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La ciencia de la semana
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Una ayuda llegada del espacio

La mitad del agua de los océanos llegó a la Tierra en forma de una lluvia de asteroides

Javier Sampedro
Imagen del asteroide Itokawa.
Imagen del asteroide Itokawa.JAXA

El origen de la vida es uno de los grandes temas abiertos en biología evolutiva, si es que se le puede considerar así, porque no está claro hasta qué punto podemos hablar de “biología” ni de “evolutiva” en un tiempo en que aún no se ha formado la primera célula. El salto de la materia orgánica al sistema vivo más simple resulta tan abismal que nunca han faltado científicos —Arrhenius, Crick, Hoyle, Venter— que han preferido claudicar y echarse en manos de la panespermia, la hipótesis de que las primeras bacterias nos llegaron del espacio. Desde luego esto resolvería el problema de un plumazo para el caso de la Tierra, aunque le pasaría el ascua ardiendo a algún científico alienígena, caso de haberlo. La panespermia tiene una pésima reputación, pero hay una versión débil que se puede considerar consolidada: que la vida no viene del espacio, pero sus componentes básicos sí, empezando por el agua. Lee en Materia las evidencias de que la mitad del agua de los océanos nos llegó de los asteroides en la infancia del planeta, cerca de 4.000 millones de años atrás. Y poco antes de que surgiera la vida.

Más allá del agua, hoy se acepta la idea de que algunos compuestos orgánicos esenciales para la vida llegaron también con aquella lluvia brutal de asteroides y cometas

Los asteroides (o planetoides) son residuos de la formación del sistema solar, rocas de menos de mil kilómetros de diámetro que no llegaron a reunirse entre sí para formar un planeta en los orígenes del sistema solar, hace 4.500 millones de años. La gran mayoría giran en torno al Sol entre las órbitas de Marte y Júpiter (el llamado cinturón de asteroides). El asteroide Itokawa, al que se refiere el nuevo trabajo, tiene solo 500 metros de largo, y también es excepcional porque orbita entre la Tierra y Marte, pero por lo demás es una roca muy común: un asteroide de tipo S, de los que nos llega la mayoría de los meteoritos que caen a la Tierra. Los científicos no solo han comprobado que tiene agua abundante, sino también que esa agua tiene la misma composición de isótopos (variantes atómicas del hidrógeno y del oxígeno) que el agua de nuestro planeta. Todo encaja si los asteroides de esa clase bombardearon la Tierra hace 3.900 millones de años, trayendo así una enorme cantidad de agua a un planeta sediento.

Más allá del agua, hoy se acepta la idea de que algunos compuestos orgánicos esenciales para la vida llegaron también con aquella lluvia brutal de asteroides y cometas. Entre ellos destacan los aminoácidos, que son los componentes básicos de todas las proteínas de nuestro cuerpo. Esta es la versión de la “panespermia débil” que admite la ciencia planetaria actual. Y hay que hacer énfasis en lo de “débil”, porque el salto de ahí no ya a la primera célula viva, sino incluso a las primeras moléculas con una complejidad organizada —proteínas, ADN o ARN— sigue pareciendo un abismo conceptual. Y, para colmo, no hay vastas cantidades de tiempo que puedan acudir en nuestra ayuda, porque la aparición de la vida fue rápida en términos geológicos. Pero la investigación sobre aquellos tiempos oscuros sigue siendo activa, y las ideas también evolucionan deprisa.

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