“Así como yo no tengo paz, tampoco ellos la van a tener”
Susana Trimarco, la 'madre coraje' argentina, ha logrado llevar a juicio a una red de rapto de chicas para su prostitución
Susana Trimarco reunió a sus 47 años el arrojo suficiente para disfrazarse de prostituta y buscar a su hija María de los Ángeles, Marita, Verón en los prostíbulos de Argentina. Cruzando testimonios por aquí y por allá fue informándose de que la chica había sido golpeada con la culata de una pistola en las calles de San Miguel de Tucumán, introducida en un coche rojo, vendida a una red de trata de blancas, drogada, violada, apuñalada y forzada a tener un hijo en cautiverio con su proxeneta, José Fernando Gómez, alias el Chenga. Todo eso, que se resume en una frase, se alargó noche a noche durante diez años hasta hoy. Unas pesquisas le llevaron de una provincia a otra, también de Argentina hacia España, pero la mayoría de ellas sólo conducían a la desesperación. Demasiadas veces le informaron sobre los lugares exactos donde podía encontrar los huesos de su hija y todas resultaron ser pistas falsas. En 2007 el Gobierno de Estados Unidos le concedió el Premio Internacional a las Madres con Coraje y ese mismo año creó la fundación María de los Ángeles destinada al rescate de prostitutas. En 2010 murió su marido Daniel, después de caer en una depresión que duraba desde la desaparición de Marita y después de advertirle a Susana muchas veces que no se metiera con las mafias de los prostíbulos. Ella siguió acusándolos, recibió amenazas, denunció la connivencia judicial y policial, se llegó a rodar una telenovela con sus vivencias y ahora, diez años después de la desaparición de su hija, ha logrado sentar en el banquillo de los acusados, en un juzgado de Tucumán, al Chenga y a 12 supuestos colaboradores.
“Conozco muy bien a estos mafiosos”, afirma Trimarco a este periódico. “Para mí, tenerlos ahí es ya una gran victoria. Porque me decían que con la misma plata que ganaban con mi hija le iban a pagar a los jueces. Y todavía pienso que ahí debería haber mucha gente más. Faltan más cómplices”.
En 2007 le dijeron que su hija estaba en España. Llamó a la puerta de la embajada española en Buenos Aires y consiguió que el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero la invitara a Madrid. “A finales de 2007 o principios de 2008 fui a Burgos y hablé con el fiscal de ese lugar, porque supuestamente a Marita se la habían llevado en 2004. En un prostíbulo de Burgos y en otro de Bilbao habían liberado a unas 17 chicas. La mayoría eran argentinas”. Pero en España no encontró ningún rastro de su hija, nadie sabía nada.
María de los Ángeles Verón Trimarco tenía 23 años aquel 3 de abril de 2002 en que desapareció. Dejaba atrás a Micaela, una niña de tres años que ahora no se separa de la abuela. “Mica tiene el mismo carácter alegre de mi hija. Porque desde bien chica Marita fue muy alegre, le gustaba andar en patines, pintar, dibujar, cantaba muy lindo. Era también muy solidaria. Tenía muy buena comunicación con los niños. Se relacionaba rápido con otras personas. Dibujaba muy bien, había hecho estudios de Bellas Artes, hacía esculturas, reciclaba los muebles, también hizo cursos de decoración, de repostería... Tenía una tienda de alimentos que le habíamos puesto mi marido y yo”.
“Muchas de las chicas prostituidas eran menores de edad”
El juicio que se inició hace un mes en San Miguel de Tucumán puede prolongarse más de 90 días. Hay siete hombres y seis mujeres acusados de privación ilegítima de la libertad y promoción de la prostitución. Y quedan unos 150 testigos por declarar. Susana Trimarco cree que, hasta el momento todo marcha bien, a pesar de que el Chenga y otros dos imputados se han declarado inocentes. “Ellos van a negarlo todo y no voy a entrar en su juego. Que digan lo que quieran. Pero si estos sinvergüenzas le han hecho algo malo a mi hija, la quiero igual. Y así como yo no tengo paz, tampoco ellos la van a tener”, señala. Desea conocer al hijo que supuestamente tuvo Marita en cautiverio.
Durante la larga búsqueda, Susana recibió insultos, desprecios, desaires y amenazas. Pero asegura haber rescatado a 129 mujeres de prostíbulos y consiguió que se aprobara hace cuatro años en Argentina una ley que tipifica como delitos el secuestro y la explotación sexual y laboral. “Antes, nadie hablaba de ese tema. Yo tampoco sabía que existían esas cosas. Pero los mafiosos siguen haciendo lo mismo, por más que yo haya denunciado. En la fundación hemos recibido muchísimas denuncias de intento de secuestro”.
Ante la posibilidad de que algunas de esas mujeres “rescatadas” trabajaran en los prostíbulos por voluntad propia, Susana Trimarco se muestra tajante: “En absoluto. Muchas de esas chicas eran menores de edad. Una de ellas, Danila, tenía 15 años cuando la secuestraron. Y salió ya mayor de edad. Sus padres la buscaban en dirección a Brasil y ella estaba en el otro lado, en La Rioja, en el oeste de Argentina. Pero Danila no sabía ni dónde estaba. Ella veía cómo esos delincuentes hablaban con la policía, con los jueces y decía: ‘¿Cómo voy a denunciar nada a esa gente?’. Si es que eran los mismos que acudían al prostíbulo a acostarse con ellas. Danila vio matar a chicas ahí adentro. Son esclavas”.
La madeja de datos que fue enhebrando Trimarco para sentar a esas 13 personas en el banquillo fue a base de ganarse la confianza de quienes habían sido compañeras de su hija. “Me ayudaron mucho unos travestis con los que conviví en [la provincia argentina de] La Rioja. Pude ver el maltrato físico y psicológico que los proxenetas, hombres y mujeres, que también las hay, hacen a estas personas. Las obligan a drogarse, las golpean, las endeudan para que nunca puedan salir de ahí, les roban su documento de identidad…”.
Ahora, Trimarco solo espera que el juicio arroje un poco de luz sobre el destino de su hija.
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