Portaaviones contra lanchas: el ‘USS Gerald R. Ford’ y el intervencionismo reciclado
La desproporción es tan grotesca que parece sacada del realismo mágico, pero sin magia y con mucho realismo bélico


La escena sería cómica si no fuera trágica: el USS Gerald R. Ford, el buque de guerra más poderoso del planeta, navega por aguas latinoamericanas en medio de tensiones con Venezuela, supuestamente para enfrentar el narcotráfico. ¿Qué sigue? ¿Misiles hipersónicos contra pescadores sospechosos? ¿Drones cazando cayucos en alta mar? La desproporción es tan grotesca que parece sacada del realismo mágico, pero sin magia y con mucho realismo bélico.
La decisión de desplegar semejante monstruo naval en la región no solo es absurda: es reveladora. Revela que, para ciertos sectores del poder estadounidense, el narcotráfico sigue siendo una excusa útil para justificar intervenciones, intimidaciones y demostraciones de músculo militar. Como en los viejos tiempos: Panamá en 1989, cuando invadieron para capturar a Noriega; República Dominicana en 1965, para “restaurar el orden”; o Guatemala en 1954, cuando la CIA decidió que una reforma agraria era una amenaza comunista. Cambian los pretextos, pero no el libreto.
¿Y qué hay del fenómeno del narcotráfico en sí? ¿De su complejidad estructural, su “larga data”? Nada. Silencio. El portaaviones no viene con analistas de flujos financieros, ni con expertos en políticas públicas, ni con programas de desarrollo alternativo. Viene con misiles, radares y marines. Como si la cocaína se combatiera con torpedos y no con inteligencia, justicia social y cooperación regional. Y en las zonas cocaleras: con programas de desarrollo alternativo (que sí funcionan cuando se ejecutan…).
Ironía doble
La ironía es doble. Mientras se despliega el Ford, gobiernos como el de Colombia y el Reino Unido se distancian de las operaciones estadounidenses en el Caribe, denunciando ejecuciones extrajudiciales desde el aire. ¿Quién queda, entonces, como aliado? ¿Quién aplaude el “espectáculo”? ¿Alguien puede creer que lanzar misiles sobre lanchas con tres hombres mal pagados o pescadores es una estrategia seria contra el crimen organizado?
Y peor aún: ni siquiera sabemos si esas lanchas son realmente “narcolanchas”. En muchos casos, ya se sabe que eran embarcaciones de pescadores artesanales, migrantes o trabajadores informales que navegan en condiciones precarias. La lógica del “dispara primero, pregunta después” convierte el mar Caribe en un escenario de impunidad flotante, donde la presunción de inocencia se hunde antes que la embarcación.
Lo que debería estar en la agenda de la ONU —organismo que, a diferencia de ciertas agencias gubernamentales, ha abordado el narcotráfico con seriedad y enfoque multidimensional— no son portaaviones ni bombardeos, sino el impulso al desarrollo alternativo, el debate urgente sobre el uso desproporcionado de la fuerza en operaciones antidrogas, las ejecuciones extrajudiciales en aguas internacionales y la necesidad de establecer límites claros al intervencionismo militar bajo pretextos de seguridad. Si la ONU quiere seguir siendo un foro legítimo para la gobernanza global, debe exigir que la lucha contra las drogas se base en derechos humanos, evidencia empírica y cooperación soberana, no en espectáculos navales que evocan más a la Guerra Fría que a una estrategia del siglo XXI. Lo mismo cabe exigir de la OEA, si quiere recuperar relevancia en un continente, que ya no tolera silencios cómplices ni diplomacias decorativas.
La historia latinoamericana está llena de estos gestos imperiales disfrazados de preocupación humanitaria o lucha antidrogas. Pero también está llena de memoria. Y la memoria, cuando se activa, incomoda. Porque recuerda que detrás de cada intervención hubo intereses, abusos y consecuencias que aún duelen. El USS Gerald R. Ford no es solo un buque: es un símbolo. Y como todo símbolo, habla más de quien lo envía que de quien lo recibe.
América Latina no necesita portaaviones. Necesita respeto, escucha, y sobre todo, que se reconozca que el narcotráfico no se combate con guerra, sino con política. Pero claro, eso no luce tan bien en las fotos satelitales.
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