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Brutalismo

En su nueva obra, el camerunés Achille Mbembe asegura que “la humanidad se ha convertido en una fuerza geológica”

Olivia Muñoz-Rojas
El filósofo camerunés Achille Mbembe, en mayo en Johannesburgo.
El filósofo camerunés Achille Mbembe, en mayo en Johannesburgo.GUILLEM SARTORIO (AFP via Getty Images)

La última obra del pensador camerunés Achille Mbembe tiene un título gráfico. Brutalisme (La Découverte, 2020) es la continuación de Crítica de la razón negra y Políticas de la enemistad, ambas traducidas al español (Ned Ediciones, 2018). En su último trabajo, Mbembe amplía su análisis crítico de la lógica mercantil capitalista que impregna nuestras vidas, siempre con la mirada de quien observa el mundo desde África a través del prisma poscolonial. Si en Crítica de la razón negra Mbembe traza una genealogía de la razón ilustrada y capitalista que lleva desde el esclavo africano hasta el ciudadano mercantilizado e hipervigilado actual, en Políticas de la enemistad examina la figura de la guerra, la guerra contra el otro, herencia de los procesos coloniales, como “nuevo sacramento” de nuestras democracias. En Brutalisme, Mbembe sostiene que la lógica extractiva capitalista ha dado un paso más: nuestro impacto sobre el planeta es tal que “la humanidad se ha convertido en una fuerza geológica, por lo que ya no podemos hablar de historia como tal”.

Más que nunca, la función del poder, dice Mbembe, es hacer posible la extracción. Esto exige intensificar la represión utilizando “la ley para multiplicar los estados de excepción y desmantelar la resistencia”. Continúa Mbembe: “La perforación de mentes y cuerpos forma parte” de esta represión; pues “la fractura, el agrietamiento y el agotamiento no solo conciernen a los recursos, sino también a los cuerpos vivos expuestos al agotamiento físico y a todo tipo de riesgos biológicos a veces invisibles”. Fracturar, fisurar, extraer, vaciar son vocablos que Mbembe toma de la minería, una de las principales actividades económicas en el continente africano desde la época colonial. Su imaginario se inspira asimismo en la arquitectura brutalista de los años cincuenta y sesenta, prolífica en los países en desarrollo, y su uso generalizado del hormigón. El vertido de este material maleable, compuesto de óxido de minerales, en grandes encofrados y su posterior solidificación sería la contraparte de la extracción: rellenar, moldear, sustituir, eventualmente, el entorno orgánico con materia inorgánica. Pero no se trata solamente de la sustitución de entornos naturales por ciudades sin fin, sino también del relevo de la actividad humana por la inteligencia artificial. No sin ironía, Mbembe utiliza el concepto del “gran reemplazo” —que emplean sectores de la extrema derecha en referencia al reemplazo supuestamente organizado de la población blanca occidental por migrantes no blancos— para describir la progresiva deshumanización de los seres humanos y la humanización paralela de los dispositivos de inteligencia artificial.

Lo telúrico, lo biológico y lo neurotecnológico convergen en esta lógica extractiva-creativa que Mbembe describe con crudeza. Así como la extracción de minerales genera residuos, la extracción de los cuerpos vivos produce materia humana excedente. Son los “cuerpos-frontera” que se hacinan en los campos de refugiados y en las lindes de los países más prósperos; poblaciones indeseables, desechables, que carecen de valor añadido para la economía capitalista. Con cada nuevo estado de excepción —actualmente, la crisis sanitaria— su movilidad se restringe más y sus posibilidades de formar parte del sistema menguan. Pues, sugiere Mbembe, el deseo de la mayoría de nosotros, incluso de aquellos que se sublevan contra el sistema, no es cambiarlo, sino ser aceptados en él con todos los privilegios.

La lectura del mundo, y especialmente del momento actual, que ofrece Mbembe no da pie al optimismo. Sin embargo, el pensamiento crítico, y en particular el poscolonial, invita con frecuencia a la paradoja y a vislumbrar resquicios en aquello que parece más sólido. Al mismo tiempo que el mundo se africaniza en el sentido que le da Mbembe, esto es, que la suerte del negro —originalmente el esclavo negro de las plantaciones, despojado de todo derecho y dignidad— es la suerte que les espera a más y más individuos en un mundo que se parece cada vez más a una plantación gigante; Mbembe ve en África, cuna de la humanidad, el potencial para revertir este proceso de deshumanización y desvitalización del mundo. Hay en las cosmovisiones de aquel continente una relación distinta con los objetos inertes, que permite una crítica de las nuevas tecnologías y del materialismo dominante que relativiza la dicotomía sin salida entre naturaleza y artificio que sustenta el pensamiento occidental. Acostumbrados durante siglos a “recrear vida a partir de lo invivible”, hay asimismo en la experiencia africana elementos para una praxis global de adaptación a un futuro de escasez y brutalidad climática. Mas lo fundamental para Mbembe es recuperar el sentido de esa humanidad original: la capacidad de preservar lo que nos es común, de restituir y reparar, una y otra vez, las relaciones entre nosotros y entre nosotros y los demás seres vivos. “Penser et panser”, pensar y cuidar, decía Mbembe en una entrevista a Le Monde, “son inseparables para redefinir una política del bien del mundo, más allá de lo humano”.

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