Compendio y elegía de Claudio Magris
El escritor triestino reúne en ‘Tiempo curvo en Krems’ cinco relatos sobre el paso del tiempo con las dosis de erudición, narración y reflexión de sus grandes libros
Señaló Hans Robert Jauss en su Pequeña apología de la experiencia estética que “la búsqueda del tiempo perdido devuelve al escritor la identidad perdida (…) mediante la experiencia estética del recuerdo, y solo el arte puede hacerla comunicable”. Ilustra de forma impecable la frase de Jauss El Danubio (1986), obra maestra del prestigioso y exquisito sabio Claudio Magris, y libro que, como el Ulises, agota en sí misma el género híbrido que da a luz.
Feliz ideólogo del concepto geocultural de Mitteleuropa, encrucijada de pueblos y de culturas que configuran un mundo fronterizo que el autor encarna desde su condición de germanista y escritor italiano que escribe ad libitum atravesando sin descanso las lindes que separan ficción, ensayo, autobiografía, historia “absorbida como la lluvia en las hendiduras de las rocas”, un monólogo amoroso radical como el de Así que usted comprenderá (2006) o libros de viajes como El infinito viajar (2005), Magris se siente arraigado en cuerpo y alma a esa mágica ciudad cosmopolita llamada Trieste, a medio camino de casi todo, eslava y mediterránea, testimonio de vaivenes políticos y de la tragedia judía y las limpiezas étnicas, en la que brilló Svevo y escribió Joyce, y cuyo Antico Caffè San Marco evoca aquellos cafés vieneses del Imperio Austrohúngaro al que Robert Musil, cuya voluntad de ordenar el mundo con el fin de comprenderlo se muestra presente en la obra de Magris, llamó Kakania en El hombre sin atributos.
De su convicción de que “la literatura es un viaje por la vida”, como ha escrito en Utopía y desencanto (1999), una de sus obras primordiales, son fruto libros lúcidos que invitan siempre a pensar y a pensarnos, el imprescindible Microcosmos (1997), La historia no ha terminado. Ética, política, laicidad (2006) o Alfabetos. Ensayos de literatura (2008). Se asoman a su obra Borges y su laberinto de conjeturas e identidades; Beckett y Bufalino en su Babel tragicómica La exposición (2001); Calvino y su prodigiosa meticulosidad; el análisis emocional de Svevo; Mann y su estudio narrativo de la civilización europea contemporánea; o Calasso y el mito y las genealogías de la cultura. Sus traducciones de Ibsen o Schnitzler, sus estudios sobre Roth y Hoffmann o sobre el nihilismo y la modernidad en El anillo de Clarisse (1984) contribuyen asimismo a entender por qué Magris es uno de los más grandes humanistas.
Tiempo curvo en Krems agrupa un puñado de relatos breves que Garzanti publicó en 2019 alrededor del texto fundamental que da nombre al volumen y constituye una reflexión acerca del tiempo, en la que encuentran acomodo nuevamente la melancolía, de la mano de la evocación, las concesiones autobiográficas y su placentera erudición. El texto consigna “un viento de espacios infinitos en los que todo es presente y simultáneo”, se debate entre un tiempo circular y un tiempo rectilíneo “como la pluma con la que estoy escribiendo, flecha que se desliza sin retorno hacia el final”, y enuncia un eterno retorno en el que se enmarca el recuerdo à clef de su desaparecida esposa Marisa Madieri y del poeta amigo Biagio Marin. “El universo en una nuez muy fácil de romper”, en guiño a Hamlet, “la caída de la arena en la clepsidra”, “¿miedo a morir?”: especulaciones en torno al tiempo y atisbo de la muerte, un memento mori.
También la muerte merodea por ‘Lecciones de música’, un relato acerca de la senectud, la migración, el recuerdo, el judaísmo y el talento en un entorno decadente, lampedusiano, que a algún lector tal vez le traslade al Bernhard de El malogrado. “La vejez es avanzar para retroceder”, asegura el protagonista de ‘El guardián’, irónica lectura de la vejez como reconfortante liberación, como capacidad de no tener ya que calcular el tiempo. En ‘El premio’, un texto sombrío de cuyas páginas emana una tristeza infinita por la mansedumbre con la que se escribe la crudeza de un drama, conocemos la orfandad de un escritor judío al que le robaron el futuro y que envejece entre modestia propia y compasión ajena no ocultando “la afable indiferencia que siente por el universo”. Y en ‘Exterior día-Val Rosandra’ se reclama que el tiempo no tenga orden, que no se suceda sino que se alinee, como sucede en “aquella ciudad traficante, mestiza y patriota”, Trieste, de la que brota, “como la genciana entre las piedras áridas”, una gran vida del espíritu.
El último libro del profesor Magris, desencantado pero sereno, nostálgico y desazonado pero todavía irónico, es una tentativa de no disimular la pesadumbre, un compianto sul Cristo morto en el que Cristo ha sido sustituido por aquel mundo de ayer que lloró Zweig en sus Memorias de un europeo que buena parte de la obra de Magris parece haber querido continuar, un planctus por la pérdida de los seres queridos que ya no están, por el tiempo que fluye caudaloso y sin remedio.
Escueto libro crepuscular que no puede sino valerse de la elegía para, con primorosa discreción, ofrecerle al lector un delicioso epítome del universo literario magrisiano que, entre efemérides heroicas, brillantes exégesis de Hesse o Broch, la imagen de unas matas de brezo o Schönberg y las disonancias del corazón y la historia inundando el silencio, acaba cartografiándonos nuestro tiempo y nuestro espacio persuadido de que tal vez tengamos que pensar “los destinos humanos como restos de un naufragio”.
Tiempo curvo en Krems
Autor: Claudio Magris. Traducción de Pilar González Rodríguez.
Editorial: Anagrama, 2021.
Formato: 107 páginas. 17,90 euros.
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