Las otras profesiones de los bailarines
Comerciales, camareros, profesores, repartidores... Son algunos de los empleos a los que se recurre en el mundo de la danza por la falta de oportunidades y de apoyo a los artistas emergentes
Este reportaje forma parte del proyecto final de la asignatura de Digital de los alumnos de la 25ª promoción de la Escuela de Periodismo UAM / EL PAÍS 2011
"La danza es la hermana pobre de las artes". Así de tajante se expresa el coreógrafo Chevi Muraday (Madrid, 1969), sobre la situación de este arte escénico en el panorama actual de la cultura. De todas las áreas, la danza es la que menos ayuda pública recibe, unos 4 millones de euros -menos de un 10% de lo que recibe el cine. ¿Y qué hacen quienes se dedican a esta profesión vocacional, que requiere muchas horas de entrenamiento para conseguir, en la mayoría de los casos, trabajos intermitentes? Las posibilidades de tener una plaza fija en una compañía son escasas. En 2010 había 32.800 alumnos matriculados de danza para 843 compañías, según los datos del Ministerio de Cultura. Las alternativas: emigrar, dar clases o crear una compañía propia. Muchos buscan trabajos que nada tienen que ver con el baile. Estas son sus historias.
"Es muy duro soñar con trabajar en tu profesión y no obtener un empleo fijo."
Montar su propia compañía: Muraday es el director y coreógrafo de la compañía de danza moderna Losdedae. Además de coordinar el trabajo, muchas veces plancha y cose el vestuario, e incluso diseña el atrezo para ambientar sus espectáculos. Pese a que recibe una subvención del Ministerio de Cultura, considera que no es suficiente. "Sobrevivimos gracias a los trabajos que hacemos en el extranjero". Los meses que no les contratan, la compañía no tiene ingresos pero los seis bailarines que la conforman tienen un sueldo fijo. Eso sí, cuando alguno enferma en plena gira hay que rehacer el espectáculo. "No tenemos dinero para contratar a un sustituto", se lamenta el madrileño, que fue Premio Nacional de Danza 2006. "Y nosotros tenemos 15 años en esto, las generaciones que vienen lo tendrán peor".
Servir comida rápida: José Álvaro Bernal es andaluz, tiene 29 años y una formación profesional en clásico. Desde los 16 años trabajó bailando en varios países, pero tuvo que servir hamburguesas en un McDonalds para ganarse la vida entre función y función. "Me encanta bailar pero este tipo de vida tan inestable me supera", comenta. Bernal optó por abrir su propia escuela en Pozuelo. "A partir de cierta edad ya no puedes bailar. Además así estoy seguro de tener con qué jubilarme". Reconoce que el mundo del baile es "muy bonito, pero no se gana dinero, no se tiene estabilidad, no alcanzas a la pensión y cada vez hay más competencia".
Dar clases: La madrileña de origen palestino María Faidi desafió la estadística y empezó a recibir clases de danza oriental a los 31 años. Abandonó su trabajo en una empresa de comercio exterior y se dedicó por completo a bailar y a investigar sobre la danza. Diez años después, Faidi tiene su propia escuela. "Monté mi empresa con un microcrédito. Hace unos años la danza oriental se puso de moda y los ayuntamientos me contrataban para pequeños espectáculos", recuerda, "pero querían que facturaramos aunque trabajásemos 12 horas al mes, por lo que o te hacías autónomo o empresario".
Compaginar varios trabajos: Lucas Tadeo también nació en Madrid. Baila claqué desde que acabó su carrera de Bellas Artes a los 23 años. Ahora tiene 32. Ha bailado en los grandes teatros de Nueva York y en el metro de Madrid. Da clases desde hace dos años para sobrevivir y lo compagina con colaboraciones en grupos o en solitario. "Hago bolos como en el estreno de la película Midnight en Paris. Pero eso no deja para vivir, muchas veces somos tantos para repartir lo que ganamos que nos sale por los gastos del viaje. Las colaboraciones a las jam session del grupo Mad4dixie no me las pagan, es gratuito. Por eso doy clases". La ventaja del claqué es que es un mundillo reducido y todos se conocen por lo que se consiguen trabajos por recomendación. Sin embargo las condiciones son precarias: "Trabajo por horas y si enfermo o me lesiono no cobro. No me puedo permitir el lujo de parar porque hay que comer".
