Jacobo Hurwitz, la mano derecha de Stalin en Latinoamérica que intentó asesinar a un presidente mexicano
El periodista Hugo Coya ha escrito ‘El espía continental’, una novela sobre el peruano de ascendencia judía que promovió el comunismo de la mano del dictador ruso
Hace un puñado de años, Hugo Coya (Lima, 1960) se enteró que un peruano de padres judíos llamado Ludovico Hurwitz había sido el último fusilado en el Torre de Londres, allá por 1916. Su curiosidad se tradujo en su primera novela, El último en la torre (Planeta, 2022). Cuando la concibió ya tenía en mente su siguiente entrega: narrar las aventuras de su hermano Jacobo Hurwitz, un activista político que sirvió al comunismo en diversas misiones de repercusión internacional, pero que también había pasado desapercibido para los historiadores. Fue Ana, la única hija viva de este agente —una mexicana discreta que reside en Lima—, quien lo convenció de que su historia merecía existir. Sobre El espía continental (Planeta, 2024) dice la contraportada: “Su legado es un intrincado tejido político, la memoria misma del continente en el siglo XX”. Coya, un periodista con espíritu de historiador, recibe a EL PAÍS en su casa, en Lima, para conversar sobre el último de sus enigmas.
Pregunta. Un espía enviado por los rusos que se pasea por Latinoamérica esparciendo el comunismo. ¿Qué diría la derecha de Jacobo Hurwitz?
Respuesta. (Risas) A ver, se trata de alguien que quería cambiar el mundo. Comencemos por allí. El espionaje es una de las tantas imputaciones que recibe. Y sí, parte de su tarea era hurgar en la vida de los demás, pero eso sería reducirlo a un informante de los rusos o los soviéticos. Jacobo Hurwitz fue una figura importantísima en América Latina que ayudó a fundar los partidos comunistas de varios países, solo que siempre estuvo detrás, escondido. Eso provocó que los historiadores y biógrafos no le hayan dado el lugar que merece.
P. ¿Cómo Hurwitz llega a ser el hombre de Stalin en el continente?
R. Después de ser deportado del Perú por su filiación aprista en los años veinte, Hurwitz huye a Panamá, donde se vincula con el movimiento inquilinario que ocasiona el primer gran levantamiento social del país debido a las casas precarias que les habían asignado a los antillanos que fueron llevados para construir el Canal de Panamá. Luego se va a Cuba donde se involucra con los comunistas originales, entre ellos Julio Antonio Mella, un dirigente estudiantil que fundó el Partido Socialista Popular. Pero es en México donde adquiere más protagonismo. Moscú quería establecer el comunismo en el continente y depositan su confianza en él. Jacobo Hurwitz promovió el partido comunista salvadoreño, por ejemplo. En un gran sentido era quien llevaba la voz de Stalin en América Latina.
P. En uno de los capítulos dice sobre el devenir de Hurwitz: “Temprano llegaría a la certeza de que los países latinoamericanos parecían repetir un mismo libreto, con distintos nombres y diferentes acentos, desde el río Bravo hasta la Tierra del Fuego”. ¿Es un punto de vista que continúa firme en este siglo?
R. Absolutamente. Y quizás ahora más que nunca. Lo acabamos de ver en Guatemala, lo estamos viendo de alguna manera en el Perú y lo vemos desde hace mucho en Venezuela y Cuba. Son dictaduras. Lo único en lo que se quedó corto Hurwitz en este raciocinio es que no solo las dictaduras eran de derecha. Las de izquierda podían ser tan o más peligrosas. La voracidad y el autoritarismo son ambidiestros.
P. El libro describe la relación de Hurwitz con José Carlos Mariátegui, marxista peruano y uno de los pensadores más influyentes del siglo pasado. ¿Se podría decir que fue su discípulo?
R. Así es, fue su discípulo. He hallado cartas entre ambos donde la admiración está presente. En algún momento Hurwitz se muda cerca de la casa de Mariátegui para compartir con él. Y cuando muere le dedica un poema muy sentido. Seguía su línea de pensamiento. Hurwitz alcanza a presentarle a Mariátegui a un muchachito mexicano que fue su compañero de celda en las islas Marías que terminó convirtiéndose en un escritor y un activista revolucionario: José Revueltas.
