La juventud colombiana, la memoria histórica y el conflicto: no sabe, no responde
Según encuestas recientes, los jóvenes alemanes y españoles saben poco o están mal informados sobre los conflictos más graves que protagonizaron sus países, y tienden a apoyar ideologías autoritarias. ¿Qué riesgos hay de que en Colombia ocurra algo similar?

“Franco me mola, peor dictadura es en la que estamos ahora”, dice un adolescente seguro y orgulloso frente a la cámara. Se despide con un desafiante “¡Arriba España!”, el saludo fascista del franquismo, y se va entre risas, aplaudido por varios compañeros. El 20 de noviembre se cumplieron 50 años de la muerte del dictador Francisco Franco y los resultados del sondeo del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) muestran que el 21% de los españoles considera que las casi cuatro décadas de franquismo fueron “buenas” o “muy buenas”, frente al 65,5% que cree que fueron “malas” o “muy malas”. Ese 21% coincide con la cantidad de jóvenes entre 18 y 24 años que las tienen en buen concepto y con el 20% que apoya a Vox, partido negacionista de ultraderecha.
Es curioso que ese porcentaje coincida con el de la encuestadora Infratest Dimap de febrero de este año, según la cual el 21% de los jóvenes alemanes del mismo rango de edad apoya al partido ultranacionalista Alternativa para Alemania (Alternative für Deutschland, AfD). Desde hace mucho, investigadores sociales y medios de comunicación de ese país han alertado sobre la creciente tolerancia de los jóvenes al autoritarismo, paralela al aumento del antisemitismo, la xenofobia y el desconocimiento flagrante de lo ocurrido durante el Holocausto.
Aunque la experiencia en esos dos países es diferente, comparten variables que pueden resumirse en un grave desconocimiento de los hechos históricos, como fruto de deficiencias en la enseñanza; del progresivo aumento de la desinformación deliberada y masiva a través de las redes sociales; del negacionismo, la simplificación, y la ausencia de una narrativa común sobre lo sucedido.
Pese a que las estimaciones más serias y neutrales cifran entre 500.000 y 600.000 las víctimas mortales de Franco (1936-1975), y en seis millones a las de Hitler (1933-1945), muchos jóvenes -especialmente, varones- abrazan sus símbolos y los exhiben en público impúdicamente, repiten sus arengas y se declaran admiradores. Para ellos, la rebeldía de la juventud desemboca en el fervor por las demostraciones de poder ejercido a través de la violencia. Si a eso se suma la influencia de familiares que les inculcan versiones interesadas o distorsionadas de lo ocurrido, el papel de la educación formal es prácticamente irrelevante.
Alemania es considerada un modelo mundial en sus políticas de memoria. El Estado ha reconocido públicamente su responsabilidad; el currículo escolar ha sido diseñado para que los jóvenes conozcan la historia; museos y memoriales tienen sesudas estrategias pedagógicas. Y, sin embargo, sigue habiendo debates y tensiones. También los hay en España, donde la Ley de Memoria Democrática protagoniza una profunda polarización. No hay acuerdo sobre lo que los jóvenes deberían aprender sobre la Guerra Civil y la dictadura, hay una disputa entre narrativas, y el enfoque puede cambiar entre Comunidades Autónomas.

En Colombia, el decreto 1038 de 2015 reglamentó la Cátedra de la Paz, obligatoria para todos los establecimientos de educación básica y media, pero prácticamente opcional para las universidades. El texto, ambiguo, no crea una nueva asignatura, sino que incluye los asuntos de paz en las áreas de Ciencias Sociales, Ciencias Naturales, o Ética. Memoria histórica, Resolución pacífica de conflictos e Historia de los acuerdos de paz son 3 de 12 asignaturas variopintas y desvinculadas entre sí, de las cuales cada colegio puede elegir dos. En la práctica, el conocimiento de los estudiantes depende de lo que la institución decida.
