La veterinaria móvil que navega por ríos y arroyos para atender animales
La argentina Leila Peluso ofrece salud pública a los animales más apartados del Delta del Paraná. Parásitos e insectos son los principales enemigos a enfrentar
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Leila Peluso pone en marcha su lancha y fija el rumbo en el Río Sarmiento, al norte de la provincia de Buenos Aires. La navegación transcurre a ritmo lento, algunos rayos de sol asoman con timidez y se reflejan en el agua, que en el atardecer de un viernes atípicamente caluroso de junio luce con poco tránsito de embarcaciones. La misión de Peluso forma parte de la tarea que cumple a diario desde hace años, cuando se recibió de veterinaria: atender y socorrer a los animales que habitan las islas del Delta, una región compuesta por más de 200 kilómetros cuadrados con decenas de arroyos que es habitada por más de 12.000 personas, donde dos enfermedades se cobran la vida de cientos de mascotas al año.
Peluso (30 años, Buenos Aires) es la primera “veterinaria móvil” que recorre ríos y arroyos en barco. Desde hace cinco años navega largas horas por día para atender especies de todo tipo, desde perros y gatos hasta animales de campo, como caballos, gallinas, vacas y hasta nutrias o lobos de río. “Hoy es una tarde tranquila, tengo que entregar alimento, atender a unos perros y llevar medicación”, resume a América Futura en una entrevista a principios de junio. Aunque de inmediato aclara: “Nunca se sabe cuándo puede surgir una emergencia y tengo que ir”.
Las islas del Delta del partido de Tigre son una gran área que supera los 200 kilómetros cuadrados, separados del territorio continental por el Río Luján e integrado por un centenar de arroyos y una decena de ríos que se extienden hasta la provincia de Entre Ríos y Uruguay. Se estima que la población supera los 12.000 habitantes. Allí, el trabajo de Peluso es clave, ya que no hay hospitales de animales, las distancias son grandes, en especial en zonas aisladas de difícil acceso, y las dificultades para el traslado son habituales, ya sea por el horario o las condiciones climáticas.
El amor por los animales y la pasión por el agua
Mientras conduce su lancha, Peluso navega por su memoria para recordar qué la llevó a estudiar veterinaria. “Nunca pensé en hacer otra cosa, siempre me gustaron los animales y pude combinarlo con la náutica, que me apasiona”, resume. En sus tiempos de estudiante, solía pasar mucho tiempo en las islas, ya que sus padres tenían una casa en la zona. Cuando finalizó la carrera en la Universidad de El Salvador, los vecinos y allegados comenzaron a pedirle que atendiera a sus mascotas. “¿Por qué no traes algunas vacunas?”, le preguntaban con frecuencia. Con 24 años, decidió tomarse algunos días a la semana para viajar por las islas atendiendo la gran demanda por atención para las mascotas.
Al poco tiempo, la joven comprendió que debía contar con una embarcación propia. “Yo recorría en la lancha colectivo [un bus que recoge pasajeros en los muelles de las viviendas y los transporta hasta la terminal fluvial de Tigre] pero necesitaba un barco, me costaba llegar a atender a los pacientes y perdía mucho tiempo”, precisa. Con ahorros compró un pequeño gomón a motor que le aportó independencia, pero que también implicaba un riesgo. “Se me pinchó un montón de veces”, recuerda entre risas. Tres años atrás, compró una lancha techada y la diseñó para poder transportar medicamentos y atender allí a los animales en caso de urgencia. Este año dio un paso más y abrió un salón donde atender animales, también en una de las islas, “para poder atender cirugías y contar con más stock de medicamentos”.
La pasión por el agua llegó en la infancia por impulso de sus padres. Por eso, cuando tuvo que aprender a conducir no le resultó un universo desconocido. “Hay ocasiones en que tengo que navegar tres horas, geográficamente estoy más cerca de Uruguay, intento organizar para atender a varios pacientes”, dice. “En la zona —agrega— hay pocos veterinarios y no alcanza para cubrir la gran demanda”. La ausencia de hospitales veterinarios estatales también dificulta la atención: el más cercano está a 30 kilómetros de las islas, en otro distrito. En la ciudad de Tigre sí hay clínicas privadas, aunque para quienes viven en el territorio insular el traslado es complejo.
Parásitos e insectos, los enemigos a enfrentar
Leila amarra en el muelle de un arroyo calmo para entregar medicamentos a un perro al que atendió días atrás. El nivel del agua está bajo y requiere varias maniobras para retomar su recorrida por el Río Sarmiento, una vía de 20 kilómetros de extensión que une el puerto de Tigre con el Río Paraná de las Palmas. A su paso, una mujer la reconoce —en las islas es toda una celebridad— y le hace señas para que se detenga: a la distancia le consulta por su mascota, una pequeña perra que hace días tiene los ojos inflamados.
“En esta zona los animales tienen todas las patologías típicas de la ciudad, pero también hay algunas específicas del Delta”, detalla. Las picaduras de yarará, una de las serpientes más venenosas, es la que despierta mayor alerta. “Es una urgencia para los humanos y los animales”, explica.
Además, hay dos enfermedades típicas de la zona: la picadura de un mosquito que transmite Filaria, un parásito que afecta al corazón; y otro parásito presente en el agua del río que afecta los riñones. “La Filaria no es tan común, el problema es que no tiene cura, la droga no está disponible en el país, aunque sí se puede prevenir mediante la aplicación de antiparasitarios todos los meses”, advierte. “El parásito que afecta a los riñones es difícil de prevenir, es imposible que los perros y gatos no ingieran agua del río, aunque se puede extraer mediante una cirugía”, detalla.
La población animal de la zona es muy variada: “Los animales de compañía, perros y gatos, son los que más atiendo. Pero también hay gallinas, cerdos, ovejas, vacas y caballos”. En las islas más alejadas hay granjas con especies de producción. “Picaduras de yarará recibo alrededor de cuatro por año, y el parásito que afecta al riñón me demanda dos cirugías semanales”, calcula. Además, enumera peleas entre carpinchos y perros y animales lastimados por anzuelos de pesca, actividad muy frecuente en las islas, en especial durante el verano, donde los fines de semana las islas reciben a miles de turistas.
“Hay días que no siento que sea un trabajo”
La veterinaria isleña acaba de atender a Ucker, un perro de 13 años con dolor de huesos. “¿Comió? ¿Ayer tampoco?|, pregunta. “Tiene poca sensibilidad, está viejito”, diagnostica con amor. Nency, dueña del animal, escucha junto a su familia. Ucker llegó a su hogar en 2010 con 45 días. “Me interesa que no sufra”, devuelve la mujer, que habita las islas del Delta hace 25 años.
Una vez que termina la consulta, Leila se trepa a la lancha y emprende el regreso al continente. La noche comienza a asomar y no es seguro navegar a oscuras. “La isla es un pueblo, los vínculos son familiares. Hay días que no siento que sea un trabajo, y otras jornadas con más nervios, porque hay muchas urgencias y cuesta llegar por la distancia o el clima y me desespero”, reflexiona.
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