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SILLÓN DE OREJAS
Columna
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Desde una terraza vacía

Reflexiones sobre la situación del sector del libro en pandemia, Vargas Llosa y un ‘thriller’ ambientado en Rota

Manuel Rodríguez Rivero
Coche americano en Rota en los años setenta.
Coche americano en Rota en los años setenta.CÉSAR LUCAS

1. Negocios

Parafraseando a Dámaso Alonso, que reside en el purgatorio, Madrid no es ahora una ciudad de un millón de cadáveres, sino de un millón de terrazas. Sabemos que en esta ciudad, como en otras, el negocio de la restauración y del copeo ha sufrido embates durísimos a cuenta de los cierres y las limitaciones horarias impuestos por los gestores de la pandemia. Muchos pequeños negocios han echado el cierre, pero, como siempre ocurre, otros han conquistado su Eldorado: leo que, en 11 meses, el Ayuntamiento de Madrid ha concedido casi 3.000 permisos de ampliación de terrazas, la mayoría de ellas en antiguas plazas de aparcamiento callejero. Una bonanza parecida, mutatis mutandis, ocurre en el sector del libro. Es verdad que algunas pequeñas librerías han tenido que cerrar, pero también han abierto otras, sobre todo en las grandes ciudades, aprovechando la relativa rebaja de los alquileres y el incremento de la lectura durante la pandemia: la gente compra y lee más que antes y la facturación ha descendido mucho menos de lo que se temía, lo que ha provocado que el sector sea el que menos ha sufrido entre los que componen la industria de la cultura. A ello también ha contribuido la publicación de importantes superventas en los últimos meses: además de El infinito en un junco (Irene Vallejo, Siruela), que encabeza las listas de no ficción desde hace ¡70 semanas!, se venden muy bien las novedades de María Dueñas, Javier Cercas, Javier Marías y Eduardo Mendoza, entre más de una docena de probables longsellers.

2. Dos enormes

Me sorprendió leer en uno de sus artículos que el maestro (en literatura, pero, ay, no tanto en política) Vargas Llosa conjeturaba el origen de la pandemia “a un hombre que en una ciudad china se comió o fornicó con un murciélago, creando un virus que ha dejado decenas de miles de muertos”. Alto ahí: ¿he leído “fornicó”?; la eventualidad de que pudiera ocurrir algo semejante me pareció tan surrealista (¡salve, conde de Lautréamont!) que me pasé todo el resto de la mañana recabando información en internet: sin resultado. Si, al menos, Vargas Llosa hubiera escrito que aquel supuesto individuo se lo había montado con un vampiro, la extrañeza habría sido menor: Max Schreck, Béla Lugosi, Christopher Lee y hasta Gary Oldman (por solo citar grandes intérpretes del emperador de la noche) ya han demostrado que Drácula iba “a pelo y a pluma” y que no le hacía ascos sexuales a casi nada. Pero ¿a un murciélago?; ¿a algo tan pequeño y ciego, además de quiróptero e insectívoro?: ¡puaj!, sí que hay que estar salido; ni siquiera el Boa, uno de los cadetes del Colegio Militar Leoncio Prado, que se tiraba un día sí y otro también a la escuálida perra Malpapeada (en La ciudad y los perros, 1963), se habría atrevido a tanto. No sé de dónde habrá sacado la información el maestro peruano, o si forma parte de su penchant reprimido hacia lo gótico, que de vez en cuando aflora aquí o allá en los intersticios de su obra. En todo caso, en este mes se han puesto a la venta dos libros importantes para comprender las complejas relaciones (desde la admiración y la amistad a la antipatía y el silencio personales, en un viaje de ida y vuelta que solo terminó póstumamente con la muerte del colombiano y la cura del tiempo) entre el maestro Vargas y el maestro (para mi gusto, menos) García Márquez (GGM): el ensayo “maldito”, durante varias décadas, García Márquez, historia de un deicidio (1971, Alfaguara), uno de los más entusiastas y clarificadores trabajos acerca de Cien años de soledad. El otro libro es Dos soledades, un diálogo sobre la novela en América Latina (Alfaguara), de MVLL y GGM, que recoge la transcripción de un encuentro en 1967 entre los dos escritores, cuando el segundo ya era famoso (e iba camino de rico) por Cien años de soledad y el primero ya había publicado ese magistral, envidiable “fracaso” que es La casa verde; ambos militaban en la izquierda y el bum estaba a punto de iluminar como un relámpago la literatura hispánica en el último tercio del siglo XX.

3. En Rota

Cada vez que leo uno de esos thrillers truculentos tan de moda (sobre todo entre las numerosas autoras del subgénero, que parecen exorcizar así sus ansiedades de género) me viene a la cabeza aquel aforismo incluido entre los Crímenes ejemplares (Reino de Cordelia), de Max Aub: “Mató a su madre para poder escribir una novela. No doy detalles: léanla”. La última paloma (Planeta), de la granadina Men Marías, se inscribe en lo que podría denominarse, con todas las precauciones taxonómicas, “escuela andaluza” del thriller femenino. Entre los paratextos de su cubierta destaca un lema revelador: “Solo quien conoce el dolor puede resolver un crimen tan macabro”. A mí, ya lo saben mis improbables lectores, los thrillers truculentos no me fascinan, y tengo que reconocer que esta novela lo es con creces. La protagonista principal, la guardia civil Patria, conoce, desde luego, el dolor; por eso se autolesiona para conjurar terrores familiares, mientras resuelve asesinatos terribles. El primero, y no les voy a revelar más, es el de una joven cuyo desangrado cadáver aparece con los pechos arrancados, los genitales extirpados, la vagina rellena y cosida con hilo de pesca, y sendos haces de plumas blancas, a modo de alas, implantados en sus hombros. Tómenselo como aperitivo. La acción transcurre en Rota, “el único lugar de España que escapó a la dictadura y a Franco” y “un paraíso para toda clase de vicio”, en cuya base norteamericana ya se había cometido otro crimen hace más de medio siglo. Pasado y presente se interpelan en la investigación, y solo comprendiendo sus conexiones podrá resolverse la macabra intriga.

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