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LÍDERES SOCIALES
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Sigue la masacre muerto por muerto

El asesinato de líderes sociales sigue siendo una realidad cotidiana que no conmueve ni mueve. Ya hasta poco protestan los que protestaban antes

Una protesta para exigir el cese de la violencia en Colombia
Protestas contra la violencia en Bogotá, el 5 de mayo de 2021.Daniel Garzon Herazo (NurPhoto via Getty Images)

Otra vez la semana comenzó con noticias que ya no son noticia ni son motivo de debate porque en Colombia la pérdida de vidas a veces no importa. Las masacres que se producen poco a poco, muerto por muerto en distintos lugares, no hacen tanto ruido y por eso a veces ni notamos que son masacres. Luis Alberto Quiñones Cortés y Diego Mauricio Mejía Rojas fueron asesinados el 9 de abril, el Día de la Memoria y Solidaridad con las Víctimas. Dos nombres que se suman a una lista interminable, dolorosa, que parece no tener fin.

En la fotografía que publica el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz) para reportar su asesinato, veo a Luis Alberto sonreír. Es joven, es afro, tiene barba. Y dicen de él que “era un reconocido líder y actual representante legal del Consejo Comunitario La Voz de los Negros, que se ubica en el municipio de Magüi Payán, Nariño. Recientemente había sido desplazado forzosamente a la ciudad de Cali”. Lo imagino empacando algunas cosas en ese desplazamiento de afán cuando sintió la muerte respirarle en la nuca. Imagino el miedo, el desarraigo, el dolor por dejar atrás a su gente. Imagino su intención de retornar cuando bajara la tensión. Imagino que tuvo algo de alivio en Cali cuando pensó que había logrado burlar a la muerte. Pero los asesinos lo alcanzaron ahí. Alguien lo sentenció, alguien quería golpear a su comunidad. Alguien quiere callar “La Voz de los Negros”.

Amigos, compañeros, otros líderes sociales despiden a Luis Alberto y piden justicia. La embajada de Francia también se pronuncia porque el joven asesinado era miembro de la Fundación PAZame el Balón, que recibió el premio Nariño de derechos humanos que otorgan varias embajadas en Colombia.

Al morir, Luis Alberto suma el número 42 a su nombre: este joven, dice Indepaz, es la víctima 42 en la lista de líderes sociales asesinados este año. Si contamos más atrás, hay que sumar cientos, pero aquí hacemos cortes de cuentas para tratar de entender. Contamos los muertos por semanas, por meses, por años, por procesos de paz, por décadas. Tal vez hacemos eso para que no se pierdan del todo en el olvido… pero se pierden… siempre. Serán ausencia y dolor para los suyos, porque cada muerto deja vidas quebradas, pero más allá su rastro se pierde. El asesinato de líderes sociales sigue siendo una realidad cotidiana que no conmueve ni mueve. Ya hasta poco protestan los que protestaban antes.

El mismo día que mataron a Luis Alberto en Cali, el Día de las víctimas, también mataron a Diego Mauricio Mejía Rojas en Puerto Asís, Putumayo. Leo detalles en la cuenta de Twitter del Componente del partido Comunes del Consejo Nacional de Reincorporación, entidad creada por el acuerdo de paz. Publican también una fotografía de Diego y también en ella veo una sonrisa. Esta es sutil, como de medio lado, como si alguien le hubiera dicho al tomarla que sonriera un poco. Una sonrisa apenas insinuada en el rostro recio de un hombre de mediana edad, corpulento, de rasgos mestizos. Diego Mauricio era firmante del acuerdo de paz, era miembro del Consejo Departamental del Partido Comunes en el Putumayo y era escolta de la Unidad Nacional de Protección.

También Diego Mauricio se va con una cifra pegada a su nombre: 374. Es el número que le corresponde porque así va la cuenta de los firmantes de paz asesinados. Y tiene otro porque en el mismo reporte van llevando un registro adicional: el de los firmantes asesinados en el Gobierno de Gustavo Petro: 18. Porque el Gobierno cambió pero la matanza sigue.

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Y como las muertes en Colombia se tejen, se conectan, en lo poco que puedo saber de la vida de Diego Mauricio me entero de que en su trabajo de escolta era parte del esquema de seguridad familiar de Jorge Santofimio, otro firmante de paz asesinado el 24 de febrero del año 2022. En ese episodio, además de esa muerte, fueron varios los heridos, entre ellos dos niños, uno de cinco años, hijo del hombre asesinado y una bebé de cuatro meses, hija de otra firmante de paz. No sabía Diego Mauricio entonces que un año después la muerte sería la suya. ¿O tal vez lo intuía? Me pregunto qué pesaba más en él antes de morir: la esperanza de un futuro en paz o el miedo con el que viven los que decidieron dejar las armas y cumplir el acuerdo.

Es poco lo que logro saber de estas víctimas convertidas en víctimas en el Día de las víctimas. Me quedo con sus fotografías, con esos rostros congelados que me miran en medio de las cifras y los reclamos. No volverán a sonreír y me imagino que dejan madres, esposas, hijos tal vez, familias enteras que han perdido mucho o han perdido todo. Las estadísticas no alcanzan a contar sus vidas ni las tragedias que cada muerto desata. Si pudiéramos verlas, tal vez nos sacudirían tanto que algo haríamos todos para evitar que se sigan borrando sonrisas.

Nota final: Cuando estoy a punto de enviar la columna, veo que se reporta otra víctima en el Día de las víctimas: Rodolfo Holguín Martínez, asesinado en Carmen de Viboral, Antioquia, también el 9 de abril. Campesino, líder comunal. Miro su fotografía. No sonríe en ella. Se convierte en el líder social número 43 asesinado este año. Pienso si hay manera de parar el conteo. Dicen en reportes de prensa que con él murió una mujer. Se llamaba Luz Dary Barón. No veo su rostro. No sé nada más y me lleno de tristeza por ella y por todos. Por no saber nada y porque nunca son suficientes las palabras para relatar el dolor que se acumula.

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