Naturaleza cotidiana
‘La casa del tiempo’, de Laura Mancinelli, narra sin tópicos ni idealización la historia de un urbanita instalado en el campo
Útimamente, como consecuencia del periódico hartazgo de urbe y elogio de la naturaleza que está de moda, se vienen sucediendo narraciones que tratan de ciudadanos que se instalan en el mundo rural. En unos casos se presentan como historias de alta intensidad dramática, en otros como comedia, como huida en busca de alivio al estrés de la ciudad, de expiación o de pureza y también de costumbres pintorescas e incluso jocosas; pero lo más infrecuente es hallar narraciones que traten de mostrar un sentido de la vida ajeno a tópicos, a toscas idealizaciones, y fundado en la comunión del espíritu con la naturaleza. En muchas de esas historias, por lo general, hay más de pretexto que otra cosa porque el urbanita actual no soporta desprenderse de las comodidades de la vida moderna, y el hombre de campo vive atrincherado en la desconfianza y la pequeñez del entorno.
Esta novela de Laura Mancinelli (Údine, 1933-Turín, 2016), turinesa de adopción y profesora de literatura medieval alemana, traductora del Cantar de los nibelungos y autora de otras varias y celebradas novelas, es un sereno, medido e inteligente relato sobre un pintor, Orlando, que nel mezzo del cammin della sua vita se detiene al paso en el pueblo donde nació y no puede proseguir su ruta debido a una avería en el coche. Durante las dos horas que debe permanecer varado se encuentra con Placido, viejo compañero de infancia. Con él visita la casa de su antigua maestra ya fallecida, a la que adoraba, y acaba comprando la casa. Para cuando quiere darse cuenta cabal del hecho y estando como está, preso de una seca de artista, se resigna y se queda a vivir en ella temporalmente.
Este es el pretexto que le sirve a la autora para contar una historia sencilla y fascinante. Sencilla por su lineal y viva resolución en capítulos muy cortos, y fascinante porque esa casa del tiempo revive porque da con el ocupante adecuado para despertar en la vida vivida, reconocer a aquel niño que amaba a su maestra y ayudarlo a respirar el pasado para fecundar el presente. Una casa celosa que no admite otros ocupantes, aunque pertenezcan al entorno emotivo de Orlando (su hermano y su cuñada, una amiga a la que convoca por soledad, la vieja que vivía en un ala de la casa cuando la compra), a la vez que manifiesta una enigmática empatía con el pintor.
Entonces hacen su aparición una serie de fenómenos sorprendentes: el reverdecimiento del tocón del viejo laurel, la muerte de una pareja de mirlos, la extraña aparición de una mata de romero (planta de amor) a la puerta de la casa, la agradable presencia de un gato negro o la de unos molestos topos que un día desaparecen sin razón, la aparición del niño del árbol, la entrañable enredadera y otros muchos elementos de la naturaleza del lugar (incluyendo la recuperada amistad de Placido), elementos que van ocupando espacios en la vida de Orlando como la naturaleza va ocupando espacios en la narración cargándola de vitalidad, de belleza y de intimidad al abrigo de una trama que tiene una parte de leve y misteriosa intriga. El aire, la luz, la vegetación… asoman en estas páginas con una calidad de descripción que se integra admirablemente en un relato que, como señala el editor en la contraportada, “trenza delicadamente lo maravilloso cotidiano con la memoria”. Este afortunado comentario es el verdadero secreto de la seducción que emana de La casa del tiempo, porque pocas veces como en este caso el relato de la vida de las gentes y de las cosas alcanza a mostrar lo que bien podemos denominar la fascinante complejidad de la claridad.
'La casa del tiempo'
Traducción de Natalia Zarco.
Periférica, 2021.
176 páginas. 16,75 euros
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