El cáncer de las palmeras amenaza los oasis
Crece la preocupación por el picudo rojo, una plaga global difícil de detectar y controlar
Un oasis en el desierto. Una potente imagen literaria. Y en muchos lugares, como Tiyikya, en el centro de Mauritania, la fuente de la vida. En el centro del oasis, la palmera. La planta que, además de dar dátiles, mantiene todo el ecosistema y permite el crecimiento de otros árboles, como las higueras, o cultivos, como las legumbres. Pero un insecto rojizo de dos a cuatro centímetros de longitud, considerado un auténtico cáncer para las palmeras, amenaza todo lo anterior. Y también la existencia misma de estas plantas, ya sea con funciones agrícolas (dátiles, aceite de palma...) o decorativas, en medio mundo. El picudo rojo perfora el tronco o la corona de las palmeras hasta acabar con ellas.
Originaria del Sudeste asiático, la plaga afecta enormemente a los agricultores y habitantes de oasis de Oriente Medio y el Norte de África, pero también a países como Malasia, con dependencia económica del aceite de palma. Y está presente también en Europa, donde amenaza la función ornamental y el valor cultural de estas plantas. Países como España, adonde llegó presumiblemente desde Egipto en 1996, Francia o Italia calculan las pérdidas económicas en decenas de millones de euros.
Pero el picudo no paró en el Atlántico, e incluso ha llegado a la isla de Curazao, en el Caribe. Comprar palmeras —son muchos los que las adquieren para decorar espacios públicos o privados— desde lugares infestados es peligrosa. "La primera recomendación a los países es prohibir cualquier importación", según Michel Ferry, responsable de la Estación Phoenix de Elche (España), un centro puntero oficial nacido al albur del palmeral de la localidad (catalogado como Patrimonio de la Humanidad) y desmantelado como tal en 2011.
Otra técnica de prevención, cuando se mantienen las importaciones o la plaga ya se ha hecho presente, es el uso de trampas que atraen (y matan) a los machos, reduciendo así la población de picudos al tiempo que ayudan a detectar su presencia. Pero muchos agricultores de Oriente Medio las rechazan, como explica Abdulramán El Daud, profesor de Ciencias Agrícolas de la Universidad King Saud, de Arabia Saudí. "Muchos creen que lo que van a hacer las trampas es atraer a los insectos a sus plantaciones". Otro problema, además de comprar y armar estos artefactos, es que hay que controlarlos y mantenerlos periódicamente, lo que cuesta tiempo y dedicación.
La alternativa es esparcir insecticidas que prevengan o acaben con la presencia del insecto. "Pero estos afectan a otros organismos y son perjudiciales para el medio ambiente", según Shoki El Dobai, especialista de la FAO (agencia de la ONU para la alimentación y la agricultura). Mientras se buscan nuevas alternativas, el éxito de la lucha contra el picudo es muy relativo. Solo las islas Canarias consiguieron erradicar la plaga de su territorio el año pasado, tras cinco años de lucha. "La clave fue la coordinación y la concienciación de todos", sostiene El Dobai. "Y también ayudó el hecho de que sean islas", añade.
Como con los tumores cancerígenos, la detección temprana de la infestación condiciona las posibilidades de supervivencia del enfermo. Y como en muchos tipos de cáncer, muchas veces los síntomas no son visibles hasta que es demasiado tarde. "El 80% de su ciclo de vida se desarrolla a escondidas", explica El Dobai. Los ejemplares adultos de picudo buscan palmeras jóvenes —hasta 40 variedades, desde la datilera o el cocotero hasta la ornamental conocida como palma canaria, sufren esta plaga— en las que depositar los huevos de las nuevas generaciones. Y transmiten la infección.
¿Cómo se puede saber entonces si una palmera está infestada antes de que el daño sea irreversible? Prevenir y atajar los ataques del picudo son el centro del debate que se lleva a cabo estos días en la sede de la FAO en Roma (Italia) Como en la enfermedad humana, se está desarrollando distintos métodos innovadores, desde detectores acústicos para el ruido que hacen las larvas al masticar las palmeras hasta sensores de temperatura o rayos X.
Ninguno definitivamente exitoso, pese a su coste. “La única técnica que se ha mostrado efectiva hasta el momento es la inspección visual", según Ferry. Esa revisión visual en busca de hojas jóvenes secas o caídas (que se complica en la palma canaria, donde los signos aparecen a la altura de la corona de la planta) o examinando el interior con un destornillador, se puede complementar con el olfato (las larvas segregan un líquido oscuro y fermentado mientras digieren el tejido de la palmera o con perros, como han hecho en Sicilia (Italia).
Detectado a tiempo, toca tratar con inyecciones para acabar con los picudos, o extirpar el tumor. Es decir, eliminar las partes infectadas y acabar con la presencia del gorgojo en la planta. Si es demasiado tarde, habrá que destruir y retirar la palmera para evitar que se expanda por la plantación. Aunque se debate si no es oportuno retirarlas en cualquier caso. De nuevo, muchos agricultores (o propietarios, en el caso de las palmeras ornamentales) se resisten a prescindir tan fácilmente de sus ejemplares.
Capacitar a los agricultores y darles recursos, convencer a los propietarios (sean hoteles, particulares o municipios) y, sobre todo, coordinar las labores de control y detección serán la clave para avanzar en la erradicación, según El Dobai. "Hace falta una gestión integrada", añade. La idea del encuentro de esta semana en Roma es establecer estrategias comunes nacionales, regionales y globales —como ocurre con otras plagas como las de langostas— para que todos los esfuerzos sean productivos. "Tenemos que ir por delante del picudo, no detrás de él", sentencia El Daud.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.