El maltrato a las mujeres del rock en los noventa: los locos eran ellos
La crítica las convirtió en una falla del sistema cultural por su discurso contra el ‘establishment’ aunque vendieran millones de discos
Hay dos ideas muy presentes cuando se recuerda la música de los noventa. La primera es que fue una década floja, según repite una parte de la crítica musical. La segunda tiene que ver con la aportación de las mujeres a esa supuesta mala cosecha. Sus trabajos quedaron relegados a la hoguera del olvido. No solo hacían discos “nefastos”, es que además estaban “locas”. Esos son los adjetivos que usó la prensa especializada de la época, representada en su mayoría por hombres blancos de clase media. Sus trabajos vendieron millones de copias, llenaron estadios y sonaron hasta rallarse en los walkman, discman y minicadenas de las mujeres que nunca encontraron sus propios referentes ni en Kurt Cobain ni en la batalla testosterónica entre Oasis y Blur.
Primer ejemplo: Ironic, del disco Jagged Little Pill de Alanis Morissette, que cumplió 25 años en 2019. En Estados Unidos llegaron a rebautizar este tema como Idiotic (idiota, en castellano) para así otorgarle el título de peor canción de los noventa. El álbum colocó 33 millones de copias, consiguió cinco Grammy en 1996, uno de ellos al álbum del año, y la artista recorrió el mundo en una gira que duró casi un año y medio. De aquel álbum también salieron los éxitos You Oughta Know y Hand in My Pocket.
Morissette tuvo poco margen para disfrutar de la fama. No solo recibió las críticas demasiado rápido, sino que como le contó a Oprah Winfrey en 2014, sufrió estrés postraumático tras la salida del disco. Durante dos años no logró sonreír y además recayó en sus problemas de alimentación después de que un ejecutivo de su discográfica le dijera que estaba engordando. Meredith Brooks se vio arrastrada por este fenómeno: en un momento dado la prensa atribuyó su single Bitch (donde se definía como una zorra) a Morissette como parte de ese fallido disco que contribuyó a enterrar la década de los noventa.
A principios de la década siguiente, en 2002, a Lauryn Hill la condenaron por Unplugged 2.0. Tras años de recibir el beneplácito de la industria y la prensa por discos como The Miseducation y su trabajo con The Fugees, la cantante publicó una obra donde criticaba al sistema capitalista, consumista y patriarcal en temas como I Find It Hard to Say (Rebel). No solo lo plasmó en sus letras, subió su hartazgo a los escenarios donde aparecía vestida de colores y con un maquillaje extravagante para gritar: “Haced peligrar el consumismo, rebelaos…”. Como recordaban Isabel Calderón y Lucía Lijtmaer en su podcast Deforme Semanal Ideal Total, no lo hacía para entretener, sino para “abrir los ojos, con la idea de subvertir”.
Su propósito se topó con el calificativo manido y ramplón que persigue a las mujeres: “Loca”. Su expareja y compañero en The Fugees, Wycleff Jean, ya había dejado por escrito en la revista Rolling Stone que necesitaba ayuda psiquiátrica. Imagen que se reforzó cuando ella criticó la pedofilia en la Iglesia católica.
Minna Salami lo resume en su libro El otro lado de la montaña (Temas de hoy): “El establishment cultural ridiculiza a las mujeres artistas que cuestionan las desigualdades sistémicas”. Víctimas de esta manera de calificar a las mujeres fueron también Fiona Apple y Sinéad O’Connor. En 1997, Apple recibió el premio a mejor nuevo artista en los MTV Video Music Awards y dijo que el mundo era una mierda. Tenía 20 años. Fue suficiente para aquella joven llamada a ser una de las estrellas de la música no lo consiguiera. El mensaje no fue la única causa. A ella no le interesaba ese estatus y a su discográfica tampoco lidiar con alguien que abandonaba el estudio cuando se sentía presionada aunque fuera capaz de escribir un éxito como Criminal en una tarde y convertirlo en el hit de un álbum. Al fin en 2020 la crítica parece rendirse a su talento: Fetch The Bolt Cutters ha sido disco del año en varias publicaciones influyentes.
En el caso de Sinéad O’Connor la rebeldía que parecía siempre justificada en los hombres se convirtió en su condena. En 1992, cuando publicó Am I not your girl?, su tercer disco, fue invitada al programa de televisión Saturday Night Live. No solo promocionó su trabajo, también denunció los abusos sexuales cometidos en la Iglesia católica. La artista interpretó War, de Bob Marley, en la que invitó a los niños a pelear: “Tenemos confianza en la victoria del bien sobre el mal”, dijo antes de romper y lanzar contra la cámara una foto del papa Juan Pablo II, para terminar gritando: “¡Luchad contra el verdadero enemigo!”. Su carrera se truncó aquella noche aunque fuera la autora de temas como Troy y Mandika , además de una de las más célebres versiones de Nothing Compares 2 U, original de Prince.
Dolores O’Riordan (cantante de The Cranberries), Courtney Love (ya como solista) y Shirley Manson (líder de Garbage), acabaron fagocitadas por las críticas a sus declaraciones más que a sus trabajos. En el caso de Love, sufrió el mismo castigo que Yoko Ono: fueron responsabilizadas de truncar las carreras de sus parejas Kurt Cobain y John Lennon (y hasta del fin de The Beatles).
Amparo Llanos, líder de Dover junto a su hermana Cristina, recordaba en una entrevista en S Moda los momentos duros que tuvieron que vivir por ser dos mujeres al frente de una banda de rock: “Nos definieron como una falla, una anomalía del rock, por lo que no podríamos encajar en ninguna antología de su música. Y eso es terrible porque hace que las chicas jóvenes que empiezan no tengan tradición para mirar atrás. No existe esa tradición. En la sociedad patriarcal los hombres sí que la tienen, sí que miran atrás y dicen ‘cómo molaba Nirvana, cómo molaba Jimmy Hendrix, cómo molaba este y el otro’. Y en cambio nosotras no, porque se te entierra antes de tiempo. Creo que es importantísimo que las chicas jóvenes puedan tener referentes femeninos”.
Sirva esta lista para recordarlas a todas ellas y a tantas otras como Gwen Stefani de No Doubt, Natalie Imbruglia o Joss Stone, entre tantas otras.
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