la soledad, los astros, la conciencia de la muerte y la belleza de la amada se entrelazan por la cintura en una danza de ensueño. En esta función acabada a seis manos se menciona la metáfora de los pétalos de rosa entreabiertos y se habla sobre la añoranza de los amaneceres compartidos pero lo que se ve es una sucesión de cuadros vivientes inspirados en la iconografía edulcorada que los pintores prerrafaelitas tejieron en torno a la legendaria figura de la primera poetisa de la Grecia arcaica. El fantasioso retrato que Charles Mengin hizo muy a su antojo de la autora del Himno a Afrodita, es recreado en escena mediante un desnudo bellísimo de la joven bailarina Lucía Bocanegra, que opaca el desnudo de la modelo decimonónica. Y el vestuario y la caracterización de Rosenvinge y de parte de su coro de discípulas, admiradoras y deudas está inspirado en buena medida en el que visten las protagonistas del lienzo Safo y Erina en un jardín de Mitilene, pintado en 1864 por el británico Simeon Solomon.

Es un montaje entretenido, moderadamente didáctico, un tanto solemne en ocasiones y siempre epidérmico

Tanto en lo escénico como en lo musical, el espectáculo está en la antípoda de las búsquedas radicales (es decir, directas a la raíz ritual del teatro) que en épocas anteriores del Festival de Mérida hicieron en sus recreaciones de lo griego dionisíaco Theodoros Terzopoulos, director de la compañía Attis de Atenas, y la directora puertollanense Rosa García Rodero. Pazos entrevera su puesta en escena con un sinfín de desnudos femeninos, a cual más hermoso, que en casi ninguna ocasión son tratados con la intimidad, el recogimiento y la sutileza que emanan de la lírica sáfica. No es culpa de las actrices, que se entregan risueñas todas ellas al juego que les ha sido propuesto, sino del contexto en que se las pone: la Afrodita a la que Safo invoca (interpretada vigorosamente por María Pizarro) sale de una bañera como Virna Lisi sale de una tarta de cumpleaños en la película Cómo matar a la propia esposa.

Aún a un texto narrativo como el que interpreta, la actriz pamplonica Natalia Huarte es capaz de imprimirle modulaciones íntimas. A ella sobre todo, pero también a María Pizarro, les toca en suerte llevar gallardamente el peso del relato con el que se intenta estructurar este espectáculo confeccionado con canciones, imágenes recicladas y efectos estroboscópicos recurrentes. El éxito de La canción de boda, interpretada coralmente, celebrada por el público y repetida por todo el elenco durante la rueda de prensa posterior al estreno, debería hacer reflexionar al triunvirato de autoras respecto a lo desaprovechado que está el potencial que las siete músicas, actrices, bailarinas y acompañantes de Rosenvinge tienen como coreutas, en el sentido que se le imprime a esta figura en la tragedia griega.

Por la estructura que le ha dado Folguera al ensamblaje de poemas originales, canciones y textos propios, Safo podría haber sido un poema dramático o un oratorio profano, pero se queda en tierra de nadie. Es un montaje entretenido, moderadamente didáctico, un tanto solemne en ocasiones y epidérmico siempre, por la mucha piel joven que se muestra y por lo ligero que pasa por el tema propuesto. En el estreno, el público ocupó poco más o menos un tercio del aforo, hecho desacostumbrado en un festival volcado en agradar al espectador medio.

‘Safo’. Texto: María Folguera. Dirección: Marta Pazos. Dirección musical: Christina Rosenvinge. Mérida. Hasta el 10 de julio. Barcelona, del 14 al 24 de julio. Sagunto, 20 de agosto.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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