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TRIBUNA LIBRE
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Entre adultos y sin sentido

El cine actual sigue aplicando viejos esquemas narrativos del porno atribuyendo a las mujeres fantasías masculinas

Manuel Cruz
Jack Nicholson y Jessica Lange, en 'El cartero siempre llama dos veces'.
Jack Nicholson y Jessica Lange, en 'El cartero siempre llama dos veces'.

Recuerdo haberle leído hace tiempo a Maruja Torres que su generación aprendió a besar durante el franquismo en la última fila de aquellos viejos cines de barrio de sesión doble, copiando hasta el menor detalle la forma en la que se besaban en la pantalla los actores y actrices que protagonizaban las películas que estaban viendo. Qué duda cabe que, al respecto, los besos de Casablanca, De aquí a la eternidad o Esplendor en la hierba constituyen hitos memorables.

Parece claro que hoy día el cine ha perdido esa condición pedagógico-introductoria en tales menesteres. Lo ha hecho, como se sabe, en beneficio de la pornografía, consumida masivamente a través de Internet por los más jóvenes. Han sido muchas las voces que se han lamentado de que el aprendizaje, no ya solo de la forma de besar, sino de la sexualidad por entero, lo realicen nuestros adolescentes en la Red, con todas las consecuencias que ello implica para sus comportamientos de pareja futuros, en especial en la tocante a la imagen de la mujer que ahí se transmite.

Quizá lo que el cine actual esté haciendo, abandonada la pedagogía de la cosa, sea expresar algunos de los cambios que en estos asuntos se vienen produciendo en nuestra sociedad. Aunque tal vez resultara más preciso decir que en ocasiones los cambios que aparecen en gran parte de las películas recientes parece que muestran, más que lo que ha cambiado en la realidad, lo que el guionista y el director creen, con discutible criterio, que sería bueno que cambiara.

Así, se ha convertido en bastante habitual que, casi invirtiendo mecánicamente la tópica secuencia narrativa del cine porno (que, a escasos segundos de iniciada cualquier escena, ya está mostrando una felación), en el cine comercial actual las escenas de contenido sexual se inicien también por el sexo oral, solo que en esta ocasión practicado por el varón sobre la mujer (representación en la que fue pionera, entre otras, Instinto básico). Se da por descontado de esta forma que la sexualidad femenina funciona exactamente de la misma manera que la masculina, y que las mujeres comparten la proverbial fantasía masculina de empezar, de buenas a primeras, por dicha práctica, un supuesto que, de acuerdo con el testimonio de muchas de ellas, carece por completo de fundamento real.

Idéntica aplicación mecánica de los viejos esquemas, solo que presuntamente invertidos o ampliados (quiere decirse, incorporando a la mujer), se da en esas secuencias, que asimismo se han tornado tópicos visuales, en las que, para destacar la formidable intensidad del deseo por el que se ven poseídos los amantes, estos se desnudan mutuamente con desordenada prisa y aturullada torpeza para poder dar salida cuanto antes a sus anhelos sexuales reprimidos por las circunstancias. Lo llamativo del caso es que esta premura de los protagonistas por aliviarse suele ser presentada no como una precaria o deficiente forma de desahogo sexual, sino como la apoteosis de lo placentero.

Difícilmente uno puede evitar la sensación de que se ha terminado por presentar como modelo lo que durante mucho tiempo se nos dijo que era justo lo que había que corregir, en la medida en que expresaba una concepción de las relaciones sexuales, además de sesgada (por vencida claramente del lado de la satisfacción del varón, siempre tan apremiado por resolver su apetito, a la manera de Jack Nicholson en la famosa escena de la cocina en El cartero siempre llama dos veces), insuficiente del todo. Se suponía que las prisas eran propias de quien no ha entendido, no ya que la relación amorosa es mucho más que la relación sexual, sino que la relación sexual es mucho más que la perentoria penetración.

Pues bien, ahora parece resultar que no, que el antaño tan denostado “aquí te pillo, aquí te mato” constituye la mejor manera de resolver determinadas urgencias. Por lo visto, ha pasado a representar un perfecto anacronismo echar a faltar nada, ni tan siquiera tiempo, en esa apresurada forma de relación sexual. Por supuesto que alguien, llegados a este punto, podría preguntarnos por el contenido del reproche que se le puede formular a una forma así, más allá de la señalada inconsecuencia entre lo que antes se condenaba y ahora se presenta como aceptable.

Quede claro que acepto sin reservas el conocido principio de que no hay nada que objetar a ningún comportamiento en estos ámbitos, si es entre adultos y consentido. Pero no deja de resultar revelador lo que nos muestran las palabras cuando se las disecciona. Así, “consentido” no es lo mismo que con sentido (del mismo modo, por cierto, que tampoco “consentimiento” equivale a con sentimiento). La sabiduría popular nos enseña que cada cosa se toma su tiempo y Heidegger se encargó de elaborar la idea distinguiendo el tiempo objetivo de los relojes, el tiempo físico, del tiempo de la experiencia humana, a su vez rica y plural. Pues bien, también el deseo tiene su tiempo y quien se empeñe en no concedérselo solo obtendrá el escaso botín del alivio y la descarga, pero no el del placer en sentido propio y fuerte. El que nos coloca en la frontera de la felicidad.

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