‘Kinra’, la película peruana en quechua sobre la migración que conquista festivales
El primer largometraje de Marco Panatonic contó con un reducido equipo de producción, un elenco amateur que tuvo su primer acercamiento al cine, y un fondo estatal que hizo posible un nuevo hito en la filmoteca del cine andino
Un cusqueño pelucón, de sombrero y morral andino, vestido totalmente de negro, iluminó la gala de la 38° edición del Festival de cine de Mar del Plata con un breve discurso que removió fibras: “En el Perú hay una dictadura, un grupo de matones que ha matado a más de 80 personas en mi país, muchas de las cuales pudieron ser los protagonistas (de esta historia)”, dijo, despertando los aplausos del público. A ellos, a los fallecidos durante las protestas en contra del Gobierno de Dina Boluarte, y a su madre, por darle la vida, les dedicó el estreno de Kinra, su ópera prima, la película que tardó diez años en llevar a la pantalla grande, y que se llevó el premio mayor del festival: el Astor Piazzolla 2023, en la categoría de Mejor Largometraje.
“Tengo un compromiso político con la vida. Hubiera sido incoherente no decir nada”, afirma desde Buenos Aires, con el cabello recogido, Marco Panatonic, director de Kinra, el nuevo hito del cine peruano. Un drama sobre la migración del campo a la ciudad, protagonizado por quechuahablantes y grabado en el Cusco, en la provincia de Chumbivilcas. En otro recuadro de la pantalla nos acompaña, desde Madrid, el otro alfil del filme: el productor arequipeño Walter Manrique, quien en un inicio se sumó a Kinra en su condición de abogado para asesorar a Panatonic en cuestiones de derecho de autor.
Si bien el triunfo de Kinra no ha acaparado portadas ni la parrilla de los canales de televisión —a pesar de ser el galardón cinematográfico de mayor calibre del cine nacional desde el Oso de Oro de La teta asustada en el Berlinale 2009— son tiempos auspiciosos para el tándem. Cada vez más medios y festivales se interesan por la historia de Atoqcha (Zorro en quechua), un joven astuto que se ve obligado a dejar a su madre en la chacra para estudiar ingeniería civil en la capital de su región, ubicada en la sierra sur del Perú. Mar del Plata acogió la película después de tres rechazos en otras convocatorias. Y que si no se estrenaba en este 2023 quizá hubiesen tenido que devolver el estímulo económico del Ministerio de Cultura que recibieron en el 2017.
Kinra existe por una suma de voluntades: por un equipo de producción que no supera las veinte personas y que proviene de las regiones del Cusco, Arequipa y Puno; por un elenco de actores amateurs que nunca había actuado y que jamás hubiese tenido la oportunidad de estelarizar un largometraje; por la solidaridad de productoras amigas que rebajaron sus precios o incluso prestaron sus equipos; por el ímpetu de Marco Anatoni Vega Cuba —el verdadero nombre del director—, el muchacho que después de estudiar Ciencias de la Comunicación fue rechazado por algunas escuelas de cine pero siguió adelante con su productora Films Bastardía; y por un fondo del Estado que fue aprovechado centavo a centavo, en épocas donde ciertos congresistas desean cortarle las alas al cine regional.
“El cine también es un derecho. UNESCO le recomienda a los países que destinen el 1% de su presupuesto a la cultura, y estamos muy lejos de llegar allí. Kinra es una película valiosa porque nos muestra problemas que son visibilizados. Es importantísimo que el Estado participe activamente. Es un asunto que trasciende al cine. Es una cuestión de democracia, de ejercicio ciudadano”, sostiene el productor Walter Manrique. En su sentido discurso, en Mar del Plata, Marco Panatonic dijo que dudaba de si continuar haciendo cine, porque “en su país hay un fascismo que quiere destruirlo”, en alusión al proyecto de ley de la parlamentaria Adriana Tudela, del partido Avanza País, que busca derogar la actual ley de cine y, con ello, recortar las subvenciones a las producciones cinematográficas.
“Si bien no es una película enteramente en quechua. Un proyecto como este, que ganó un fondo en la categoría de lenguas originarias, debía hacerse con quechuahablantes, quienes además suelen estar ausentes en las películas. Era un asunto de coherencia. Ellos han aportado con sus humanidades”, explica Panatonic, cuya madre, Guadalupe Cuba, defensora comunitaria, integró la dirección de arte del filme. Fue ella quien sembró el orgullo por una lengua milenaria, cercenada por el centralismo.
Las influencias de Panatonic son diversas, desde el juliaqueño Flaviano Quispe, pasando por el ayacuchano Palito Ortega hasta el cine asiático y africano. Algunas de las bombillas que lo iluminaron en su ópera prima fueron el senegalés Ousmane Sembene, el filipino Lav Díaz, y los taiwaneses Hou Hsiao-Hsien y Edward Yang, entre otros. “Kinra es una película observacional que dialoga con el cine contemporáneo. O al menos es lo que he intentado”, dice con modestia Marco Panatonic, quien acostumbra decir que su generación ha tenido más privilegios al acceder a talleres de formación.
Junto a Manrique, ambos están trabajando en el teaser, una cuenta pendiente de una película que no solo llama la atención por su mirada reivindicativa y alejada del cine en serie, sino también por su duración: 157 minutos. Un largometraje en toda ley. Cuenta Manrique que Kinra seguirá su camino por otros festivales, pero no descarta ingresar al circuito comercial. En este 2024 podrá verse en el Perú. La mentira piadosa de Panatonic y Manrique es que el estreno mundial de Kinra en realidad no fue en Mar del Plata, sino en las comunidades de Chumbivilcas. Una función especial para el elenco. Kinra, el último acontecimiento del cine sudamericano, alza vuelo.
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