Brasil, ese adolescente rebelde
Con Lula, Brasil vivió un momento de vacas gordas, de salida de la miseria y del complejo de inferioridad frente al mundo
Brasil está en plena rebeldía. Es un adolescente que se ha rebelado a los padres, los políticos. Dicen que nadie sabe lo que quiere porque lo quiere todo. Y de repente. Y sin esperar, sale quebrando el mundo.
El incendio que vive la sociedad está sacando a la calle sobre todo a adolescentes y jóvenes que nunca vivieron una dictadura ni una protesta callejera masiva sin la protección de un partido o institución política. Se han echado solos al ruedo.
Lo curioso es que el llamado “padre de los pobres" de Brasil, el carismático extornero y expresidente Lula, sería el único que ganaría hoy las elecciones en la primera vuelta. Y el grito “!Vuelve, Lula!” ya empieza a resonar, aunque él sigue desmintiendo su deseo de presentarse.
¿Es que Rousseff lo está haciendo peor que Lula? Seguramente, no. Su estilo es otro, pero ella además es una seguidora del exsindicalista con quién se consulta en los momentos de crisis. Si Lula fue el padre, sobre todo de los pobres, Rousseff fue presentada como la madre que seguiría cuidando de los más necesitados.
¿Es que con Lula la corrupción política fue menor que con Rousseff? No. Ella intentó incluso, por lo menos al inicio, poner un dique a la presa que se desbordaba.
¿Es que con Lula los transportes públicos funcionaban mejor? No, igual. ? ¿Y los hospitales, las escuelas y el orden público, funcionaban mejor? No. Si acaso con los dos mejoraron, pero no les ha bastado a los brasileños que han descubierto el gusto adolescente de la rebeldía y de la protesta.
La pregunta entonces es por qué la credibilidad de la presidenta se hunde y la calle quiere la vuelta de Lula. Quizás deberían explicarlo los psicólogos.
El porqué durante los ocho años de Lula, Brasil estuvo mudo, anestesiado, incluso la oposición política, feliz de ser un país envidia del planeta, podrían explicarlo mejor sociólogos y psicólogos que economistas.
Con Lula, Brasil vivió un momento de vacas gordas, de salida de la miseria y del complejo de inferioridad frente al mundo. Pero Brasil en ese momento era aún niño. Y el niño no cuestiona al padre, lo admira, sobre todo si lo carga de juguetes, si lo convence de que tiene un padre que cuida de él, que le da lo que sabe que necesita, aunque no sea a veces lo que él desearía.
Aquel niño ha crecido y se ha hecho adolescente. Le han salido la barba o los pechos. Y de repente ha tomado conciencia de que quiere más que juguetes. Quiere libertad. Quiere opinar. Quiere poder rebelarse al padre o a la madre. Freud es siempre actual.
La ecologista Marina Silva ha comentado que Brasil ha “recuperado la voz” y que “quiere más, pero lo quiere de otro modo”. Lo quiere como adulto. No quiere sólo que le den respuestas a sus deseos, quiere él hacer las preguntas.
Y cuando los niños y los jóvenes empiezan a preguntar, los adultos tiemblan, se desconciertan.
En mi infancia, mi padre era maestro rural en la Galicia pobre. Eran tiempos de dictadura. La palabra de orden del régimen franquista era “obedecer”. Mi padre que intuyó que aquellos jóvenes un día saldríamos del túnel de la dictadura y deberíamos construir una democracia, nos estimulaba en la escuela a “preguntar”. Nos decía: “No os canséis nunca de hacer preguntas a los adultos”. Nos explicaba que sólo las preguntas abrían caminos nuevos y ayudaban a crecer.
Un día le llegó una carta del Gobierno. Había sido castigado porque, según el régimen, los alumnos que salían de su escuela e iban a estudiar el bachillerato “hacían demasiadas preguntas”, y además “se resistían a obedecer órdenes”.
Brasil no vive una dictadura. Su democracia es sólida, y sin embargo aquellos niños de Lula han crecido y han aprendido que se les ofrecen respuestas a preguntas que ellos no han hecho, mientras deberían en este momento escuchar sus preguntas.
El silencio y la prohibición de preguntar son típicos de las dictaduras, mientras que el ruido de las preguntas y de las protestas de la calle, con todos los peligros que pueda encerrar, son síntomas de crecimiento de los valores democráticos. Y sólo la democracia puede hoy asegurar la defensa de los derechos humanos y de los deseos de un Brasil que se ha hecho adulto de repente y por eso quiere ser tratado como tal.
El problema es qué democracia quiere el Brasil adolescente rebelde. Ciertamente a las nuevas generaciones no le basta la de sus padres. El modelo está agotado. Ellos pertenecen a otro mundo y hasta el traje de la democracia que se les quiere imponer, se les queda fuera de moda.
Ellos no piden lo imposible, como sus antecesores rebeldes del 68. Son tecnológicos y pragmáticos. Quieren sencillamente lo posible. ¿Cómo no darles la razón?
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