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Perú
Columna
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El nebuloso espejo peruano

Lo importante ahora ya no es saber cuándo se jodió Perú, sino cómo y cuándo se va a recuperar, para que sea un país como el que merecen los laboriosos y sufridos peruanos

Dicen que Perú es una nación ingobernable. No lo creo. El problema no son los gobernados, son los gobernantes. El peruano es un pueblo noble, trabajador y bueno, acostumbrado a ganarse la vida sin esperar que le den nada. Si de algo se le puede acusar, más bien es de ser manso y cristiano: le dan una bofetada, y pone la otra mejilla. Pese a todas las ofensas sufridas, desde los tiempos de Pizarro y Atahualpa en el siglo XVI, pasando por las de Abimael Guzmán —el “presidente Gonzalo”, que se creía la cuarta espada de la revolución mundial—, hasta las de la banda criminal de Fujimori y Montesinos, nunca se ha precipitado en la venganza ni aplicado el ojo por ojo y el diente por diente. Ha sido víctima de ofensa tras ofensa, cuando lo único que quiere es un país normal y que lo dejen trabajar en paz. El problema, pues, no son los gobernados: son los gobernantes, que no saben gobernar, y ni siquiera les interesa porque solo buscan el poder y sus mieles.

También se dice —y también equivocadamente— que el país está en crisis. No. Quienes están en crisis son los políticos. “¿En qué momento se jodió el Perú?” Se pregunta Zavala en Conversación en la Catedral. Desde los años ochenta, cuando eligió a Alan García, “Caballo loco”, e hizo un gobierno tan desastroso que terminó entregando el poder a un desconocido, Alberto Fujimori, y despreciando a un intelectual como Vargas Llosa. En esos días, el país estaba acorralado por la hiperinflación y la violencia de Sendero Luminoso, que anunció su existencia colgando perros de los postes del centro de Lima con carteles que decían: “Deng Xiaoping, hijo de perra”.

Ganó Fujimori y aplicó el programa de Vargas, la receta neoliberal tan de moda por esos años. Se dedicó a perseguir al MRTA y a Sendero, sin tregua ni piedad, sabedor de que el pueblo estaba harto de sus violencias. A Polay Campos lo metió en un sótano oscuro, y a Guzmán en una jaula con un traje a rayas. Los peruanos pudieron verlo vociferar (no oírlo) y sentir, por unos días, algo de esperanza. La economía fue sometida a un “shock”, igual que en Chile con Pinochet, y ahí comenzó la historia en la que hoy está.

Tres demonios distintos

Detrás de esta prolongada tragedia hay tres grandes factores. El primero, el modelo económico. La hiperinflación durante Alan García (1985-90) fue de tal magnitud que marcó para siempre a los peruanos. Hay un temor generalizado a que los políticos toquen la economía. Las reformas de 1992 construyeron un diseño que la blindó. Por eso funciona, a pesar de las crisis políticas va en piloto automático. Pero el modelo neoliberal crea riqueza, pero también exclusión y desigualdad. La informalidad laboral ronda el 70 %. La mayoría de los trabajadores no tienen contrato, ni protección social. Es particularmente alta en el sector agropecuario (95,5 %), la pesca (89,6 %), la construcción (86,4 %) y el comercio (77,6 %), según datos de 2022. Como decía Fabio Echeverri Correa, cuando presidía la ANDI en Colombia: “La economía va bien, pero el país va mal”.

El segundo, es el sistema político. Hay una casta que vive en una burbuja, desconectada de la gente. Los 43 partidos políticos poco les dicen a los peruanos, solo se representan a sí mismos. Los políticos se han asegurado de no tener competencia desde la sociedad civil. Una partidocracia muy similar a la colombiana. Como la lucha es por el poder y solo el poder, y no se puede hablar de economía, la política se ha vaciado de contenido.

Y el tercer factor son el narcotráfico y las economías criminales, que están desbordando al Estado y amenazan con colapsarlo. Una cortesía de la fracasada política antidrogas que Washington ha impuesto en el hemisferio. Según un estudio de 2024, las actividades ilegales significan un movimiento anual de 7.500 millones de dólares (el 3,5% del PIB sin incluir la extorsión, el sicariato y la corrupción estatal), pero hay quienes afirman que podrían ser 10.000 millones. El crimen organizado se ha extendido de manera alarmante. Son mafias con mucho poder político, un fenómeno similar al que padecen Colombia y Ecuador, que distorsiona los procesos electorales y deslegitiman las instituciones. De allí que los buenos se abstengan de participar.

El malestar social aumenta

El Perú arrastra desde hace más de una década un grave deterioro institucional que podría perpetuarse en una estabilización de la inestabilidad, debido a una clase política cuyo único objetivo es mantenerse en el poder, dice José Manuel Ferrary, doctor en Historia y máster en Historia y Política Contemporánea. Es una especie de nueva normalidad. Durante este tiempo, se ha incubado un malestar social grande, en especial entre los jóvenes. Inicialmente, las protestas fueron contra la reforma del sistema de pensiones y la inseguridad, pero el descontento va más allá. Predomina una opinión negativa generalizada sobre los partidos políticos y el Congreso, y desconfianza en el poder judicial y en las fuerzas del orden.

La generación Z —los nacidos entre finales de los 90 y 2010— ha decidido tomar el toro por los cuernos y quiere ir a por todos: contra la casta que tiene secuestrada la política, y vive de ella. Estos jóvenes ya no quieren poner la otra mejilla. Influencers que agitan las redes sociales y beben en ellas, que se autoconvocan, sin estructuras jerárquicas ni liderazgos definidos. No van a conformarse con la cabeza de Dina Boluarte, porque saben que no valía nada. Muchos se identifican con la bandera de la calavera pirata de One Piece, una serie animada japonesa en la cual los protagonistas luchan contra un control militar oligárquico y autoritario.

La paradoja es que, a pesar de la corrupción, de todos los crímenes y de las violaciones de derechos humanos cometidos por Fujimori, Keiko —su heredera política— siga siendo un factor de poder determinante. Si no le quita el respaldo, Boluarte aún estaría en la presidencia. Y se lo quitó no por corrupta ni impopular (2% de apoyo) ni por buscar impunidad a los responsables de las muertes ocurridas durante las protestas en 2022, con la mal llamada ley de “soberanía nacional”, que pretendía retirar a Perú del sistema interamericano de derechos humanos. Nada de eso. Fue por puro cálculo electoral de ella y de los partidos que la sostuvieron “contra viento y marea pese a su evidente incapacidad para gobernar”, como lo afirma Luis E. González M, analista de Política Exterior en España. Vieron lo que viene.

Tras la salida de Boluarte por “incapacidad moral permanente” —¿existe incapacidad moral transitoria? —, la pregunta es cuánto tiempo durará José Jarí, un político cuestionado y sin prestigio. La crisis ha vuelto a empezar. Lo importante ahora ya no es saber cuándo se jodió Perú, sino cómo y cuándo se va a recuperar, para que sea un país como el que merecen los laboriosos y sufridos peruanos. Este nebuloso espejo debería servirle a Colombia para ver lo que sucede cuando se degrada la política, la exclusión social aumenta, y el crimen organizado se apodera de las instituciones democráticas.

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