Más que una elección
EE UU elige el martes entre una demócrata y un peligroso populista
En 48 horas, millones de estadounidenses decidirán quién será la persona que ejercerá el puesto político más importante del planeta durante los próximos cuatro años. Y aunque el resultado de unas elecciones en EE UU siempre influye en el curso de la historia, las de pasado mañana se presentan como un punto de inflexión dramático sobre el modo de concebir la política y el gobierno en la mayor potencia democrática mundial.
La irrupción del populismo descarnado de Donald Trump en la carrera electoral ha distorsionado por completo un proceso transparente y participativo de elección de candidatos. Y tendrá efectos importantes y duraderos independientemente de quien sea el vencedor. Su exitoso salto a la política supone la constatación de que ningún sistema está a salvo del populismo.
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Ni siquiera Estados Unidos, la democracia más sólida del mundo, la que más oportunidades ofrece a cada individuo, la que mejor integra a los inmigrantes y la que más se beneficia de la globalización, ha podido blindarse ante el éxito de un rico y sin escrúpulos hombre de negocios que pretende hablar en nombre de los humildes a la vez que alardea de no pagar los impuestos con los que se pagan los programas sociales que benefician a los más humildes. Como si los simpatizantes de Hillary, sean afroamericanos, latinos, mujeres o personas sin recursos, fueran la élite que gobierna en EE UU, y Trump, de una familia acomodada, fuera un humilde representante del pueblo llano.
Gane o pierda Trump, el republicanismo —uno de los dos grandes pilares del sistema político de EE UU— ha sufrido un golpe gravísimo del que tardará mucho en recuperarse. No se puede caer en el error de creer que el populismo es una creación exclusiva de Trump. Viene de mucho antes, cuando los sectores más conservadores e intransigentes del Partido Republicano decidieron dar alas al movimiento ultraconservador del Tea Party, que considera corrupta e ineficaz en su conjunto a toda la clase política presente en Washington.
Es cierto que Hillary Clinton no es una candidata que pueda equiparar su carisma con el de Obama. Pero, al contrario que Trump, que no cumple ni uno de los requisitos que se necesitan para ser presidente, a Hillary le sobran cualidades, experiencia y criterio para ser presidenta de EE UU. Y muchas de las dificultades que está sufriendo tienen que ver con el doble e injusto rasero que todavía se aplica a las mujeres que compiten en política: se les exige más y se les perdona menos, por ejemplo, la ambición, que en los hombres es una virtud y en ellas se critica como un defecto. Hillary merece ganar y Trump merece perder contra una mujer demócrata.
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