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Hamlet duda entre teatro y cine

Oriol Broggi firma un montaje híbrido, arriesgado y excitante de la tragedia de Shakespeare, protagonizado por el joven Guillem Balart

Guillem Balart, en una escena de 'Hamlet Aribau'.
Guillem Balart, en una escena de 'Hamlet Aribau'.

Uno sale del nuevo montaje de Hamlet de Oriol Broggi hecho un mar de dudas, como le sucede al príncipe de Dinamarca en la gran tragedia de William Shakespeare. La propuesta es arriesgada, innovadora y excitante: montan la obra en un cine, el Aribau, el más grande de Barcelona, pero, al acceder a la sala, una falsa pared divide la platea, a la espalda de la grada principal, y hace que uno se sienta dentro de un teatro. Revisitan Hamlet con espíritu aventurero y con un joven actor, Guillem Balart, que triunfa enfrentándose al papel más deseado y temido por su compleja y emocionante fuerza teatral.

Hamlet Aribau es una extraña hibridación entre teatro y cine que explora la hondura y eterna grandeza de Shakespeare desde otra perspectiva. Un juego de espejos que se nutre de un arsenal tecnológico para cruzar fronteras ante una gran y omnipresente pantalla que despierta la memoria cinéfila. Han construido las gradas directamente sobre el escenario, reduciendo las 900 localidades de su aforo a unas 400, dejando a la vista algunas butacas del cine, pero el público está obligado a instalarse en sillas de plástico, habituales en la sede de la compañía La Perla 29, el Teatre La Biblioteca (Barcelona), poco idóneas para una función que dura más de tres horas.

Hay golpes de efecto muy estimulantes. Cuando Rosencrantz y Guildenstern llegan a Elsinor, aparecen imágenes de La diligencia y entran ganas de seguir viendo el clásico de John Ford en una pantalla de las que ya no quedan. También se proyectan fragmentos de otras películas —épicos los de Trono de sangre, de Kurosawa, inquietantes los de El séptimo sello, de Bergman—, imágenes escenográficas como nubes y escaleras (El cielo sobre Berlín, de Wim Wenders, o Campanadas de medianoche, de Orson Welles) y tomas grabadas en directo por los propios actores.

Balart interpreta un Hamlet desconcertado, inquieto, apesadumbrado y frío al que le hierve la sangre en su sed de venganza, pero sin aspavientos

Broggi nos traslada a territorios ignotos, con un cruce de imágenes y músicas que a veces sorprenden y divierten, pero también distraen en ocasiones, algo peligroso cuando está en juego la palabra shakesperiana. Palabras que brillan en la intervención grabada del espectro —Xavier Boada dice el texto con un empaque que ya nos gustaría ver en los otros actores—, con un Hamlet que se mete en la pantalla en tiempo real con mágico efecto.

Hace 12 años, su primer montaje de la gran tragedia de Shakespeare, protagonizado por Julio Manrique, contribuyó a la consolidación de La Perla 29 como compañía con personalidad propia. Ahora, haciendo Hamlet no en un teatro sino en un cine, abandonan su zona de confort para asumir con ilusión un nuevo reto. Y mantienen con buen tino la adaptación teatral de su primer Hamlet, con la excelente traducción catalana de Joan Sellent.

Guillem Balart es el príncipe de Dinamarca. Es un Hamlet joven (el actor tiene 28 años), desconcertado, inquieto, apesadumbrado y frío al que le hierve la sangre en su sed de venganza, pero sin aspavientos; también es cáustico e implacable al castigar la hipocresía y mezquindad que le asfixia. Un Hamlet muy humano y cercano: mientras dice aquello de “palabras, palabras, palabras”, lleva un transistor y en la pantalla aparece David Bowie cantando Heroes, para pasmo de un Polonio fuera de la onda pop. Balart llena el complejo personaje con conmovedores matices. Te estremece cuando levanta con sus brazos el cadáver de Ofelia en la fosa, o cuando pide perdón a Laertes por matar accidentalmente a Polonio. Como el propio Hamlet, hay cosas que no comprende, y esa incertidumbre tamiza sus dudas y obsesiones con acentos aún más inquietantes. Un gran trabajo.

Hace 12 años, su primer montaje de la gran tragedia de Shakespeare contribuyó a la consolidación de La Perla 29 como compañía con personalidad propia

Carles Martínez, que va ganando aplomo como rey Claudio, y Sergi Torrecilla (Horacio) tienen momentos espléndidos. Toni Gomila, que está genial como enterrador, acierta menos como Polonio, un personaje que conspira lo suyo y, aunque gafa reír con su retórica cansina, tiene que inquietar más. Míriam Alamany (reina Gertrudis) y Elena Tarrats (Ofelia) resultan algo planas, sin acabar de transmitir esa vibración interior que logra emocionar, y Marc Rius cumple como Laertes. Salvo Balart/Hamlet, los otros seis actores se desdoblan en papeles secundarios con desigual acierto.

La función decae tras el descanso, de forma inexplicable. Hay grandes momentos —la escena de los enterradores, el perdón que Hamlet pide a Laertes, la danza de la muerte que vemos en la pantalla (¡bendito Bergman!)— pero otras escenas defraudan, como el duelo a espadas, que denota una clamorosa falta de clases de esgrima, o el rosario de asesinatos que cierra la tragedia, tan difícil de resolver, y que da cierta grima por su pobre factura.

‘Hamlet Aribau’. Texto: William Shakespeare. Dirección: Oriol Broggi. Cinema Aribau. Barcelona. Hasta el 30 de enero de 2022.

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