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MIRADOR
Columna
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El Nobel

El que estuvo a la altura esa vez fue el ministro (Jorge Semprún), que salió al bar más próximo a entregarle el cheque

Julio Llamazares

En la vida tienes que elegir: o eres un autor de culto o eres un autor de masas, o aspiras a premios y reconocimientos o te conformas con el verdadero éxito, que es poder dedicarte a lo que te apasiona y hacerlo como a ti te gusta, sin admitir presiones externas. Lo que no se puede es pretenderlo todo a la vez.

Viene esto a cuento de la actitud de Bob Dylan, cuyo Nobel de Literatura provocó mucha discusión entre quienes lo consideraron una excentricidad de la Academia sueca y los que creían que era justísimo, negándose a viajar hasta Estocolmo para leer su discurso de aceptación del premio pero mandándolo para que lo leyera otro (otra: la embajadora de los Estados Unidos en Suecia; ¿puede haber alguien más institucional?) a fin de asegurarse la dotación económica, que, de no hacerlo así, perdería. ¿Qué otra explicación hay, si no, a su negativa a acudir a Estocolmo para recibir el mayor galardón literario que se da en el mundo, pero a la vez aceptarlo por persona interpuesta?

No entro en si el autor de Blowin’in the wind y otras canciones ya inseparables de nuestro tiempo merece o no el premio Nobel (de Literatura o de la Paz, qué más da) porque pienso que todos los premios son inmerecidos, salvo quizá aquellos que sirven para posibilitar el descubrimiento de nuevos autores, pero lo que sí tengo claro es que, así como Sartre dio una lección de coherencia rechazando el que ahora le han dado a Bob Dylan (el premio y su dotación económica) y Woody Allen lo hace todos los años rehusando acudir a la gala de los Oscar por si acaso se lo dan, el cantante de Minnesota no ha estado a la altura de su leyenda. El hombre que escribió versos como “No sé cómo empezó todo esto/ no sé qué están haciendo con sus vidas/ pero yo, yo todavía estoy en la carretera…” no puede traicionar su trayectoria aceptando participar en una ceremonia que desprecia y, si lo hace, ha de ser con todas las consecuencias. García Márquez fue a recoger el Nobel con un liqui-liqui y no volvió a aceptar más premios después de aquel. Otros, en cambio, los quieren todos y hacen bien en cogerlos si se los dan. Eso sí, lo que no pueden es pretender después pasar por puros y marginales como aquel ensayista español que, por estar en contra de la existencia del Estado, rechazó acudir al Ministerio de Cultura para recibir un Premio Nacional, pero no el dinero que suponía. El que estuvo a la altura esa vez fue el ministro (Jorge Semprún), que salió al bar más próximo a entregarle el cheque.

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