Privatizar parques públicos, el controvertido plan para rescatar las zonas verdes en Brasil
Importantes parques de São Paulo y Río de Janeiro ya están siendo administrados por empresas privadas. Siguen siendo gratuitos, pero especialistas advierten de que esto puede reforzar la desigualdad social
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Entre Ipanema y Leblon, los dos barrios con el metro cuadrado más caro de Río de Janeiro, existe una estrecha franja de verde llamada Jardim de Alah, un parque que cuando se inauguró en los años 30 tenía un aire señorial y hasta románticas barcas para navegar por el canal que conecta la laguna Rodrigo de Freitas con el océano. El escenario bucólico de inspiración francesa hay que buscarlo en las fotos de época, porque a día de hoy este parque exhibe un triste panorama de abandono: bancos rotos, malas hierbas, suciedad y una persistente sensación de inseguridad, sobre todo cuando cae la noche. Muy pronto, todo podría cambiar radicalmente: el ayuntamiento prevé entregarlo a la iniciativa privada, una opción que se está abriendo paso en Brasil en los últimos años como remedio a la falta de mantenimiento de parques y jardines.
“El abandono es a propósito, para decir: ‘¿Lo veis? Esto es una basura, la única solución es la concesión a una empresa privada. Pero nosotros no estamos de acuerdo”, explica Karen Morton, presidenta de la plataforma de vecinos que desde el principio se opone a los planes del ayuntamiento. Consideran que la idea es hacer, disimuladamente, una extensión del centro comercial que hay a pocos metros, uno de los más caros de la ciudad. El plan del ayuntamiento prevé crear restaurantes y espacios para eventos y conciertos, pero promete mantener el acceso gratuito a toda la población. Morton, que pasea por aquí todos los días con su perra Nikita, asegura que el problema no es que una empresa privada administre el parque, sino todo lo que eso conlleva para que sea viable económicamente: un nuevo estacionamiento que posiblemente acabará con los pocos árboles que quedan, ruidosos eventos y exclusivos locales que seguramente no estarán al alcance de todos los bolsillos.
A pesar de las pancartas y las protestas de los vecinos, el ayuntamiento parece estar convencido en su estrategia. A 20 minutos a pie de este parque, hay otro que acaba de ser cedido a una empresa privada. El parque de la Catacumba se llama así porque se cree que se asienta sobre un antiguo cementerio indígena. Hace 50 años el espacio lo ocupaba una favela donde vivían más de 10.000 personas. Tras el desalojo de sus vecinos, se reforestó la zona y hoy es una densa selva de 26,5 hectáreas con senderos que llevan a miradores con unas vistas espectaculares de la ciudad. El bosque también alberga grandes esculturas al aire libre, además de tirolinas y circuitos de rapel y arborismo. Todo eso será reforzado a partir de ahora, comenta Gabriel Werneck, el propietario de Lagoa Aventuras, la empresa que administrará el parque. “Haremos todo lo posible para mejorarlo, haremos un evento cada mes”, comenta ilusionado. En breve habrá nuevos restaurantes y se podrá pagar, por ejemplo, por un kit completo para hacer picnic o para avistar aves nativas con un guía. Para quedarse con el parque los próximos 25 años, la empresa pagó al ayuntamiento 350.000 reales (unos 70.000 dólares) y tendrá que invertir en mejoras 2,5 millones en los próximos dos años, más otros 5,5 millones opcionales en el resto del periodo. Además, el 5% de lo que facturen tendrán que reinvertirlo en el parque.
Muy sonriente en el acto de firma del contrato de cesión, la concejala de Medio Ambiente y Clima de Río, Tainá de Paula (del Partido de los Trabajadores de Lula da Silva) no ve problemas en las privatizaciones, a pesar de que el tema genera recelos en su partido. “La idea es colocar una cultura de responsabilidad socioambiental en las empresas, llamar a los empresarios para construir una nueva fase en los parques de Río”, asegura, remarcando que en el modelo de concesión siempre se garantiza la gratuidad y que el ayuntamiento no tiene la capacidad de inversión que exigen sus zonas verdes. Pedro Duarte, concejal de la oposición, también se mostraba satisfecho: “Todo es cuestión de las reglas y la gobernanza. Si prevés entrada gratuita, que se mantengan los árboles y garantizas que haya medios para hacer cumplir lo acordado, el modelo lo tiene todo para funcionar”, decía optimista.
