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TRONO DE JUEGOS
Columna
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Nintendo retrasa el nuevo ‘Zelda’ y el mundo llora

Más que en el cine o la literatura, los retrasos y cancelaciones en el mundo de los videojuegos son constantes

Una de las imágenes mostradas de la secuela de 'Breath of the wild'.
Una de las imágenes mostradas de la secuela de 'Breath of the wild'.
Jorge Morla

Tenía que pasar y pasó. El pasado martes Nintendo anunció el retraso de la secuela de The Legend of Zelda: Breath of the Wild hasta la primavera de 2023. Se trata de uno de los juegos más esperados de los últimos años, en parte porque los Zelda siempre lo son, en parte porque Breath of the Wild es considerado por muchos como el mejor videojuego de la historia. Razones no les faltan.

El caso es que lo de ser uno de los juegos más esperados “de los últimos años” en este caso es más literal de lo esperable: no es la primera vez que el juego, anunciado en 2019, se retrasa, y teniendo en cuenta que el original (que vendió unos 24 millones de copias) salió en el ya lejano 2017, el anuncio ha sentado mal a los millones de seguidores de la saga en todo el mundo.

Con las películas es algo infrecuente, y eso que acabamos de ver un caso sintomático con la última película de la factoría Marvel: Morbius. La película vampírica protagonizada por Jared Leto iba a salir durante los primeros compases de la pandemia, pero a los problemas creados por el covid en sí sumaba el hecho de que los poderes del protagonista estaban directamente sacados de los murciélagos, y los animales causantes de la crisis de Wuhan no eran precisamente un reclamo en taquilla. Pero vampiros aparte, lo cierto es que en el cine es más raro ver cómo se cambia la fecha de estreno (o se cancela) de una película cuando ya está fijada. Sin embargo, en los videojuegos esto es el pan nuestro de cada día.

Existen obras que languidecen durante años sin ser canceladas de forma oficial (Beyond Good and Evil 2), juegos que generan una gran expectación —en el argot, hype— y que luego son cancelados de la noche a la mañana (Scalebound, Fez II, Silent Hills) o juegos que se van posponiendo durante años y años, como Final Fantasy XV (salió en 2016 tras 10 años de desarrollo), Diablo III (salió en 2012 tras 11 años) o Duke Nukem Forever (que apareció en 2011 tras 15 años). Otro ejemplo de desarrollo infinito (9 años) es The Last Guardian, del legendario Fumito Ueda, que fue anunciado para Play Station 3 y que finalmente salió para Play Station 4 en 2016. Porque esa es otra: el prestigio acumulado por Ueda en Play Station 2 con su imprescindible Shadow of the Colossus (2005) seguro que ayudó a vender muchas unidades de esa consola para la que finalmente no salió. Ejemplos así hay muchos y algún malpensado podría creer que las grandes multinacionales (cotizadas en bolsa) que están detrás de estos grandes lanzamientos avivan la llama de la ilusión (y de las ventas) siguiendo una estrategia similar a la de cierta prensa deportiva con el futbol: decenas de rumores y anuncios de fichajes que muchas veces no se llegan a concretar. En fin, la rueda debe seguir girando.

La princesa Zelda, en otra de las imágenes mostradas de la ansiada secuela.
La princesa Zelda, en otra de las imágenes mostradas de la ansiada secuela.

Al final, está claro que agradeceremos el retraso. El juego saldrá mejor, más pulido, más sólido. El desarrollo de software es impredecible y a veces surgen problemas muy difíciles de solventar. La producción de videojuegos, además, no es tan concreta (ni tan glamurosa) como en el cine: es un terreno mucho menos transitado, engrasado y refinado. Pero este retraso molesta especialmente por venir de la compañía que fue capaz de hacer en poco más de un año The Legend of Zelda: Majora’s Mask (2000) tras el aclamadísimo The Legend of Zelda: Ocarina of Time (1998). Misma saga y mismo escenario: una secuela directa y para la misma consola, con el mismo motor gráfico y reutilizando personajes. En ese contexto, cinco (ahora seis) años se antojan demasiados, máxime cuando la secuela lleva cuatro años anunciada. Cuatro años de ilusiones alimentadas a base de videos y tráilers convenientemente esparcidos en el tiempo.

¿Es posible que Nintendo quiera asegurarse ser el mejor juego de 2023 y no competir este año con Elden Ring? ¿Realmente el juego ha dado problemas que quieren resolver, o es tan ambicioso que requiere ese tiempo extra? ¿Quizá Nintendo prevé anunciar la Switch 2 y prefiere acompañar ese lanzamiento con un juego de fuste como el nuevo Zelda? No se sabe. Al final, la gente no sabe nada. Bueno, sí, algo saben: que uno de los juegos más esperados de 2022 lo tendrán que jugar en 2023. Si no más tarde…

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Sobre la firma

Jorge Morla
Redactor de EL PAÍS que desde 2014 ha pasado por Babelia, Cultura o Internacional. Es experto en cultura digital y divulgador en radios, charlas y exposiciones. Licenciado en Periodismo por la Complutense y Máster de EL PAÍS. En 2023 publica ‘El siglo de los videojuegos’, y en 2024 recibe el premio Conetic por su labor como divulgador tecnológico.

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