Costumbrismo telúrico
En el nuevo libro de Selva Almada resuenan voces de esa magnífica tradición literaria que funde el Romanticismo tardío con un realismo de hablas y costumbres
No es un río, texto con el que Selva Almada completa su “trilogía de varones”, es un cuento de espíritus protectores y mezquindades. De dones inmerecidos, y de la crianza y educación de hijos e hijas en un mundo desigual: “¿Por qué se esconden todas esas muchachas en los asientos traseros de los autos?”, pregunta Siomara, partidaria de incendios y hogueras. Todo el mundo puede morir antes de tiempo y convertirse en icono pop o fantasma familiar, pero las amenazas que nos cercan y los miedos que suscitan son diferentes para mujeres y hombres.
Lo más admirable de No es un río radica en cómo se construye una zona de significaciones movedizas entre fantasía y realismo. Tras una perspectiva casi de ojo de cámara, el movimiento y la gestualidad, las pocas palabras, revelan el castigado vericueto psicológico de individuos que no están en lo alto de la escala social: a veces, la complejidad es opaca (“Esta gente es así, nunca sabes lo que les pasa por la mente”) y notamos el escalofrío de intraducibilidad y tragedia; otras, la complejidad aparece en sueños como presagios o visiones en el marco de una naturaleza que protagoniza la narrativa centro y sudamericana desde la novela de la tierra. Aquí resuenan voces de esa magnífica tradición, que funde la impronta del Romanticismo tardío con un realismo de hablas y costumbres representadas desde su literalidad poética. La eufonía de lo rudo que no es sinónimo de la estilización de lo feo. El costumbrismo es telúrico, y la lengua no estándar remite a idiosincrasias locales que Almada eleva a su condición universal por su limpio manejo de la antítesis (agua / fuego; varón / hembra; rural / urbano) y de lo simbólico: la isla es metáfora y es isla sin más, accidente geográfico hiperrealista. Territorio que se posee. Mujer que, a menudo, no puede elegir ni su maternidad. Tampoco el río es un río, “es el río” y el tránsito del artículo indeterminado al determinado encierra una visión del mundo que desencadena tragedias por el sentido de pertenencia y territorialidad.
Sentimos un desajuste, algo inverosímil, no solo en ese espacio / isla que es simultáneamente realidad e imagen metafórica, sino también en el tiempo. Sentimos algo inverosímil que es pertinente en el relato y funciona en su inverosimilitud porque se explica dentro de los códigos de la literatura fantástica como modalidad del realismo. Ausencia, deseo, el duelo de una madre, Siomara, que necesita hacer carne de lo perdido y volatilizar, convertir en ceniza todo lo odioso que existe.
Lo que se narra en No es un río podría sonar arcaico o exótico en sus lejanías, y sin embargo el texto perfila el código genético cultural de mujeres y hombres actuales: en este libro sobre una amistad entre hombres que viene de lejos, las mujeres son “conchitas prietas”, cuerpos en los que se goza o sobre los que se arman familias, posesiones para competir. Importa quién llega primero. La amistad masculina se teje con los mimbres de la competitividad, un extraño sentido de la lealtad y la preponderancia del macho dominante. Bajo la mitificación de los amigos laten celos y culpas. Almada sabe que esa violencia, económica y sentimental, ese pulso ganado por la brutalidad del más fuerte, nos daña, pero aún no podemos separarla del amor. Solo podría aliviarnos de la repetición de la catástrofe la nueva inocencia erótica, la desinteresada calidez, de esas muchachas que ya no quieren esconderse en la parte trasera del auto. Las muchachas están y no están. Porque todo en estas maravillosas páginas es y no es simultáneamente. Como quienes leemos el libro y no estamos, pero estamos en él.
No es un río
Autora: Selva Almada.
Editorial: Literatura Random House, 2021.
Formato: Tapa blanda con solapas. 144 páginas. 15,90 euros.
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