Es verdad. Río cuenta con el desafío (por su orografía montañosa y selvática) de tener que administrar hasta 67 parques municipales que incluyen en su perímetro áreas de Mata Atlántica protegidas. Para que las privatizaciones sean equilibradas y no acaben privilegiando unos barrios sobre otros, el modelo de concesión prevé que por cada parque más atractivo financieramente, las empresas tengan que hacerse responsables también de otros con menos potencial, los patitos feos de la periferia que nadie quiere.
El modelo ya cuenta con algo más de recorrido en São Paulo. El pulmón verde de esta metrópolis de más de 12 millones de habitantes, el parque de Ibirapuera, está siendo administrado por la empresa Urbia Parques desde hace tres años. Quienes lo frecuentan dicen que está más limpio y seguro, pero a cambio hay algunas concesiones. Recientemente generó polémica el intento de la administradora de cobrar a los gimnasios o entrenadores personales que organizan actividades de deporte al aire libre. Preguntada, la empresa responde en una nota que “estudia la posibilidad de cobrar cuando hay cesión de espacio público para realizar actividades privadas”.
Los intentos por encontrar constantemente nuevas fuentes de renta pueden tensionar la relación con los usuarios a largo plazo, comenta al teléfono la especialista en urbanismo Bianca Tavolari, profesora del Insper de São Paulo e investigadora del Centro Brasileño de Análisis y Planificación (Cebrap). “Impedir el acceso no es sólo cobrar entrada, hay otros medios menos visibles, como el precio de lo que allí se consume, si eventualmente permanecer va a ser prohibitivo”, apunta. Y aunque cree que la concesión en sí no es un problema, critica la falta de transparencia y de diálogo con la sociedad. “Si el Estado decide entregar un parque a un tercero, la gente tiene que participar. Hay una dimensión de gestión democrática de la ciudad… (…) ¿un gestor de centros comerciales puede ser un buen gestor de parques?”, se pregunta a modo de ejemplo. Otro problema es el estímulo al vehículo privado. Aunque la mayoría de estas empresas exhiben orgullosas el concepto sostenibilidad y todas sus derivadas, lo cierto es que invitan a los futuros usuarios a que lleguen a los parques emitiendo CO2. El cobro por las plazas de aparcamiento es una de sus principales fuentes de ingresos. En el pequeño parque de la Catacumba de Río, por ejemplo, se abrirá espacio para 60 carros.
En algunos casos, además, el poder público cede demasiado, apunta Tavolari. Cuando empezó el debate de la concesión de Ibirapuera se quiso incluso dar a la futura empresa gestora potencial constructivo, permitiendo que levantara torres en otras zonas de la ciudad, con lo que el beneficio sería astronómico. Finalmente, la Justicia bloqueó esa posibilidad. También generó críticas la reforma y privatización del Valle do Anhangabaú, un espacio público entre plaza y parque, a los pies del centro histórico de la capital paulista. La faraónica reforma, pagada por los cofres públicos, tuvo diversos sobrecostes y al final superó los 90 millones de reales (cerca de 18 millones de dólares). Convirtió la zona en una plaza dura sin apenas sombras, una explanada de 34.000 metros cuadrados que ahora suele cerrarse de vez en cuando a los peatones para que diversas empresas realicen allí sus eventos privados. “Dividido en 11 sectores, el Valle puede adaptarse a cualquier formato que su evento exija”, anuncian los nuevos administradores en su página web.
Río de Janeiro acaba de sumarse al modelo, pero ya coge carrerilla: después del parque de la Catacumba, en la lista de futuras privatizaciones están, entre otros, el Aterro de Flamengo (el mayor parque de la ciudad, 1,2 millones de metros cuadrados frente a la Bahía de Guanabara) y la Quinta de Boa Vista, donde se encuentra el Museo Nacional incendiado en 2018, que en el siglo XIX fue hogar de la familia real portuguesa. Los dos simbólicos parques acaban de ser reformados por el ayuntamiento, dejándolos listos para los futuros gestores privados. La especialista destaca que las ciudades brasileñas están yendo en dirección contraria a otras capitales, como París o Barcelona, que en los últimos años optaron por la remunicipalización para retomar los bienes públicos, pero intenta evitar las comparaciones. “Para eso tienes que tener un municipio fuerte desde el punto de vista político y no capturado por el poder económico, y una sociedad civil que no esté exhausta después de cuatro años de gobierno Bolsonaro y que consiga movilizarse”, resume.
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