La web del Ministerio de Educación dedicada a esta cátedra contiene materiales pedagógicos, pero ningún documento sobre el estado de su implementación. En teoría, es responsabilidad de los rectores incorporarla en el Proyecto Educativo Institucional, pero el tema no parece tener control, ni doliente, de modo que no hay de quién obtener una respuesta oficial sobre los retos o los avances. El decreto exige al Gobierno la formación de los docentes, pero cada uno diseña las actividades como mejor le parece, lo que implica que los resultados pueden ser desiguales, dependiendo del compromiso y conocimiento del profesor, y de la calidad del plantel. De esto se deduce que la información que reciben los jóvenes no está exenta de sesgos o imprecisiones.
En una columna de febrero de 2016, el experto Arturo Charria advertía, al revisar en detalle los estándares básicos de competencias de los contenidos de Ciencias Sociales -donde está integrada la asignatura de Historia - que “se privilegia la narrativa del victimario, ya que tres de ellos se concentran en los actores del conflicto: guerrilleros, narcotraficantes y paramilitares. Es importante destacar que en estos se excluye de manera intencional a la Fuerza Pública”. ¿Ha cambiado eso? ¿Contribuyó el Informe Final de la Comisión de la Verdad, que contiene testimonios de todos los actores del conflicto y de sus víctimas, a conocer las versiones de todos? Estas son, apenas, dos de muchas preguntas.
Según el Décimo estudio de percepción de jóvenes colombianos, elaborado por la Universidad del Rosario, la Hans Seidel Stiftung, el periódico El Tiempo y la encuestadora Cifras & Conceptos, publicado hace un año, el 56% se considera de centro, el 18% de izquierda, y el 25% de derecha. Este 24 de noviembre se cumplen nueve años de la firma del Acuerdo de Paz entre las extintas FARC y el Gobierno de Juan Manuel Santos y, a diferencia de Alemania y España, ningún sondeo indica cuánto conocimiento tienen los jóvenes sobre la historia reciente, el conflicto o la violencia en el país.
Esto es importante porque el conflicto continúa y ha retornado la violencia política que se buscaba erradicar, como demostró el asesinato del senador Miguel Uribe Turbay; porque la fallida e improvisada política de paz del Gobierno ha dado más protagonismo y vigor a los victimarios, mientras desconoce a las víctimas; porque las narrativas mentirosas, la desinformación y la tergiversación de la realidad pululan en las redes sociales; porque sigue habiendo promotores del negacionismo, los mismos que promovieron el NO en el plebiscito que rechazó el contenido de lo pactado, y el riesgo de que vuelvan al poder es alto, como consecuencia del Gobierno errático del presidente Petro, a su vez promotor de narrativas y símbolos que exaltan la violencia de la izquierda radical armada.
Sabemos aún menos de los jóvenes que han sufrido el conflicto ¿Cómo conviven los hijos de las víctimas y de los perpetradores en las regiones más golpeadas? ¿de qué hablan? ¿qué saben sus profesores? ¿qué les enseñan? ¿quién monitorea y evalúa sus conocimientos? ¿quién y cómo gestiona las diferencias y las inquietudes? ¿podría contribuir ese conocimiento a prevenir el reclutamiento forzado? ¿por qué no son de conocimiento público los desarrollos y resultados de la Cátedra de la Paz? ¿están, siquiera, monitoreándose?
Colombia vive un momento muy frágil. Muchos jóvenes estrenarán sus cédulas en las elecciones de 2026 y necesitan estar bien informados para no ser objeto de más manipulaciones. El riesgo del retorno a la violencia y del apoyo al autoritarismo de derecha es tenebrosamente alto. El Estado tiene un deber de memoria sin sesgos con las nuevas generaciones. ¿Se toma en serio el gobierno colombiano esa responsabilidad? Sólo son evidentes su afán propagandístico y sus estrategias maniqueístas de desinformación.
La memoria histórica es crucial para el futuro. Ante la ausencia de estudios serios que demuestren lo contrario, se puede suponer que el conocimiento de la historia y del conflicto que tiene la juventud colombiana puede no diferir mucho de la de sus pares españoles y alemanes: no sabe, no responde.
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