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Columna
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Palabras que matan

El riesgo que ahora vivimos los colombianos es que se repita la fuerza de la violencia política, ya no en el recinto del Parlamento, sino en la calle después de que se resuelva en democracia quien será el próximo presidente de Colombia

Los candidatos a la presidencia de Colombia: Rodolfo Hernández y Gustavo Petro.
Los candidatos a la presidencia de Colombia: Rodolfo Hernández y Gustavo Petro.REUTERS / AFP

Colombia es el único país en el que un miembro del congreso mató con arma de fuego a un colega adversario político en plena sesión del parlamento, al tiempo que hacía uso de la palabra. Un episodio más de lo que se llamó La Violencia, una guerra civil no declarada entre liberales y conservadores en el período histórico que va de 1930 a 1956. Un capítulo de las contradicciones nacionales. Costó la vida de 300.000 personas.

El ambiente de la época no ayudaba a la armonía entre pares. El congreso era una mezcla de líderes de pensamiento diverso, enfrentados por la divisa azul y roja y el uso de palabras elocuentes, mordaces, llenas de sectarismo, estimuladas por las bebidas alcohólicas y las armas de fuego escondidas discretamente bajo el chaleco de los trajes elegantes de los oradores. No había restricciones de requisas ni ley seca. (Colombia: defense de tirer sur les deputes) y agregaba en el pie de foto que ilustraba la noticia, “no son gánsteres sino diputados del parlamento de Colombia”. Recientemente, los debates terminaron a balazos con saldo de un muerto y tres heridos, informaba una publicación francesa de la época. (2 de octubre de 1949)

Se discutía si una ley electoral exigía mayoría absoluta o una más calificada de las dos terceras partes. El quorum del bar se integraba y desintegraba de acuerdo con lo que estuviera pasando en el recinto. Las dos sesiones —la del bar y la del recinto— avanzaron. Cerca de la media noche llegaba el turno de la palabra a los representantes Del Castillo y Jiménez. Los separa una distancia de 8 metros. Volaron dos injurias personales de calibre más grueso que el de los revólveres. Al paso de las malas palabras, se desató el abaleo. Cruzaron ráfagas en todas direcciones. Primer bala en el tórax del representante Jiménez. Antes de caer, Jiménez dispara dos veces, pero al parecer no hace blanco.

Para el historiador y novelista Juan Esteban Constain, el tema predominante de la literatura de García Márquez es la violencia, la guerra entre liberales y conservadores. Cien años de Soledad es la gran novela de la violencia. El propio Gabo, antes de producir su obra magistral, se quejó de la literatura de la violencia en 1959. La palabra siempre es el combustible. El novel se duele de que los políticos presionaron a los escritores para comprometerlos en la lucha sectaria, tal vez ninguna circunstancia de la vida colombiana ha dado más motivo a ese género de presiones, que la violencia política.

Para Iván Garzón Vallejo, autor del libro sobre la memoria histórica como campo de batalla, “para entender la violencia en Colombia hay que buscar menos en las estructuras sociales y más en la naturaleza del debate político. Menos en los intereses en juego y más en el furor de la confrontación que nos ha caracterizado”. Una guerra de odios con un libreto del cual no se podía salir.

El riesgo que ahora vivimos los colombianos es que se repita la fuerza de la violencia política, ya no en el recinto del Parlamento, sino en la calle después de que se resuelva en democracia quien será el próximo presidente de Colombia. Mientras el candidato Petro habla del despelote y la frustración que seria para Colombia que el Pacto Histórico no triunfe en las elecciones presidenciales de segunda vuelta, el candidato Rodolfo Hernández, advierte que si gana Petro, el expresidente Uribe y el Centro Democrático no lo dejarían gobernar. Es una “entrada” en el menú del conflicto. El lenguaje que se utiliza en las redes sociales es un ingrediente perverso, inaceptable.

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La violencia se alimenta de la palabra desbordada y de las amenazas. Eso es lo que está pasando en las redes.

El paro nacional del 2021 dio pie para que se hablara del estallido social y la intervención de la fuerza por parte del Estado abrió el debate; las denuncias del exagerado uso de la “legitimidad”. Lo más delicado: la utilización de las armas por cuenta de los civiles para responder las agresiones violentas de un sector de los manifestantes. Lo que las agencias internacionales de noticias calificaron como “la violencia de las partes en conflicto y la respuesta armada por parte de civiles opositores a las marchas”.

Colombia tendrá que aprender a manejar la palabra mendaz de las redes y meterle imaginación al debate para que sea la “poesía la que tenga la palabra”.

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