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Roseburg llora a los muertos mientras ignora el debate sobre las armas

El pueblo donde murieron a tiros nueve personas en un campus ejemplifica la dificultad para abordar un problema que el mundo rural no reconoce como tal

Pablo Ximénez de Sandoval
El sheriff de Roseburg (a la derecha), muestra fotos de los fallecidos.
El sheriff de Roseburg (a la derecha), muestra fotos de los fallecidos.AP

Julie Arnold decidió en el último momento que no quería volver a ese lugar. El viernes por la tarde, las autoridades de Roseburg, Oregón, citaron a los cientos de estudiantes que tuvieron que salir corriendo del campus de la Universidad de Umpqua para llevarlos en autobuses hasta el recinto, acordonado, a recoger sus coches y las pertenencias que dejaron atrás. Julie, una joven rubia y sonriente de 21 años, acudió a la cita, pero de pronto se dio cuenta de que no podía controlar sus emociones y decidió no ir. La mañana anterior, “vio y oyó cosas que no debería oír nadie”, dice su madre, Sherry, sentada a su lado. Julie estaba en una de las aulas cercanas a la de la masacre, en la que murieron asesinados nueve inocentes. Recuerda los tiros, las carreras y la sangre.

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Uno se pregunta qué clase de reflexión sobre las armas provoca una experiencia como esta en una joven. “El problema no son las armas, sino la gente. Deberían hacer algún tipo de examen mental”, contesta Julie Arnold. Como todo el pueblo, creció con armas, es propietaria de varias. “Tengo un permiso para llevarlas y estoy orgullosa de ello. Soy una persona normal”, añade su madre. Explica que su hija “creció con las armas” y que toda la familia sale a cazar junta. Igual que están impactadas por haber vivido el horror tan cerca, están verdaderamente sorprendidas de que alguien se plantee controlar el acceso a las armas. “En América hay un arma en cada casa. ¿Van a requisarlas todas?”. La conclusión de la tragedia para ambas es que tiene que haber alguien armado en el campus para hacer frente a estas situaciones.

El asesino se llamaba Chris Harper Mercer, tenía 26 años y era propietario de 13 armas, todas ellas legales, compradas por él mismo o por un familiar. Al mismo tiempo que comunicaba estos datos, el sheriff del condado, John Hanlin, se negaba a decir en alto el nombre del homicida porque, en su opinión, eso es lo verdaderamente peligroso, ya que crea imitadores. Hanlin se opone al control de armas hasta el punto de que envió una carta a la Casa Blanca avisando de que no cumpliría ninguna norma en ese sentido. Lo hizo en el momento álgido del debate tras la matanza de niños de párvulos en Sandy Hook. El sheriff, un cargo electo, representa la opinión general de su pueblo.

El agresor se suicidó, según la policía

EFE, Washington

El presunto autor del tiroteo de este pasado jueves en un campus de estudios superiores en la población de Roseburg, en el Estado de Oregón (EE UU), se suicidó tras acabar con la vida de nueve personas y dejar a otras siete heridas, informaron este sábado las autoridades.

"El médico forense ha determinado que la causa de la muerte del tirador fue suicidio", indicó el sheriff del condado de Douglas, John Hanlin, en una conferencia de prensa.

El alguacil del condado también informó de que el joven era un estudiante del centro de estudios superiores Umpqua Community College, de Roseburg, donde ocurrieron los hechos, y era alumno de la clase en la que abrió fuego.

Las investigaciones preliminares, prosiguió Hanlin, apuntan a que dos oficiales de policía llegaron al aula donde se encontraba el sospechoso y comenzó "un intercambio de disparos", por lo que en un principio no pudieron determinar la procedencia de la bala que le causó la muerte.

Hanlin informó además de que, según sus registros, los oficiales comenzaron a disparar dos minutos después de llegar al lugar de los hechos y el tirador no falleció hasta dos minutos después.

Asimismo, las autoridades descubrieron que el presunto autor, identificado como Chris Harper Mercer, de 26 años, tenía bajo su posesión hasta 14 armas de fuego, y no 13, como se había informado en un primer momento.

Roseburg es un pueblo de 21.000 habitantes esparcido por la autopista interestatal 5 (Tijuana-Seattle), en medio de un mar de bosques espectacular. En Roseburg todo el mundo ha estudiado en el mismo instituto generación tras generación. Si ha querido prosperar, lo ha hecho apoyándose en el Umpqua Community College. Es difícil entrar en una tienda o un restaurante de este pueblo y que nadie conozca personalmente a alguien, o varios, de los muertos y heridos.

