Las barreras que enfrentan tres mujeres en riesgo de feminicidio
Solo en Bogotá, en lo corrido del 2024 han sido asesinadas 27 mujeres en razón a su género, varias de ellas en plena vía pública
“Nunca pensé que el amor de mi vida se convertiría en mi peor pesadilla”, dice Claudia* cabizbaja. Repite esa idea, una y otra vez. Tania y Marta*, en otras palabras, sugieren lo mismo. Las tres mujeres han visto la cara más cruenta de la violencia machista y a diario se levantan pensando cuándo su nombre se sumará a los 265 feminicidios que, según el Observatorio Colombiano de Feminicidios, han ocurrido en Colombia en lo corrido de 2024. Sus historias se parecen en que las instituciones del Estado les han fallado y las han revictimizado. El riesgo es tal que Medicina Legal advierte que solo en la capital del país hay 655 mujeres en riesgo alto de feminicidio.
En medio de su desespero, por la mente de Claudia se cruzó muchas veces la idea de ir a la mitad de la concurrida plaza de Bolívar, en Bogotá, para hacer una huelga de hambre y exigirles a las autoridades que avancen en su caso. Para ella, solo así podrían encontrar la paz. Carlos, su expareja, se le ha arrebatado por seis años. Cuenta que ha sido suerte que no la hubiera matado en alguna de las varias golpizas que le propinó, o que ella no se hubiera suicidado.
Todo comenzó en 2018, al reencontrarse con un viejo romance. Recuerda que se conocieron en 2012, ella mesera en un bar y él, policía. Cuando volvieron a saber uno del otro, el hombre había pasado por la cárcel y cumplía el resto de su pena en casa. “Yo lo amaba. Estaba muy enamorada”, dice arrepentida. La situación de su pareja no le importó. Él parecía arrepentido y cursaba una carrera profesional. Se enamoraron, se fueron a vivir juntos y ella quedó embarazada. Tan rápido como empezó se desmoronó, y la violencia salió a flote. Inició con groserías, pasó a comentarios despectivos y poco a poco escaló a los golpes. Un día la ahorcó contra una pared y pocos segundos la salvaron de ahogarse, rememora.
Un recuerdo igual de desgarrador persigue a Marta. A un mes de iniciar una relación, y tras una discusión en la que ella sugiere que no quiere continuar con su pareja, este la atacó con un cuchillo de cocina, causándole heridas en diferentes partes del cuerpo. El hombre huyó por unos días, y cuando ella ya estaba decidida a denunciarlo, volvió a atacarla, y también agredió a su hermano, quien quiso defenderla. Marta recibió una puñalada en su rostro y terminó hospitalizada.
La odisea de Tania ha sido similar. Quien era su pareja desde el colegio ahora es el origen de sus mayores miedos. Los celos fueron el primer paso de una serie de agresiones que se han prolongado por casi una década, incluso después de separarse. La situación, ya difícil, ha empeorado porque tiene un hijo con su victimario, y el menor se ha convertido en un punto de disputa y, a su juicio, en una herramienta para hacerle daño.
Todas las mujeres violentadas han buscado a las autoridades. Tania interpuso una primera denuncia en 2021, Claudia en 2022 y Marta en 2023. Para ninguna eso supuso una mejora. De hecho, al revés. Desataron la ira de sus agresores, quienes han recurrido a diferentes herramientas para atemorizarlas y buscar que desistan. Todas lo han contemplado tras verse expuestas a amenazas, revictimización y trabas para conseguir justicia o, al menos, protección.
Daisy Yael Castañeda, directora de la fundación Mujer Libre, que acompaña y asesora legalmente a víctimas de violencia machista, ha corroborado esas enormes barreras. Atiende a mujeres en todo el país, suma cientos de casos, y asegura que sí, que ante la dilación y las dificultades algunas desisten, otras se resignan y otras insisten. Pero todas, afirma, enfrentan un camino cuesta arriba. De eso se percató Marta, quien estuvo alojada en una de las seis casas refugio que hay en Bogotá y que desde hace quince años funcionan como una medida de emergencia. Llegó con su hijo adolescente y para ninguno de los dos fue fácil. Afirma que no lo repetiría, que prefiere huir a otra ciudad. Si bien contó con atención psicológica, le resultó deprimente el estar aislada de todo. Al final ella y su hijo tuvieron que cambiar su vida totalmente por esos tres meses. El agresor no.
“Son tres meses en los que muchas de las víctimas ni siquiera alcanzan los escritos de acusación, una de las primeras etapas en los procesos de denuncia. A veces ese tiempo le dan la oportunidad al agresor de iniciar un ataque físico o legal en contra de su víctima, como cuando las denuncian por calumnia, injuria o violencia intrafamiliar”, señala la abogada Castañeda.
Así lo vivió Marta, quien desistió de la denuncia. No solo por las amenazas que a lo largo de meses recibió de su victimario tras salir de la casa refugio, donde le exigía que retirara la denuncia o le haría daño, sino que adicional a ello se estrelló con la que llama desidia de los funcionarios de la Fiscalía. Recuerda que en una de las tantas citaciones le sugirieron que ella debía ser la encargada de darles la ubicación del hombre porque nadie sabía dónde estaba el sujeto. Así, muchas veces fue únicamente ella quien acudía a las citaciones. La denuncia se estancó y ella se cansó.
