El invierno de la vida
Consagrada con ‘Me llamo Lucy Barton’, Elizabeth Strout relata la vejez de una mujer dura y honesta en una novela eficaz que, no obstante, queja lejos de su obra maestra
El título original de esta novela es Olive, again. Solo los lectores de Elizabeth Strout entenderán que procede de una importante novela anterior titulada Olive Kitteridge. Olive es un personaje emblemático de su autora que reaparece en esta Luz de febrero cumplidos los 70 años, Olive es ahora una maestra jubilada, una mujer corpulenta y dominante, tan dura como honesta, y una gran observadora del alma humana; ha enviudado de Henry, su primer marido, al que aún añora, y se dispone a casarse con Jack, un exprofesor de Harvard que desea compartir con ella el tramo final de sus vidas y con el que Olive se siente bien. Al parecer, Strout no había terminado aún con su personaje.
Esta vuelta de Olive está organizada en torno a ella, pero la estructura del relato es la propia de una trama de las que se conocen como “vidas cruzadas”, es decir, con secuencias sucesivas de la vida de la gente, en este caso la clase media de un pueblo de la costa de Maine llamado Crosby. Olive se va cruzando con sus vecinos, recibe a su hijo, del que siente su lejanía, habla con la gente, los años van pasando, enviuda de Jack y sigue recordando con cariño a Henry y, finalmente, cuando el deterioro físico la obliga, se instala en un pequeño apartamento en una residencia de mayores.
Lo que en realidad cruza esta novela son las vidas de unas cuantas personas de Crosby (vecinas, amigas, exalumnas), siempre con Olive como referente, pero ninguna es dominante, lo que convierte la novela en un espejo de la clase media americana de hoy que podría acercarse al costumbrismo si no fuera por la penetrante mirada de la autora, que convierte esos retratos en una estupenda creación de personajes bien definidos, pero cuya presencia es, sobre todo, complementaria. Son pinceladas trazadas con maestría, pero no acaban de redondear el cuadro, es decir: la novela. Quien se levanta sobre todos es, naturalmente, Olive Kitteridge, pero el relato tampoco llega a ser suyo del todo. Lo más interesante de Olive es la parte final de su vida, el modo en que afronta la decadencia, la vejez. Aquí es donde Elizabeth Strout se emplea a fondo y la narración de ese tiempo de descuento adquiere una dimensión dramática de verdadero fuste. Pero, en conjunto, el lector no deja de reconocer que la novela no pasa de ser otra buena novela sobre la clase media americana; muy bien escrita, muy interesante, muy atractiva como no podía ser menos en una escritora tan competente como ella, porque su calidad está fuera de toda duda, pero algo que ya conocemos. No hay sorpresa, no hay singularidad, la singularidad que define a una gran novela.
Lo antedicho no tiene, ni de lejos, una intención peyorativa, muy al contrario. Ahora bien, si pensamos en una novela como Me llamo Lucy Barton, la obra maestra de su autora hasta el momento, que obtuvo el Premio Pulitzer, se entenderá mejor lo que digo. Me explico: Lucy Barton es un ejercicio al límite de las posibilidades de la autora, un ejercicio de riesgo en el que un autor se deja todo lo que tiene, apura su capacidad expresiva y lo acomete con tal intensidad dramática que lo hace irrepetible. Es algo que un autor raramente consigue dos veces y que da la medida límite de su capacidad. En comparación, Luz de febrero es una novela más protegida o más confortable. Dicho lo cual, la exhibición de perspicacia, de humanidad y de penetración en los personajes, construida a partir de una elección de detalles y momentos muy bien captados, es excelente. Elizabeth Strout es una escritora elegante, eficiente y de alta sensibilidad; un seguro para cualquier lector exigente.
Luz de febrero
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