En las 24 horas siguientes a la masacre, el presidente Barack Obama reiteró que está en manos de los políticos poner freno a la violencia y en manos de los ciudadanos echarlos de su puesto si no lo hacen. Retó a la prensa a comparar los muertos por armas y los muertos por terrorismo y la prensa lo hizo: más de 11.000 muertos al año en la década pasada por tiroteos. Las víctimas de terrorismo, desde el 11-S, nunca han llegado a 80 al año. Los candidatos republicanos a la Casa Blanca y todos los grandes medios se sumaron al debate. Pero la conversación mundial sobre las armas en EE UU cada vez que hay un tiroteo masivo es eso, mundial, no de pueblos como Roseburg.

Roseburg es una comunidad tan acogedora y amable como profundamente republicana. Tiene un hospital de veteranos que da servicio a todo el sur de Oregón y un condado del norte de California. James Brann, especialista en atención a veteranos, decía el viernes orgulloso en su oficina móvil Vet Center que Roseburg es un ejemplo en la atención a los exmilitares. La historia más impactante en el pueblo es la de Chris Mintz, que se lanzó sobre el atacante, recibió siete tiros y se recupera en un hospital. El viernes preguntó si los demás estaban bien. No solo eso, uno de los héroes que redujeron a un terrorista en un tren de París, Alex Skarlatos, es de Roseburg. “Esta ciudad tiene una desproporción de héroes”, dice Brann. También están recibiendo tratamiento de héroes los dos agentes que llegaron hasta el sospechoso y lo liquidaron apenas siete minutos después de que empezara a disparar. Esa es la clase de historias que reafirman a esta comunidad en que los buenos son capaces de parar a los malos. No tiene que ver con las armas.

Según datos del Pew Research Center, un 85% de los norteamericanos apoya, en distinta medida, varias medidas concretas: extender el examen de antecedentes a las ventas entre particulares, leyes que eviten que enfermos mentales compren armas, una base de datos federal que registre las ventas de armas y la prohibición de las armas de asalto (esta es la que menos apoyo tiene, 57%). Sin embargo, cuando se pregunta a la gente si está más a favor de controlar las armas o de proteger el derecho a llevarlas, el país está dividido exactamente por la mitad al 50%, lo que indica el delicado equilibrio al que se enfrentaría cualquier propuesta legislativa.

La conversación mundial sobre las armas en EE UU cada vez que hay un tiroteo masivo es eso, mundial, no de pueblos como Roseburg

El viernes por la tarde, un hombre de mediana edad que solo aceptó decir que se llama Jim y es agente del orden ponía a punto su escopeta en el club de tiro Rod N Gun, fundado en 1910 al otro lado de la carretera del campus. Este fin de semana empieza la temporada del ciervo. La posesión de armas “es el precio de una sociedad abierta”, dice Jim, que es favorable a algún tipo de control. Considera que el autor de la masacre del jueves encajaba en un prototipo de joven solitario con problemas mentales, pero dice no saber bien cómo se puede prevenir que cometa un crimen si está decidido a cometerlo. Dos compañeros de tarde entran en la conversación y explican que la posesión de armas es “sobre lo que se fundó este país”. La primera enmienda de la Constitución es la libertad de expresión y la segunda el derecho a llevar armas, explican. Ambos derechos fundamentales están al mismo nivel como garantes de una sociedad libre y en condiciones de defenderse, si fuera necesario, de los abusos de su propio gobierno. “Este país se fundó sobre el principio de que la gente debe mantener al gobierno a raya”. Jim pone un ejemplo: “Nadie quiere que haya un régimen totalitario. Si no, nos podría pasar como a ustedes con Franco”.

Unas doscientas personas se juntaron en la noche del viernes para recordar a las víctimas frente al supermercado Walmart local. Rezaron, lloraron, se abrazaron y se dieron ánimos como comunidad. Ni una palabra sobre las armas. Dentro del centro comercial, había cola frente a la caja registradora de la sección de deportes, donde se venden armas de caza y munición. Empieza la temporada del ciervo.

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Sobre la firma

Pablo Ximénez de Sandoval
Es editorialista de la sección de Opinión. Trabaja en EL PAÍS desde el año 2000 y ha desarrollado su carrera en Nacional e Internacional. En 2014, inauguró la corresponsalía en Los Ángeles, California, que ocupó hasta diciembre de 2020. Es de Madrid y es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense.

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