Golpe a golpe (militar)
Roberto Muñoz Bolaños publica valiosa documentación inédita sobre las conspiraciones durante la Transición, pero yerra al interpretarla
Adolfo Suárez “fue más allá de los límites que le habían marcado algunos de los sectores que le elevaron” a la presidencia del Gobierno: “la élite económica y política, apostando por el establecimiento de una democracia plena”. Esta es una de las conclusiones en parte ambiguas, en parte erróneas, del sin embargo meritorio libro El 23-F y los otros golpes de Estado de la Transición, firmado por el profesor Roberto Muñoz Bolaños. La magnitud de algunos de sus yerros no desdice del riguroso trabajo de documentación que la obra exhibe ni de la tesis general, que comparto, respecto a la multiplicación de intentonas golpistas españolas contra la Constitución de 1978.
En su conjunto, el libro describe la confusión reinante tras la muerte del dictador entre los diversos grupos herederos y oriundos del franquismo, aunque se centra esencialmente en las conspiraciones cívico-militares que algunos de ellos protagonizaron. Trataban, explica, de poner en marcha una Transición diferente o paralela a la que efectivamente sucedió, movidos como estaban por el empeño de construir una especie de democracia limitada. Dicha estrategia habría contado más o menos expresamente con el apoyo de algunas grandes empresas y hasta del Gobierno de Estados Unidos. Se ofrece un relato pormenorizado de los sucesos del 23-F, analizando también otras operaciones golpistas como la Galaxia y diversos manifiestos de militares e intentos de asonadas.
Abonar la sospecha de que el rey mantuvo una actitud indecisa respecto a Armada no se compadece con los hechos
Es un trabajo importante, pero dudosamente podrá convertirse en referencia indiscutible. En cierta medida induce a equivocaciones no menores respecto al significado de la Transición misma y singularmente al papel de Juan Carlos I. Es por eso relevante que se publique precisamente en el 40º aniversario del golpe y cuando el hoy rey emérito está sumido en el desprestigio popular como consecuencia de su irregular comportamiento fiscal, rayano en la delincuencia. El sinuoso relato que se hace respecto a la actitud del monarca la noche del 23-F, sugiriendo una especie de doble juego por su parte, en nada beneficia a la verdad histórica. Una cosa es que las aventuras galantes y la codicia personal acaben ahora por destruir el mito juancarlista que se construyó en la Transición y otra pretender negar o poner en duda su personal y decisiva actuación tanto en el proceso democrático como en la noche de las pistolas.
El relato se basa en una diversidad de fuentes entre las que el autor destaca testimonios orales y documentos como el sumario, actas de la vista y sentencias del juicio contra los golpistas. Tan valiosos papeles le fueron prestados por el abogado defensor del coronel Tejero, Ángel López-Montero. Muñoz Bolaños pone de relieve que el libro no lo hubiera podido hacer sin él, quien le animó a “descubrir la verdad del 23-F” y le puso en contacto con sus principales protagonistas. ¿Será preciso insistir en que las versiones filtradas por representantes de los golpistas merecen una más que razonable duda sobre su veracidad? Otros informes del general Fernández-Monzón, que trabajó para la inteligencia militar tanto en el franquismo como durante la Transición, sirvieron también “de particular utilidad” en la construcción del relato. Nuevamente esta es una fuente valiosa, aunque siempre teñida de la ambigüedad inherente a todo espía profesional. En cualquier caso, los textos documentales que se ofrecen son en gran parte inéditos para el gran público, y de indudable interés. Cosa distinta es la habilidad en su interpretación.
Por lo demás, es muy acertado el análisis que en el libro se hace de la composición del Ejército y los intentos de muchos generales y oficiales de interferir la acción de los Gobiernos de turno
Se narran numerosos encuentros y conciliábulos de personajes del sector financiero y empresarial con políticos del antiguo régimen y mandos militares, aunque hay mucha menos información sobre reuniones similares entre los partidos de izquierda y representantes de la sociedad civil, que también menudearon. El Madrid del posfranquismo fue un verdadero hervidero de reuniones informales, y he de decir que me tocó asistir a no pocas. Pero confundir aquellas tertulias con proyectos conspiratorios o intentos de diseñar transiciones alternativas parece excesivo. Atribuir el nombramiento como presidente de Suárez a un designio de las élites capitalistas o del sistema, como se asegura, no tiene mayor sentido. El propio Bolaños señala que nadie salvo el monarca y su mentor intelectual, Torcuato Fernández Miranda, supieron con anticipación el nombre del elegido para sustituir a Carlos Arias. Suárez fue una opción personal de don Juan Carlos, madurada con harta probabilidad antes de la muerte del dictador y cuando ya el futuro rey había expresado en diferentes declaraciones a la prensa extranjera su intención democratizadora. Abonar la sospecha de que en la noche del 23 de febrero el monarca mantuvo una actitud indecisa, a favor y en contra del general Armada a un tiempo, no se compadece con los hechos. Se han escrito numerosas obras al respecto, aunque el relato más fiel de aquel suceso me sigue pareciendo el que hace Paul Preston en su biografía de Juan Carlos I.
Por lo demás, es muy acertado el análisis que en el libro se hace de la composición del Ejército y los intentos de muchos generales y oficiales de interferir la acción de los Gobiernos de turno. La asonada del 23-F puso a prueba la voluntad democratizadora de los herederos de la dictadura y la capacidad de consenso de la oposición liberal y de izquierdas. Aquella intentona no fue la primera, pero tampoco la última. Hasta que Felipe González, como se dice en el epílogo, “puso fin de forma definitiva al golpismo militar y estableció un control objetivo de las Fuerzas Armadas”.
EL 23-F Y LOS OTROS GOLPES DE ESTADO DE LA TRANSICIÓN'
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