Claudia conoció a Marta en la casa refugio. Su experiencia no fue negativa, pero tiene reparos. “Es un espacio emocionalmente muy pesado, más si uno ya está atravesando algo tan difícil. Es hostil porque uno tiene que cambiar de la noche a la mañana toda su vida”, explica. Sostiene que para las mujeres que son madres, la mayoría, es insostenible pasar tanto tiempo sin trabajar para mantener sus hogares. Pese a que sus empleadores están obligados a brindarles alternativas de trabajo remoto, casi nunca suele ser así. Pese a esas críticas, la Secretaría de la Mujer insiste en que las casas refugio son cruciales para salvar la vida de cientos de mujeres en la ciudad. De acuerdo con su página web, en los últimos cuatro años en estos lugares se han atendido 1.760 mujeres en riesgo.
Machismo institucional
En la Comisaría de Familia en Engativá, a donde acudió Tania, hay panfletos contra la violencia de género en todas sus paredes. En ellos invitan a las mujeres a denunciar, aunque justo en ese lugar fue donde el teniente de policía que recibió su denuncia le dijo que “ya sabía como eran las mujeres”, aludiendo a que con sus denuncias buscaban dinero. “En Colombia se condena a la víctima desde el inicio. Cuando decide denunciar, los funcionarios llenos de estereotipos de género les hacen sentir responsables de lo que viven”, asegura Castañeda. Recuerda que a Mujer Libre incluso llegó un caso en el que la revictimización inició desde que la mujer se comunicó al 123. “La víctima fue tan maltratada por la Policía, que terminó encerrándose en su casa y perdimos contacto”, agrega.
En el caso de Tania, la fundación logró una medida de protección para ella y su hijo, quien había sido víctima de violencia sexual al visitar a su padre. No sirvió, pues el agresor llegó a su vivienda exigiendo ver al niño, acompañado por la policía. Las autoridades terminaron multando al personal de seguridad de la casa de Tania por no permitir el ingreso del hombre. Tras ese hecho, la mujer volvió a la Fiscalía para ponerles al tanto, y en medio del procedimiento las funcionarias le sugerían no continuar con la denuncia por violencia intrafamiliar. “Señora, ¿está segura que quiere enviar al papá del niño preso?”, le preguntaban.
La Fiscalía ha sido otro dolor de cabeza para Claudia. La denuncia ha sido archivada tres veces. En cada visita se enfrenta a tratos de los funcionarios que califica de displicentes. La mandan de una oficina a la otra, reprocha. La ponen a hablar aquí y allá, según cree, para no resolverle nada. Declara que hasta ha perdido trabajos por el tiempo que ha destinado a impulsar el caso.
Una capital en emergencia
Entre el 30 y 31 de mayo en Bogotá se registraron dos feminicidios en menos de 24 horas. La conmoción para los capitalinos fue total, principalmente porque uno de los crímenes ocurrió en medio de un frecuentado centro comercial. El asesinato fue registrado por los celulares de los transeúntes y en minutos había invadido las redes sociales. En vídeo quedó expuesto el culmen de la violencia feminicida, lo que volvió a traer a la conversación la emergencia que vive Colombia por cuenta de las agresiones hacia las mujeres; esta crisis no escapa a las grandes ciudades, pese a su enorme andamiaje institucional. Tania, Marta y Claudia lo confirman.
De acuerdo con cifras de la Secretaría Distrital de la Mujer, de enero de 2020 a diciembre de 2023 alrededor de 240.000 mujeres recibieron algún tipo de atención por violencias basadas en género. Solo el año pasado, según datos del Observatorio de Feminicidios Colombia, Bogotá registró 58 feminicidios, solo superada por Antioquia, que alcanzó las 95 víctimas. Las localidades con más feminicidios de la capital son algunas de las más pobladas y empobrecidas: Bosa, Kennedy, Ciudad Bolívar, Engativá y San Cristóbal.
Después de los sonados feminicidios de Stefanny Barranco y Natalia Vásquez, el alcalde Carlos Fernando Galán anunció nuevos planes para hacerle frente a la situación. Entre ellos está un proyecto para fortalecer las 37 comisarías de familia de Bogotá, y para los próximos cuatro años de su mandato se comprometió a aumentar los equipos comisariales de 51 a 67. Para el segundo semestre de 2024, prometió implementar un mecanismo para hacer seguimiento semanal a los casos de riesgo alto de feminicidios y a las medidas de protección que emiten las comisarías, las cuales responden a la Secretaria de Integración Social.
Claudia ya perdió la esperanza de que algo cambie. Con firmeza dice que ya no cree en la justicia terrenal, sino en la justicia divina que, a su juicio, puede ser más efectiva. Prefiere hacer la entrevista de manera presencial porque hablar de la violencia le cuesta. No llora. Explica que eso se debe a la medicación para tratar la depresión. Cuenta, al igual que Tania y Marta, que cualquier feminicidio en los titulares televisivos la estremecen. Marta se acuerda cuánto lloró el día del feminicidio de Stefanny Barranco; pensaba que habría podido ser ella. A veces se despierta a la madrugada y se asoma a la ventana para constatar que su agresor no está merodeando. Las tres aprendieron a sobrevivir como si tuvieran pendiente una condena de muerte.
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