El misterio de los NFT, el nuevo fenómeno del criptoarte
Los activos digitales se han convertido en la comidilla del sector por su resultados millonarios en las subastas, pero su éxito podría tener los días contados
Los NFT, non-fungible tokens, o lo que es lo mismo, “activos digitales no fungibles” (es decir, que no se pueden tocar), se han convertido en la comidilla criptoeconómica del momento desde que hace unos días Sotheby’s vendiera un píxel gris por 1,36 millones de dólares. Tal era la expectación que la puja duró horas. El píxel es de Park, un artista digital anónimo, que creó un conjunto de cubos de NFT que en tres días alcanzó los 14 millones de dólares. Christie’s también tiene su estrella NFT con el artista Beeple, el primero en tener éxito de ventas cuando una de sus obras digitales, Everydays: The First 5000 Days, alcanzó los 69 millones de dólares. Debió sentirse como Michael Jordan marcando un triple. Fue el pasado marzo y ya tiene el título del tercer precio de subasta más alto de cualquier artista vivo. Se lo debe a Noah David, especialista en arte de posguerra y contemporáneo de Christie’s en Nueva York y, desde hace poco, su mayor coleccionista de criptoarte.
Desde entonces, artistas como Simon Denny y Damien Hirst se han apresurado a sacar obras de arte NFT y están empezando a gestarse alianzas entre entidades de subastas, galerías tradicionales y sitios web que vende NFT, buscando nuevos nichos de negocio. Pace Gallery, con sedes en Londres, Los Ángeles y otras siete ciudades, se acaba de aliar con la plataforma MarksPlace y con la aplicación de subastas Fair Warning para vender una serie de NFT de Urs Fischer. El artista ha creado 501 obras de arte digitales que existirán como NFT, llamada —no sin guasa— Chaos. En las primeras 500, surgen de una animación basada en un escaneo 3D de un encendedor rodeando un huevo. La número 501 será una obra de arte que combinará los 1.000 objetos anteriores. Fischer habla de ellas como “esculturas digitales” y la número 1 ya la ha vendido por 100 veces más que su estimación inicial. Salió a subasta por 1.000 dólares y alcanzó los 100.000.
Puede que esté arrugando la nariz, pero la relajaría si en vez de decir NFT digo Bansky. Al fin y al cabo, el arte callejero puso también en jaque a cualquier cosa que pudiera colgarse en una pared. En el contexto artístico, el píxel viene a ser lo que antaño fue el JPG: una obra de arte digitalmente nativa que firma la unidad más básica de una imagen en una casa de subastas global tradicional. Los artistas pueden firmar digitalmente su trabajo creando un certificado tokenizado antes de introducirlo en una subasta en línea. Luego los coleccionistas pueden comprar y revender las obras en mercados secundarios. Tiene una estética muy populista. Ya hay quien lo describe como “arte de salvapantallas” o “comida basura visual”, y está bien si lo comparas con las grandes obras de arte universal. Pero nada de lo que ocurre con los NFT tiene que ver con Goya ni Andy Warhol. Lo que ocurre aquí nace de la cultura de los memes, del lenguaje WTF y del reposteo en Instagram. Es una marca diminuta para llevar el arte digital a una potencial historia por venir. Y parece que con fuerza.
Los defensores de esta estética digital emergente dicen que el futuro ya está ahí: artistas rompiendo con el sistema de galerías para promover sus carreras desde plataformas digitales, SuperRare es una de las más importantes, creada en 2018, y llegar a los coleccionistas de manera mucho más inmediata. Plataformas como esta, además, trabajan sobre una base del 15% de comisión con 85% para el creador, aunque lo realmente atractivo para los artistas es la tasa del 10% de regalías en las ventas secundarias. Los detractores disienten de ese mundo virtual tan pegado a la realidad aumentada y al metaverso, y tan alejado de la emoción que te eriza el vello donde la historia del arte ha puesto todo su valor durante siglos.
Se habla ya de revolución del arte digital, aunque esta colisión entre NFT y arte no es tan nueva. Uno de los primeros en esa idea de avatar fue Kevin McCoy, un artista digital que empezó a jugar con la palabra en 2013, cuestionando la idea de mercado, de propiedad y de procedencia, aunque, por aquel entonces, la cosa no se entendía. Este 2020 la cosa dio un giro. Empezó el año con 344.000 dólares en volumen de ventas de la plataforma SuperRare, pero vio esa cifra casi cuadriplicarse en siete meses, en pleno contexto de la pandemia.
Efecto bumerán
La mayoría de la gente sigue sin entenderlo, pero todas las miradas están ahora puestas en las posibilidades del arte NFT. ¿Hay mercado? Lo hay. Hace unas semanas un gato volador en formato GIF, llamado Nyan Cat, se subastó por más de 500.000 dólares. Y no solo eso. El criptogato es ya un meme que ha vuelto a saltar a subasta. Aunque sorprenda, la circulación sin fin la activa cualquiera que haga retuit. Los músicos lo miran ya como una nueva herramienta para restablecer el valor perdido en la música. ¿Imaginan a Lady Gaga vendiendo una edición original de Poker Face junto a una obra de arte visual suya? Imaginan bien, porque ya lo hizo con Bad Romance, aunque para gran parte del sector cultural es la enésima revolución que va a cambiar la industria de arriba abajo y que queda en nada. Hace ricos a unos pocos, pero no a la mayoría de artistas.
El efecto bumerán parece inminente. El último informe de Bloomberg anuncia que el precio medio de un NFT ha caído un 70% en el último mes. Gagosian ha tenido entre manos la opción de unirse al criptomercado pero, de momento, ha rechazado subirse a ese tren. De hecho, los 100.000 dólares alcanzados por Urs Fischer están muy por debajo de los millones de dólares recaudados por nombres menos familiares en el mercado del arte. Y esto suena a pinchazo.
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