¿Qué hacer con la primera industria de España?
Los avances tecnológicos y los cambios en las sociedades plantean las limitaciones y los retos a largo plazo de una actividad que aporta 110.000 millones de euros a la economía, más de un 11% del PIB
España ha convertido al turismo en su primera industria. Desde que, a finales de los años cincuenta del siglo pasado, el país abriera las puertas masivamente a los visitantes exteriores, España ha ido perfeccionando a trancas y barrancas su capacidad de recibir y acoger, desarrollando un sistema suficientemente eficaz como para atraer la atención de otros países, que buscan emular el éxito español. Pero las bases de ese éxito son relativamente frágiles, y el avance tecnológico y los cambios en la sociedad han abierto las puertas a nuevos desafíos.
En 2015, el turismo aportó a la economía más de 110.000 millones de euros, más de un 11% del PIB; el automóvil, el segundo mayor contribuyente, no supera el 10%. Los más de 75 millones de visitantes internacionales que entraron en España el pasado año se dejaron 77.625 millones de euros, igual a casi una cuarta parte de las exportaciones manufactureras. Y sigue creciendo: en el primer semestre de 2017, el número de turistas extranjeros que entró en España aumentó un 6,2% con respecto al mismo período del año pasado. Es una fuente de riqueza que, en plena crisis, sirvió para compensar la caída libre de otros segmentos de la economía y del propio turismo interior.
Para la industria mundial, España es un referente. En abril, el país volvió a repetir a la cabeza del Índice de Competitividad Turística del Foro Económico Mundial. "Es un éxito que puede atribuirse a una oferta única de recursos culturales y naturales, combinados con una sólida infraestructura de servicios turísticos, su conectividad aérea y unas poderosas políticas de apoyo", explicaba el informe. Pero para Juan Ignacio Pulido, profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Jaén, "el modelo español es claramente ineficiente", tal y como explica por teléfono. "Necesita un enorme volumen de demanda, que a su vez, tiene unos costes que se externalizan en lo social y lo ambiental. Podría generar los mismos ingresos si el gasto fuera mayor".
Crecimiento desaforado
Tanto para el sector público como para el privado, el crecimiento desaforado ya es una preocupación real. "Se impone el reto de abrir una profunda reflexión sobre el modelo de crecimiento turístico más deseable para el futuro", consideraba la patronal Exceltur el pasado día 13. Una necesidad se hace más imperativa cuando, al calor de la recuperación económica, los españoles están volviendo a buscar destinos vacacionales que antes no cabían en su presupuesto (aunque un 40% del país asegura que no puede irse unos días). "Los progresos que hubo para plantearnos un modelo diferente se vinieron abajo con la crisis", apunta Pulido. "Por arte de birlibirloque, ya no nos preocupaban las ineficiencias del modelo. El problema es que seguimos midiendo el éxito del turismo por el número de visitantes".
Las cifras respaldan las afirmaciones de Pulido. El PIB turístico solo creció un 2,9% de 2000 a 2013, frente al más del 11% del conjunto de la economía. Exceltur reconoce que 2016 fue fruto de unas circunstancias "excepcionales". El primero fue el impacto del terrorismo en destinos mediterráneos que compiten directamente con España en la oferta de sol y playa, en especial Turquía (en plena turbulencia política), Túnez y Egipto, que ha servido para compensar la desventaja competitiva de la fortaleza del euro (y, con ello, empujado hacia arriba las cuentas de resultados). De hecho, España está en el tercio inferior (en la 98ª posición) en el índice del Foro Económico Mundial en competitividad de precios, por detrás de destinos tradicionalmente más caros como Japón o Canadá.
Reparto desigual
El turismo en España está, como es lógico, desigualmente repartido. Los 75 millones de visitantes que entraron en el país en 2016 representan 1,6 por cada español, pero la cifra aumenta a 2,4 por cada catalán (y 4,1 para cada barcelonés), 6,3 por cada canario y 11,7 por cada balear. En esta última comunidad autónoma, la presión de la industria turística es tal que muchos trabajadores tienen problemas para encontrar alojamiento.
A la vez, el mercado hotelero está viviendo una revolución. Por un lado, en las grandes ciudades los fondos de inversión inmobiliaria buscan en los hoteles y apartamentos turísticos la forma más rápida de rentabilizar sus propiedades; por el otro, en solo nueve años, la aplicación Airbnb ha pasado de la nada a tener más de tres millones de propiedades para alquilar en todo el planeta. En 2016, el número de plazas en apartamentos turísticos superó por primera vez a las hoteleras en los 22 mayores destinos del país.
Nada de esto sale barato ni para el medio ambiente ni para la sociedad. La combinación de sol y playa, tradicionalmente la base de la industria turística española, viene acompañada con una intensa presión sobre los recursos hídricos (especialmente en Canarias, donde se extrae más agua de la que hay) que el cambio climático no hace sino agravar. Igualmente, las organizaciones ecologistas continúan alertando de los riesgos de la urbanización desmedida sobre costas que son, precisamente, uno de los grandes atractivos para el visitante. A esto se le añaden los problemas del mercado laboral del sector turístico —que por sus propias características, prefiere mano de obra barata y de temporada—.
Todo esto ha conducido a que al tradicional discurso sobre la importancia del turismo en la economía le haya surgido una versión contraria: el sector es visto como una molestia para una parte de los ciudadanos. En junio, el barómetro semestral del Ayuntamiento de Barcelona indicó que, para un 19% de los encuestados, el turismo era el principal problema de la ciudad. "Si estamos reaccionando ahora es por las demandas de la propia sociedad", reflexiona Pulido. "Quizás lo que ha hecho saltar haya sido la llegada de la saturación a los destinos urbanos. En los destinos de sol y playa que haya mucha gente es lo normal: si vas a Benidorm es lo que te esperas. Pero en Barcelona, Málaga capital, Granada capital... ya es otra cosa".
Y esto también ha tenido una respuesta política: no solo por un creciente desprecio público a la aportación del sector a la economía —definir a España despectivamente como "país de camareros" es una expresión que ha ganado cuerpo en los últimos años— sino, en algunos casos aislados, a través de una hostilidad explícita y organizada, como el reciente ataque a un autobús turístico por la organización juvenil independentista Arran, el lunes en Barcelona.
Este cambio de mentalidad se refleja en iniciativas como las moratorias hoteleras, los registros para viviendas vacacionales y las tasas turísticas —la última, planteada el martes por el ayuntamiento de Valencia—. Pero para algunas organizaciones empresariales, con la CEOE a la cabeza, hay que tener cuidado para no pasarse en la respuesta, máxime en un momento donde la recuperación económica es todavía frágil y cualquier aportación a la economía debe defenderse.
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