Luces y sombras de la Duquesa Roja en una cárcel franquista
Isabel Álvarez de Toledo, duquesa de Medina Sidonia, relata su encierro en una prisión de mujeres por encabezar en 1967 una protesta tras el incidente nuclear de Palomares
Quién no ha oído hablar de Isabel Álvarez de Toledo, duquesa de Medina Sidonia (1936-2008), durante años conocida popularmente como la Duquesa Roja por sus ideas políticas y su compromiso con las clases más necesitadas? Confieso no haber leído nada escrito por ella hasta ahora. Sin embargo, su producción bibliográfica es considerable y según he podido comprobar no exenta de polémicas con los historiadores por formular algunos juicios temerarios, como el de que los navegantes andalusíes y africanos conocían América y navegaban por ella ya en el siglo XII, mucho antes de que llegara Colón (en África versus América: la fuerza del paradigma). Tesis que encontraría la firme oposición, entre otros expertos, de Antonio Domínguez Ortiz. Sin duda, su principal activo como historiadora ha sido la preservación y catalogación del Archivo de la Casa Medina Sidonia, de una importancia excepcional. Ella clasificó manualmente los miles de legajos que constituyen el valioso legado familiar, abierto a los investigadores.
Es la obra de una vida y con eso debe bastar para merecer nuestro reconocimiento. Y sería trabajando en dicha catalogación como tuvo la oportunidad de conocer de primera mano las circunstancias de la revuelta andaluza protagonizada por sus antepasados contra el Gobierno del conde-duque de Olivares. Es muy posible que se sintiera identificada con sus ancestros: si Gaspar Pérez de Guzmán y Sandoval, IX duque de Medina Sidonia, había sido el único noble dispuesto a enfrentarse abiertamente a Felipe IV y al puño de hierro olivarista, ella sería a su vez la aristócrata española dispuesta a desafiar al Gobierno de Franco y dejarlo en evidencia aceptando, por ejemplo, la cárcel en lugar de refugiarse en un cómodo segundo plano. De esta distorsión va el libro Mi cárcel, hasta ahora desconocido: una crónica de los ocho meses de encierro en la cárcel de mujeres de Alcalá de Henares, de marzo de 1967 hasta noviembre del mismo año. ¿El motivo de su encarcelamiento? Haber encabezado una marcha de protesta de pescadores y hortelanos que reclamaban el pago de la indemnización prometida para Palomares después del siniestro en aquella zona de un bombardero estadounidense, armado con cuatro bombas de hidrógeno. El peligro de fuga de material radiactivo en un radio muy considerable hizo que Manuel Fraga se bañara en aquellas playas con el propósito de demostrar que no corrían peligro (después quedarían precintadas para siempre). El pueblo se vio en la ruina económica. Los estadounidenses, después de las promesas iniciales, se desentendieron del asunto. La gente pidió entonces ayuda a la duquesa. Su actitud a favor de los desfavorecidos era ya conocida. Fue juzgada por el Tribunal de Orden Público y condenada a un año de cárcel.
El texto busca documentar su propia rebeldía, su personalidad generosa y comprometida con el antifranquismo
Pero no fue un encarcelamiento corriente. Ingresó el día que ella misma dispuso y convocó a la prensa para asegurarse la publicidad del acto mismo de su detención. En la cárcel rechazaría los modestos beneficios de las presas políticas, sumiendo a los funcionarios en el desconcierto de no saber cómo actuar con ella. Al salir escribió una serie de 14 artículos publicados en el semanario Sábado Gráfico donde describía las condiciones de las cárceles franquistas, ciñéndose en la de Alcalá de Henares. Se cursó otra orden de detención. Esta vez Álvarez de Toledo se exilió a París para evitar un nuevo encarcelamiento. Dos años después se publicaba la versión inglesa, My prison, aunque al parecer en ella cargaba las tintas con relación a los artículos anteriores (es una lástima que la editora, Soledad Fox Maura, apenas dé información sobre todo ello). Aquellos artículos tuvieron otras consecuencias que tal vez su autora ni siquiera llegó a conocer. Por ejemplo, la degradación fulminante del director de la prisión: se le envió al penal de Granada como subdirector. Aquel hombre, el único que aparece con su nombre en el texto, era una buena persona (María Francisca Dapena en su libro ¡Sr. juez! Soy presa de Franco… lo trata con mucho cariño) y sufrió una severa depresión por lo sucedido. Murió poco después, en 1977. También el administrador fue destituido y enviado al penal de Lleida.
Digo esto porque siendo un testimonio pionero de las denuncias de mujeres sobre las cárceles franquistas que más adelante se sucederían —Lidia Falcón, Juana Doña, Soledad Real, etcétera—, hay algo en la lectura de Mi cárcel que me hace preguntarme ¿qué pretende Álvarez de Toledo con su crónica carcelaria? La sequedad del relato, la ausencia de toda intimidad (¿nunca sintió miedo, añoranza, inseguridad?), el hecho de que siempre tenga la respuesta más adecuada a cualquier situación, la amenaza continua que hace a los funcionarios con llamar a su abogado si las cosas no se ajustan a la normativa, son rasgos de estilo que favorecen una misma impresión, la de leer un texto que busca el efectismo, que está mediatizado por su propósito: documentar la rebeldía de su autora, su personalidad generosa, sobresaliente y comprometida con el antifranquismo en un mundo sórdido y gris, donde presas y funcionarios se mueven como un coro anodino, sin relieves, en torno a ella. No hay una labor de interiorización de lo que le ocurre. Pero Álvarez de Toledo no había cumplido aún los 35 años cuando escribió Mi cárcel, era una mujer joven que hacía gala de su progresismo porque disponía de un colchón. Me atrevo a pensar que de aquella experiencia, tal vez también de otras, saldría la aristócrata discreta, entusiasta, trabajadora y radical en sus principios que todos tenemos en mente. Compararla con una de las hermanas Mitford me parece una frivolidad.
Mi cárcel
Autora: Isabel Álvarez de Toledo.
Editorial: Renacimiento, 2021.
Formato: tapa blanda (260 páginas, 17,01 euros).
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