Vender casas: Isabel Marinas, de 33 años es bailarina desde los siete. Comenzó a dedicarse profesionalmente a la danza a los 22 y vivió de ello durante una década. Iba de casting en casting, de función en función. Tocó fondo cuando la despidieron de un espectáculo de funky sin pagarle. Ahora trabaja a tiempo completo en una inmobiliaria y da clases de baile moderno en la Universidad Complutense de Madrid. "Los curritos nos quedamos en nada si bailarines con nombre bajan el caché y hacen el mismo trabajo", afirma.
Emigrar: Juan Manuel Prieto es de Illescas (Toledo) y tiene 26 años. Inició su formación de bailarín de danza española y flamenco a los 17 años. Comenzó a compaginar empleos mientras se formaba en el Real Conservatorio de Danza Mariemma: trabajó en un crucero y formó parte de varias compañías. Desde hace unos meses trabaja en un proyecto en Japón. "Los trabajos en España están muy difíciles... no te pagan ensayos, apenas hay contratos fijos; incluso los bailarines del Ballet Nacional son contratados por años completos pero no son plantilla indefinida", dice el bailarín. Prieto explica que como los ensayos se suelen pagar en negro, una lesión durante estos no se puede considerar accidente laboral. "Además, cada vez hay mas gente que no te da de alta en la Seguridad Social, con lo que por muchas galas que hagas, es prácticamente imposible conseguir una buena pensión". Cuando acabe su contrato en Japón regresará seis meses a Madrid para intentar desarrollar un proyecto con varios compañeros, pero después regresará en junio a tierras niponas. "Mi futuro es un poco incierto... seis meses viviendo en Madrid, pagándote clases para mantenerte en forma y alquilando salas de ensayo para sacar adelante la compañía. A veces se dan situaciones un poco complicadas, como tener dos galas en un mismo día. Lo lógico sería no aceptar una para poder trabajar más cómodo, pero si ese mes solo tienes esas dos galas ¿acaso tenemos opción?", concluye.
Más de una función: Celia Medina, de Lanzarote, es bailarina de clásico desde los nueve años. Se mudó a Cádiz con 14 para entrar al conservatorio de ballet. Al finalizar su formación, probó suerte en Barcelona donde trabajó en pequeños espectáculos. Se decidió a estudiar comedia musical para ampliar sus oportunidades laborales. Llegó a Madrid con 20 años porque la ciudad es, según ella, "la cumbre de los musicales". No ha parado de trabajar desde entonces. Pertenece actualmente al elenco del espectáculo infantil Bob Esponja. Sin embargo reconoce que con su sueldo no llega a fin de mes por lo que siempre participa en castings para bailar en otros eventos. "Es muy duro soñar con trabajar en tu profesión y no obtener empleo fijo." Aún así, Medina se considera afortunada. No como otros que, mientras sirven copas, venden sofás o reparten publicidad por la calle, aún esperan la llamada que les suba al escenario.
Aún así hay quienes se arriesgan
Los ocho integrantes de la compañía de danza T.A.C.H. son exalumnos de la promoción 2011 del Real Conservatorio de Danza Mariemma. Al finalizar sus estudios decidieron unirse para crear un proyecto que les permita desarrollar la danza moderna en España. "Irnos fuera no es la idea, queremos trabajar aquí", nos cuenta Juan Cabrera, uno de sus integrantes. Participaron con el coreógrafo israelí Sharon Fridman en el festival "La ventana de la danza 2011" en el teatro Conde Luque. Sin embargo cada uno tiene un trabajo "oficial" que les sustenta mientras trabajan por darse a conocer: Bea Francos es comercial; Miriam Varela, camarera; Ekaterina Daragan hace labores de traducción; Laura Cuxart da clases de mantenimiento corporal y Juan Cabrera es monitor de pilates. Lo que recaudan en sus presentaciones lo destinan como fondo para la compañía. "Hay nivel y calidad en España, lo que no hay es apoyo, no se cuida la cultura" cuentan al ser entrevistados por Skype. Y aunque el futuro les da "un poco de miedo por los recortes y las trabas", no les faltan las ganas. "No sabemos bien cómo, pero hay que seguir luchando. La cultura está en manos de la gente y la unión hace la fuerza" concluyen.
Babelia
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