La oportunidad de la COP30 para superar la era del gas fósil
El gas no puede considerarse en la transición energética. Es un retraso. No allana el camino hacia un futuro limpio, sino que prolonga la dependencia de los combustibles fósiles

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Pasada la primera semana de la COP30 en Brasil, el debate sobre el papel del gas fósil en la lucha contra el cambio climático vuelve a encenderse. Mientras algunos gobiernos y empresas lo presentan como un “combustible de transición”, la evidencia científica apunta en otra dirección: el gas no allana el camino hacia un futuro limpio, sino que prolonga la dependencia de los combustibles fósiles y retrasa la adopción de energías renovables.
Llamarlo “natural” es una ironía. El gas fósil emite dióxido de carbono y, sobre todo, metano, un gas que atrapa el calor con más intensidad que el CO₂. Cada fuga de metano en la atmósfera es como una manta invisible que sofoca al planeta. Su impacto no se limita al clima: también afecta la salud de las comunidades cercanas a los yacimientos y a la infraestructura de transporte. Enfermedades respiratorias y cardiovasculares se suman a los costos invisibles de un modelo energético que insiste en presentarse como “menos dañino” que el carbón o el petróleo.
Bajo la promesa de la extracción y uso del gas fósil como puente para una transición ordenada, se oculta la perpetuación de un modelo extractivo que endeuda a las economías, compromete la salud pública y pone en riesgo ecosistemas estratégicos. Por ello, la narrativa que lo presenta como “gas natural” o “combustible limpio” es, en realidad, un ejercicio de greenwashing que intenta ocultar estos impactos.
En América Latina, los ejemplos abundan. En el yacimiento de Vaca Muerta, Argentina, la explotación de gas no convencional ha generado conflictos sociales y ambientales, además de emisiones significativas. En México, el proyecto de gasoducto Saguaro ha sido cuestionado por sus impactos en comunidades locales y ecosistemas, afectando un santuario de ballenas. Y en la Amazonia ecuatoriana, la quema rutinaria de gas asociado a la extracción petrolera sigue contaminando el aire y afectando la salud de poblaciones indígenas. Estos casos muestran que el gas fósil no es una solución, sino un problema maquillado de transición. Por eso, organizaciones de la sociedad civil lo han llevado ante tribunales, denunciando sus impactos sobre los derechos humanos y el clima.
Cada nueva inversión en gas fósil aleja los compromisos de emisiones netas cero para 2050 y contradice tanto el Acuerdo de París como la hoja de ruta de la Agencia Internacional de Energía, que exige una reducción drástica de todos los combustibles fósiles.
El reciente informe La ruta del dinero detrás de la expansión de los combustibles fósiles en América Latina y el Caribe, publicado por Urgewald, junto a organizaciones de la región, revela la magnitud de las inversiones planeadas en gas en la región. Según el estudio, 19 nuevas terminales de exportación de gas natural licuado (GNL) están propuestas o en construcción en América Latina y el Caribe, lo que generaría mayor dependencia de la región a los fósiles.
Más de dos tercios de esta expansión se concentran en México, particularmente en el Golfo de California, un ecosistema marino conocido como el acuario del mundo por su extraordinaria biodiversidad. Incluso, el informe advierte que estos megaproyectos no están diseñados para abastecer a la población local, sino para importar gas desde Estados Unidos, licuarlo en México y exportarlo a Asia, dejando tras de sí contaminación, impactos en la salud y la destrucción de ecosistemas clave.
El reporte también documenta que más de 54.000 megavatios de nueva capacidad de generación eléctrica a gas están planificados o en construcción en América Latina y el Caribe, con Brasil y México concentrando el 86% de esa expansión. Estas plantas, diseñadas para operar durante décadas, implican otra fuerte contradicción con los compromisos climáticos internacionales. “Estos proyectos solo benefician al lobby del gas y perjudican a todos los demás. Las energías renovables son más limpias, más baratas y pueden llegar a comunidades que hoy no tienen acceso a la red”, señaló Nicole Figueiredo, directora del Instituto Arayara en Brasil, citada en el informe.
Por su parte, la directora ejecutiva de la COP30, Ana Toni, señaló que acelerar la reducción del metano forma parte de la Agenda de Acción de la conferencia, y que reducir las emisiones de metano en el sector de los combustibles fósiles es esencial para disminuir el ritmo y la magnitud del calentamiento global. “Si sobrepasamos el límite de 1,5 °C de calentamiento, la reducción del metano, en el corto plazo, puede marcar una gran diferencia en cómo podemos cerrar esa brecha”, advirtió al señalar que este tema estará en el centro de las discusiones en Belém.
En este marco, las organizaciones de la sociedad civil participan este sábado de una gran marcha y llevan adelante un simbólico Funeral de los Combustibles Fósiles. Con la participación de cientos de artistas, líderes comunitarios y defensores ambientales, el acto transformará la protesta en arte y el duelo en esperanza. Paralelamente, la Marcha Global por el Clima, organizada por la Cumbre de los Pueblos, exigirá una transición justa y urgente lejos del carbón, el petróleo y el gas, principales responsables de la crisis climática y ambiental.
El pedido a las partes y a la Presidencia de la COP30 es claro: centrar las discusiones en la reducción de emisiones de metano en el sector de los combustibles fósiles, impulsar acciones concretas para eliminar fugas y emisiones fugitivas, y detener de inmediato toda financiación pública o multilateral destinada a nueva infraestructura de gas. Estas medidas no son radicales, sino coherentes con la urgencia climática y con la necesidad de mantener vivo el objetivo de 1,5 °C. Continuar destinando recursos a proyectos de gas fósil significa hipotecar el futuro y desviar fondos que deberían apoyar la urgente transición hacia energías limpias y resilientes.
Un estallido de justicia climática
En paralelo a la discusión sobre la salida de los combustibles fósiles, la COP30 también será escenario de propuestas para fortalecer la arquitectura institucional de la transición justa. Una de ellas es el Mecanismo de Acción de Belém para una Transición Justa (BAM en inglés). Esta iniciativa de la sociedad civil global propone una nueva instancia bajo la Convención Marco de la ONU sobre Cambio Climático que ayude a superar la fragmentación e insuficiencia de los esfuerzos actuales.
El BAM pretende articular iniciativas dispersas, garantizar su coherencia con los objetivos del Acuerdo de París y ofrecer un marco de cooperación que vincule la acción climática con la justicia social, los derechos de los trabajadores y el desarrollo sostenible. Al mismo tiempo, la creación del BAM puede ser un avance para acelerar la transición hacia energías limpias y dejar atrás los combustibles fósiles.
La COP30 en Belém ofrece una oportunidad histórica para corregir el rumbo. Brasil, como país anfitrión, tiene la posibilidad de liderar un debate que coloque la ciencia, los derechos humanos y la justicia climática en el centro de las decisiones. Se trata de definir si el gas fósil seguirá ocupando un espacio en la matriz energética global o si se dará un paso firme hacia su abandono. Belém puede convertirse en el escenario donde se marque un antes y un después en la política climática internacional, al reconocer que el gas fósil no es transición, sino retraso.
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