No es un simple juego de palabras
Las mujeres que intentan mantener con los pacientes una “presencia ideal” y no una “distancia ideal” son las verdaderas protagonistas de este libro de Eduardo Berti
Yo suelo decir que leer cuentos es como visitar un lugar. Leer novelas, en cambio, es habitarlo”, afirma uno de los personajes del nuevo libro de Eduardo Berti (Buenos Aires, 1964). Una presencia ideal no es ninguna de las dos cosas, sin embargo: su referente más directo es el libro de relatos de William March Compañía K (1933; hay edición española de 2012, en Libros del Silencio), en el que March atribuía a un puñado de personajes imaginarios sus experiencias (reales) como soldado durante la Primera Guerra Mundial, ficcionalizándolas y tomando distancia de ellas, pero, al mismo tiempo, volviéndolas colectivas, universales, más próximas para su lector.
Una presencia ideal tiene un propósito parecido y es también una obra polifónica; en ella resuenan los monólogos de los integrantes de la Compañía K, sí, pero también los epitafios de la Antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters, y las voces de La cruzada de los niños, de Marcel Schwob: como en todas estas obras, en Una presencia ideal el detalle y la anécdota significativos permiten vislumbrar vidas completas y ejemplares en su (sólo aparente) banalidad.
Eduardo Berti es un experto en este tipo de vidas; desde su primer libro de relatos, Los pájaros (1994), en adelante, el escritor argentino radicado en Francia y miembro del Ouvroir de Littérature Potentielle u OuLiPo se ha dedicado a perseguir lo extraordinario allí donde daría la impresión de que no se encuentra: en la vida de La mujer de Wakefield (1999), donde adoptaba el punto de vista de la esposa del personaje en fuga del relato célebre de Nathaniel Hawthorne, en la obsesión del boxeador que sólo desea volver a enfrentarse al único contrincante que pudo derrotarlo en La sombra del púgil (2008), en el matrimonio forzoso de una joven china en El país imaginado (2011), en el viaje de un viejo profesor de literatura iberoamericana a un congreso (más) en Lyon en Todos los Funes, finalista del Premio Herralde de 2004. Para hacerlo, Berti lleva casi 30 años explorando formas poco ortodoxas como el relato brevísimo o microrrelato (La vida imposible, 2002; Los pequeños espejos, 2007; parcialmente, Círculo de lectores, 2020) y los procedimientos del OuLiPo en la excepcional Por. Lecturas y reescrituras de una canción de Luis Alberto Spinetta (2019), pero su arrojo no se limita a la ampliación del repertorio de las posibilidades narrativas, sino también a la escritura en condiciones poco habituales, como pone de manifiesto Una presencia ideal.
Entre abril y diciembre de 2015, Berti pasó varias semanas en la unidad de cuidados paliativos del hospital universitario de Ruan gracias a una invitación para realizar lo que denomina “una residencia médico-literaria”, y Una presencia ideal es el resultado de esa residencia: un libro poblado de personajes que esperan, que mueren solos, rodeados de sus familiares o en compañía de una enfermera que encarna para ellos, brevemente, toda la humanidad; pacientes que piden a las enfermeras que les muestren los pechos (“o uno, al menos”), que se niegan a ver a sus hijos, que prefieren morir, que no desean morir sin saber cómo termina la novela de Georges Simenon que les están leyendo, se refugian en la música, escogen permanecer en silencio, fingen estar dormidos, no pueden dormir, se muestran pacientes o son desconfiados y autoritarios, fuman a escondidas, se ponen rabiosos o tratan de preservar su dignidad, sólo piensan en renovar su permiso de residencia, esperan a un hijo que vive en otro país, tienen mensajes para personas del pasado, están furiosos y desconcertados; y a veces, también, agradecidos ante la inminencia del desenlace.
Pero las verdaderas protagonistas de este libro de Berti son las mujeres que trabajan en la unidad de cuidados paliativos: enfermeras, médicas, esteticistas, limpiadoras, psicólogas, secretarias, auxiliares, externas, practicantes y voluntarias, una de las cuales reflexiona: “Desde la noche de los tiempos son las mujeres, las matronas, las que ayudan y acompañan durante el parto. De modo que, en aras de la simetría, son las mujeres las que ayudan y acompañan en el momento de la muerte”. Berti las homenajea explícitamente y les “cede la palabra”. Y el resultado dista de ser ominoso, pese a su tema: de hecho, el libro está lleno de gestos de generosidad y de solidaridad, silencios y pequeñas transgresiones a unas normas que están destinadas a proteger a las trabajadoras del hospital, pero que éstas transgreden a menudo porque, como asegura una de ellas, “los demás se equivocan cuando afirman que un buen profesional sanitario tiene que encontrar la distancia ideal con los pacientes (…) lo que debemos encontrar es la presencia ideal. Y que no se trata, para nada, de un simple juego de palabras”. Esa “presencia ideal” consiste en acompañar al paciente y devolverle la dignidad que le arrebataron la enfermedad y el dolor, algo potencialmente más importante que cualquier medicina y el tipo de cosa que, de tan valiosa que es, quizás nunca podamos retribuir económicamente como corresponde, aunque deberíamos intentarlo. Este es el primer libro que Eduardo Berti escribe en francés y es, por consiguiente, el producto de un doble extrañamiento: del género y de la lengua de escritura. No es una novela ni un libro de cuentos, pero las circunstancias lo convierten en un libro singularmente actual, un libro necesario y conmovedor.
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Traducción: Pablo Martín Sánchez.
Editorial: Alianza, 2020.
Formato: tapa blanda (160 páginas, 14 euros) y e-book (8,49 euros).
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