P. Un apellido inmejorable.
R. (Risas) José Revueltas fue acusado de ser el instigador del levantamiento de los estudiantes en 1968 que provocó la matanza de Tlatelolco. Y vaya que fue perseguido. Con el tiempo produjo una obra muy sólida.
P. ¿Cómo se tejió la amistad de Jacobo Hurwitz con Frida Kahlo y Diego Rivera?
R. En principio por la vocación de los mexicanos de ser un pueblo acogedor con el necesitado. Eso ha hecho que miles de exiliados y perseguidos busquen un lugar en México. Rivera y Frida acogen a Hurwitz que no tenía dónde vivir, ni qué comer. Hurwitz hablaba varios idiomas. Así que lo ayudan, consiguiéndole pequeños trabajos como profesor de idiomas y redactor en algunos medios. Eso estrechó el lazo.
P. Hablemos del acontecimiento que gatilla la novela: el atentado contra el presidente Pascual Ortiz Rubio, en plena toma de mando en 1930. Se salvó de la muerte para vivir una tragedia: ser un presidente con dificultades de palabra por un disparo en la mandíbula. ¿Hay peor tragedia para un político?
R. La principal herramienta con la que trabaja un político es la palabra. Imagínate, un político mudo al que le cuesta vocalizar y recibe burlas por ello, como pude constatar en los diarios y revistas de la época. Fue una situación tragicómica: un presidente recién electo con serias complicaciones para comunicarse.
P. Convengamos que hay presidentes que sin sufrir atentados también entran en largas etapas de silencio…
R. Es el caso de la presidenta Dina Boluarte que lleva más de 40 días sin hablar con la prensa para no responder las preguntas acerca de sus relojes, sus joyas y todas sus acciones irregulares. En el caso de Pascual Ortiz Rubio, él sí quedó afectado de las cuerdas vocales.
P. Volvamos al personaje central de la novela. ¿Qué contradicciones halló en Jacobo Hurwitz?
R. A fines de los años treinta él regresó al Perú con una misión ordenada desde Moscú: convencer a los comunistas de votar por Manuel Prado Ugarteche, un representante de la oligarquía, un aristócrata. Una incongruencia enorme. Básicamente le otorgaban el voto a cambio de dejar la clandestinidad y volver a la legalidad. Finalmente, Prado sale elegido pero no les concede nada.
P. ¿Observa en la política actual una incongruencia semejante?
R. Desde luego. Si hablamos del Perú tenemos una alianza autoritaria de todas las tendencias en el Congreso. Una coalición que existe para sostener a Dina Boluarte y para aprobar una serie de normas que benefician a ciertos grupos de interés. Es una alianza evidente.
P. Comenzó a publicar libros a partir de los 50 años y El espía continental es su octavo libro en catorce años. ¿Qué satisfacciones le ha traído seguir dando batalla en un mercado pequeño?
R. Soy periodista antes que escritor y durante muchos años pensé que escribir un libro era una tarea mayor. Pero además de eso no encontraba las historias que me obligaran a invertir mi tiempo. Mi primer libro, Estación final, sobre una veintena de peruanos judíos que fueron víctimas del Holocausto ha sido adoptado en las universidades y también en los cursos de lenguaje en los colegios. Ha inspirado un monumento a Madeleine Truel, una heroína de la resistencia francesa en la Segunda Guerra Mundial que salvó a centenares de personas de ser llevadas a los campos de exterminio. Siempre me apasionó la historia y descubrí que quiero contar aquellas páginas en blanco en la historia de mi país.
P. Su literatura tiene esa particularidad de hallar peruanos en los pasajes más insospechados.
R. Es mi principal motivación. Escribo para reclamar el lugar de los peruanos en los grandes acontecimientos de la historia. Y sin forzar nada. Otro de mis libros, Los secretos de Elvira, es acerca de una espía peruana que murió en la miseria y que fue clave para el éxito del Día D en la Segunda Guerra Mundial al formar parte de la operación encubierta. ¿Por qué no podemos sentirnos orgullosos de eso? Los peruanos hemos sido decisivos en muchos aspectos de la historia.
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