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La paradoja de Dover

La frontera sur de Reino Unido votó por el 'Brexit' para frenar la inmigración. Ahora crecen en Francia las voces para dejar de frenar a los sin papeles en Calais

Ana Carbajosa

Los acantilados blancos de Dover. Eso fue lo primero que vio Aj Salah cuando se descolgó de los bajos del camión a los que se mantuvo aferrado durante tres horas para cruzar el canal de la Mancha. Entonces tenía 15 años y no conocía a nadie en Reino Unido. Doce años después tiene amigos, una casa, un coche y una peluquería que acaba de abrir en el centro de esta ciudad británica. “Tengo todo lo que siempre había deseado”, dice este joven iraquí, que lleva una gran bandera del Kurdistán tatuada en el brazo.

Aj Salah, peluquero Kurdo que llegó a Reino Unido en los bajos de un camión, junto a los acantilados de Dover.
Aj Salah, peluquero Kurdo que llegó a Reino Unido en los bajos de un camión, junto a los acantilados de Dover.ANA CARBAJOSA (EL PAÍS)

Las historias de éxito e integración como la de Salah no logran apaciguar los ánimos en Dover (30.000 habitantes), donde se repiten las marchas ultraderechistas contra los extranjeros y donde, como en el resto del país, la migración ha secuestrado el debate sobre la salida de la UE. Pero Dover es distinta de cualquier otra ciudad del país porque es el nexo de unión de las islas británicas con la Europa continental. Aquí llegan los inmigrantes, los pasajeros de los ferris y las mercancías desde el otro lado del canal. Y aquí amenazan los franceses con enviar a los migrantes que se agolpan en Calais, apenas a 80 kilómetros en línea recta, en el litoral francés. Miles de demandantes de asilo e inmigrantes recalan en el norte de Francia procedentes de Sudán, Siria, Irak, Afganistán o Eritrea y aspiran a cruzar el canal de la Mancha rumbo a Reino Unido, su destino final.

La frontera sur de Reino Unido se encuentra de facto en Calais, donde decenas de agentes británicos controlan la aduana y los pasaportes de los que quieren pisar suelo inglés. Fue en 2003, cuando el entonces primer ministro, Tony Blair, no consiguió convencer a Jacques Chirac de que se subiera al carro de la guerra de Irak, pero en la trastienda, sus ministros de Interior cocinaron el acuerdo de Touquet, que permite a Londres controlar sus fronteras desde el país vecino. Tras el Brexit, crecen las voces en Francia que piden acabar con el pacto, lo que les permitiría aliviar la crisis humanitaria en Calais.

Los franceses amenazan con pagar a los británicos con su propia medicina. Vienen a decirles 'Si quieren soberanía, empiecen por controlar su propia frontera'. Horas después del referéndum, Xavier Bertrand, presidente de la región Hauts de France, a la que pertenece Calais, pidió renegociar los acuerdos de Touquet. “Si los ingleses querían recuperar su libertad, que recuperen también su frontera”, dijo. También lo pide la alcaldesa de Calais, Natacha Bouchart, y hasta ha amenazado con hacerlo el ministro francés de Economía, Emmanuel Macron, que antes de la consulta dijo que, si los británicos se iban de la UE, “Francia dejaría de retener a los inmigrantes en Calais”. Lo pide también el candidato conservador Alian Juppe. Su postura no cuenta de momento con el respaldo del Gobierno de París, que teme que el canal de la Mancha acabe convirtiéndose en un cementerio como el Mediterráneo. El presidente François Hollande ha declarado este miércoles en Bruselas que el acuerdo con Reino Unido es bilateral y que no tendría sentido cancelarlo.

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Mike Eddy, jefe de filas de los laboristas de Dover, en la oposición, está “avergonzado” por el resultado del referéndum y le da la razón a los franceses. “Lo que dicen es lógico. Si nos vamos de la UE, los franceses no tienen por qué mantener unos acuerdos que se basan en la solidaridad europea y los británicos hemos dicho que no queremos ser solidarios”. Eddy no entiende cómo el 61,2% de sus vecinos votaron a favor de abandonar la UE. Piensa, que en una ciudad cuya economía calcula que depende en un 75% del comercio de mercancías con los socios comunitarios, romper con Bruselas significa pegarse un tiro en el pie. En un costado de los célebres acantilados blancos, el trasiego de camiones es continuo. De aquí salen para repartir la carga por todo el país.

La paradoja va más allá. Los vecinos de Dover votaron Brexit, entre otros motivos, para frenar la inmigración y ahora pueden encontrarse con un verdadero caos migratorio en sus narices. El obispo de Dover, Trevor Willmott, cuya diócesis trabaja con 800 menores migrantes que entraron solos a la región, cree que uno de los problemas es que “el debate fue muy simplista. A la gente no le explicaban nuestra relación con Francia ni nada parecido. Se trataba de asustar, de decir que venían a robarnos y a quitarnos el trabajo”.

Sin muletas

En la calle, es fácil confirmar cómo ha calado el mensaje del que habla el reverendo Willmott. “Aquí siempre ha habido demasiados inmigrantes. Traen la violencia y nos quitan las plazas en los hospitales”, asegura Ryan Holah, un joven que se dedica a arreglar tejados y que hace un receso en una calle cerca del puerto. Dice que los polacos hacen el mismo trabajo por menos dinero y que eso perjudica a los locales. “Mi hermana fue al hospital y ya no quedaban muletas”, apunta un compañero de Holah que también descansa.

En un puesto de fruta, Janet Bentley representa a la otra mitad de Reino Unido. “Los que votaron Brexit creían que iban a enviar a casa a todos los inmigrantes, pero eso no va a suceder. ¿Quién se creen que va a trabajar si ellos no están?”. Bentley explica que lo neonazis que se enfrentan con piedras y ladrillos a los antifascistas “son tipos sin trabajo que no soportan que los inmigrantes cobren ayudas sociales”.

Salah, el peluquero iraquí ha escapado de momento de las hordas neonazis. Cuando sabe que van a venir al centro echa la persiana de la peluquería y sale corriendo. Él votó a favor de quedarse en la UE, pero en otra de las incontables paradojas que rodean la consulta británica y sus consecuencias, ahora está encantado ante la posibilidad de que París rompa la baraja y deje de controlar el paso de migrantes por el canal de la Mancha. “Me gustaría que Francia no parase a los inmigrantes. Tengo amigos con familiares atrapados en Calais. Todos queremos tener una buena vida”.

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Sobre la firma

Ana Carbajosa
Periodista especializada en información internacional, fue corresponsal en Berlín, Jerusalén y Bruselas. Es autora de varios libros, el último sobre el Reino Unido post Brexit, ‘Una isla a la deriva’ (2023). Ahora dirige la sección de desarrollo de EL PAÍS, Planeta Futuro.

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