Los otros ‘ismos’
Impugnando las etiquetas al uso, la exposición ‘Des/Orden moral explora en el IVAM la relación entre arte y sexualidad en la Europa de entreguerras
Fetichismo. Uranismo. Dionismo. Ondinismo. Sadomasoquismo. Y mil ismos más de unas vanguardias sexuales que a partir de finales del XIX llenan de palabras nuevas la ciencia (y la conciencia) de Occidente. ¿La buena o la mala? No está claro. Lo que no se puede decir no se puede pensar, ni quizá sentir. Pero tampoco vigilar ni castigar, como apuntó Foucault cien años más tarde. En su texto para el catálogo de esta exposición vasta y fundamentada en décadas de trabajo pionero sobre estos asuntos, Juan Vicente Aliaga insiste sobre la cuestión nominal y la pulsión etiquetadora de conductas sexuales que aquejó a psiquiatra, sociólogos y periodistas en la Europa que cambiaba de siglo y la de entreguerras. Ayer como hoy, se distingue a la legua a un puritano en su pulsión por la etiqueta. Las cosas existen cuando se nombran: a partir de entonces pueden legislarse, prohibirse, condenarse.
Y a la vez, los amores que no se atrevían a decir su nombre también encontraron en la autodenominación su fuerza, su paso de la defensiva a la ofensiva (siguen siendo ofensivos para muchos), su formulación como identidades personales e inevitablemente políticas. Gay, marica, bollo, trans, queer, no binario: el debate nominal sigue hasta hoy con la misma fuerza. Queramos o no: no nos queda otra. A partir del XIX quedaron atrás, irrecuperables, las fluideces sexuales sin nombres y apellidos del teatro isabelino o los talleres de los manieristas italianos, de las memorias de Cellini o Casanova, de la Edad de la Conversación ambigua de los libertinos y las libertinas que compila Benedetta Craveri en sus libros deliciosos. Arcadias morales e idilios sexuales que nunca fueron, probablemente, pero a los que no podemos ni quizá debemos dejar de aspirar.
¿Libertad o libertinaje? La oposición, por supuesto, es una falsa premisa y una trampa del lenguaje más vieja que la tos. Pero la batalla filológica en el campo de la ley, la medicina y la moral se renueva y libra también en el campo de las artes desde entonces. Des/Orden moral viene a recordarnos una vez más (y las que hagan falta) que los nuevos ismos sexuales encuentran su correlato en los artísticos durante la edad de oro de las vanguardias europeas, en los veinte años escasos que van entre las dos guerras mundiales. En Francia, Alemania, Inglaterra, y por supuesto España. En grandes lienzos luciéndose en los salones de los ricos y en dibujos obscenos bosquejados en cinco minutos y escondidos luego cinco décadas. En fotos para consumo privado y en revistas de tirada pública. En firmas famosas y obras anónimas, en artistas que brillaron y en otros oscuros tanto o más fascinantes.
Yo propondría leer y pasear por esta exposición y por la época que reconstruye como por un gran relato de relatos, de esos que precisamente tanto gustaron a los libertinos. Una especie de Mil y una noches pasadas con mil y un compañeros de cama: grotescos y/o deseables, morbosos y/o repulsivos, sexys y/u olvidables. En esos irresolubles y/o, claro, está muchas veces el quid de todo esto.
El argumento de fondo, el relato-marco, sería la tensión permanente en el arte que habla de sexo entre camuflaje y revelación, entre subterfugio y transparencia, entre evasión y combate. Por un lado, la huida hacia adelante mediante la puesta en circulación de nuevos valores sin nombre (y por eso profundamente subversivos). Por otro, la construcción de baluartes que delimiten y defiendan nuevos territorios políticos al darles nombre y entidad pública.
Como buen marco, el cuento de esa batalla permanente admite en su seno mil y una narraciones, vidas, cuerpos en los que se inscriben las cicatrices de la lucha. Algunos son archisabidos a estas alturas, como los saltos de cama en cama del grupo de Bloomsbury, sus apóstoles de una homosexualidad elitista, las desvergüenzas privadas (con el castigo muy público de Wilde en mente) de Dora Carrington y Vanessa Bell, de Duncan Grant o Lytton Strachey.
Y otros menos conocidos, como los lienzos orgullosos de Dame Ethel Walker, que desactiva la predadora mirada macho sobre el cuerpo y el espacio femenino en los grandes cuadros de Historia que habían sido su terreno de caza favorito durante siglos.
Hay historias contradictorias y sin final feliz, como la de la siempre intempestiva e inocentemente brutal Carol Rama, pintando en el Turín fascista acuarelas y escenas sexuales perversas, polimorfas, inefables, que censurará después la Italia “liberada” y hasta hoy resultan “difíciles”.
Hay durísima violencia de género en las fantasías oscuras de Alexander Gergely que algún que otro museo se sentiría hoy tentado de “cancelar” (eufemismo de avestruces que temen meterse en jardines). Hay escabrosas relaciones entre sexo y poder en el puro arte fascista italiano y alemán y sus deslices dolorosos del camp a los campos. Hay miradas problemáticas y colonizadoras sobre los cuerpos racializados y sexualizados de negros, árabes o sicilianos en las fotografías falsamente arcádicas del barón Von Gloeden, los retratos de Glyn Philpot, el orientalismo kitsch (valga el pleonasmo) de Morcillo. Y ya que estamos con España, Aliaga tiene en la punta de los dedos las mil variantes semiolvidadas de la sicalipsis, del Néstor excesivo e inenarrable, dicho sea como elogio, a los experimentos fotográficos de Gregorio Prieto y de Chicharro y la desafiante imagen pública y notoria de Tórtola Valencia.
La República de los Marginados: así habla en el catálogo Annelie Lütgens de la de Weimar, invernadero de muchas de las inversiones, perversiones y desvíos que se muestran aquí. Es también una buena definición del arte que los registró o los inventó. Y quizá, ojalá, al final, del arte a secas.
Des/Orden moral. Arte y sexualidad en la Europa de entreguerras. IVAM. Valencia. Hasta el 21 de marzo de 2021.
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