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SILLÓN DE OREJAS
Columna
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El triunfo de los “tabernarios”

Sobre el derechazo en Madrid, humor político y libros japoneses

Manuel Rodríguez Rivero
Portada de 'Hermano Lobo' del 29 de agosto de 1972.
Portada de 'Hermano Lobo' del 29 de agosto de 1972.Hermano Lobo Digital.

1. Derechazo

La aplastante victoria de la derecha en Madrid (al día siguiente, sus tabloides y digitaloides exultaban de gozo y revancha); la histórica derrota de la izquierda clásica; la fuga anunciada del adalid Iglesias con el rabo jacobino y autoritario entre las piernas; la alegría de los “tabernarios” que celebran la “excepcionalidad” pandémica de una ciudad abierta y convertida en el bar de copas y tapas de Europa; la (relativa) sorpresa de Más Madrid, como triunfante alternativa a un socialismo demasiado satisfecho e institucionalizado, ante el que reivindica el componente populista en el sentido que quería Laclau (como alternativa no institucional a las demandas de los excluidos); todo ello y más podía leerse oblicuamente en los apabullantes resultados del 4 de mayo. Parafraseando a los endemoniados del Evangelio (Marcos, 5; 1-20), Díaz Ayuso, paladina de la nueva derecha cada vez más a la derecha, podría haber dicho en la noche de su victoria: “Mi nombre es Legión, porque somos muchos”; solo que en esta ocasión los que agitaban banderas ante la sede de la calle de Génova no tenían pinta de ir a despeñarse por el precipicio convertidos en cerdos, al menos en los próximos dos años. En cuanto a los perdedores, bienaventurados los que lloran (Gabilondo) y los que desaparecen (Bal), sobre todo si la pena y la ausencia forzosa dan paso a reflexiones audaces sobre las causas de los sofiones. Y en cuanto a Vox, el partido posfascista con más poder político de Europa, lo más preocupante es que, a tenor de sus resultados, a sus militantes no les ha parecido suficiente el giro a la derecha del PP, bajo cuyo paraguas se refugiaban antes los ultras españoles. Total que, a tenor de los resultados, el centro no puede mantenerse (como decía Yeats en El segundo advenimiento) y la seducción del autoritarismo (subtítulo del muy sugerente y discutible ensayo El ocaso de la democracia, de Anne Applebaum, Debate) está permeabilizando, aquí como en todas partes, y desde la derecha a la izquierda, la práctica política contemporánea.

2. Japónica

En 1964, tras un viaje a Japón acompañando al guitarrista Narciso Yepes, José María Gironella (que 10 años antes había convertido Los cipreses creen en Dios en el primer best seller millonario de posguerra) publicó El Japón y su duende en el sello editorial de su entonces amigo José Manuel Lara. Hoy podríamos considerar aquella obra como pionera de la moda japonista del mercado español del libro que, además, de a una editorial consagrada a ello (Satori), alimenta los catálogos de no pocas editoriales independientes. Entre las últimas novedades, destaco la estupenda novela corta Agujero (Impedimenta), de Hiroko Oyamada, por la que obtuvo el Premio Akutagawa en 2014; como en la mayoría de novelas actuales de escritoras japonesas, las cuestiones de género, la sensación de aislamiento, la frustración laboral o la falta de comunicación de las parejas constituyen algunos de los temas básicos del relato. En Agujero, en la que se percibe la influencia de Kafka y Lewis Carroll, la historia está impregnada de un surrealismo que se desliza por los intersticios de una realidad insatisfactoria: un innominado animal que cava agujeros, un extraño familiar del que no se habla, el omnipresente estridular de las cigarras, niños demasiado inquietos y chillones. El folklore y los relatos de fantasmas de Japón se encuentran en el lujoso álbum Espíritus y criaturas de Japón (Edelvives), una recopilación del gran orientalista grecobritánico (y, luego, nacionalizado japonés) Lafcadio Hearn (1850-1904), ilustrada por Benjamin Lacombe; y, en el terreno de la literatura gráfica, me han parecido muy interesantes las desazonadoras historias de Tokio Goodbye (Gallo Nero), de Ôji Suzuki, un dibujante también atraído por lo kafkiano y el surrealismo. Como curioso contraste y prueba de que, a su vez, los japoneses muestran un interés especial por algunos aspectos de la cultura española, puede leerse Un tablao en otro mundo (Alianza), de David López Canales, en el que se relata la aventura de los flamencos que, a partir de los años cincuenta, fueron a hacer carrera en el país del sol naciente: de Cristina Hoyos o Chiquito de la Calzada a Antonio Gades o Paco de Lucía, además de una buena cantidad de personajes aquí menos conocidos, pero allí respetados, que se quedaron a vivir en Tokio o Kioto, creando academias y enseñando a los japoneses a bailar flamenco, tocar la guitarra o cantar por bulerías.

3. Sátira

Desde los grafitis encontrados en las ruinas romanas, pasando por las feroces escenas dibujadas por James Gillray en el siglo XVIII, la sátira humorística ha probado su eficacia como arma política. Y por eso ha sido perseguida, censurada, proscrita, quemada por intolerantes y dictadores. Tras la muerte (en la camita, no lo olvidemos nunca) del último dictador español, tan bien caricaturizado por Vázquez de Sola desde el exilio, se produjo en España una edad de oro del humor político. La satírica transición (Marcial Pons), de Gerardo Vilches, es un estudio de las revistas de humor político que surgieron en España entre 1975 y el final de la Transición (1982), y que se atrevieron a decir y criticar cosas que otros medios no podían o no querían (con dos tabúes: Juan Carlos I y el Ejército). En aquellas revistas (recuerden: Hermano Lobo, El Papus, Por Favor, El Jueves), todas más o menos de izquierdas, escribieron y dibujaron algunos de los más mejores o de los más conocidos: Umbral, Vázquez Montalbán, Marsé, El Perich, Martinmorales, Ivá, Forges, Chumy Chúmez y tantos otros. Pocas mujeres, como era habitual (recuerdo a Núria Pompeia, Maruja Torres, Rosa Montero). Vilches recorre el esplendor de aquellos semanarios, su decadencia, sus vicisitudes (secuestros, cierres, asaltos fascistas) y, sobre todo, las posibilidades y límites del humor gráfico como fuente historiográfica. Una lectura apasionante. Y un punto nostálgica, qué quieren que les diga.

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