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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La aventura de ser madre después de los sesenta

La maternidad muy tardía presenta más problemas éticos y sociales que médicos

Milagros Pérez Oliva
Lina Álvarez, de 62 años, en una imagen tomada al final de su embarazo.
Lina Álvarez, de 62 años, en una imagen tomada al final de su embarazo. Eliseo Trigo/EFE

Incluso en la sociedad más avanzada, ser madre a cierta edad supone una aventura de incierto recorrido. Pero eso no ha sido un obstáculo para Lina Álvarez, que acaba de tener una hija a los 62 años. No estamos, como parecería, ante un caso de deseo materno frustrado, pues Lina Álvarez tiene ya dos hijos, uno con parálisis cerebral que tuvo con 27 años, y otro que engendró 10 años después de tener la menopausia, a los 52, por fecundación in vitro.De manera que si alguien ha puesto a prueba los límites de la biología ha sido ella y pocas pueden presumir de haber tenido tanta suerte en esa lotería que es la fecundidad en edades avanzadas.

El médico que al final de un largo periplo de negativas accedió finalmente a implantarle un embrión obtenido con óvulo y semen de donante no la engañó: las posibilidades de que el embarazo prosperara no superaban el 6%. Y sin embargo, ahí está ahora Lina, amamantando a su hija, testimonio viviente de las muchas barreras que la medicina es capaz de superar. Algo que ella conoce muy bien porque además es médico. No hay que minimizar, por supuesto, los riesgos de un embarazo tardío. Pero la casuística es ya amplia e incluye bastantes casos de maternidad después de los 60 e incluso un caso después de los 80. La conclusión sería que una maternidad tan tardía presenta más problemas sociales y éticos que médicos. Ya querrían las mujeres quedar libres, como los hombres, del reloj biológico, pero lo cierto es que hay un tiempo idóneo para gestar, que es antes de los 35 años. A partir de ahí la fertilidad declina, pero las técnicas de la fecundación asistida permiten ahora sortear esas barreras.

Las objeciones éticas son más peliagudas. La primera es que el niño tendrá una madre presumiblemente menos vital y más cansada que si tuviera 25 años. Eso es cierto, pero en cuestiones de vitalidad, la edad no siempre es un patrón fiable y tampoco sometemos a pruebas de energía a las madres más jóvenes. La otra gran objeción es que el niño tendrá mayores probabilidades de quedar huérfano a edad temprana. Este temor obedece en realidad a factores culturales de nuestro tiempo. La mayoría de los niños que nacían antes del descubrimiento de los antibióticos tenían muchas probabilidades de perder a la madre muy pronto, y no por eso se dejaba de tener hijos. Por otra parte, una mujer de 60 años puede tener hoy mayores expectativas de vida con buena salud que una de 40 no hace tanto. En ningún tiempo ha sido posible asegurar la vida y la salud de la madre.

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El Instituto Nacional de Estadística nos dice que la esperanza media de vida de una mujer de 65 años es de 23,5 años. Sería sin duda un tiempo suficiente para que la criatura pudiera volar sola, pero eso depende ahora mismo más de la economía que de la biología. Como se ve, todo es muy relativo. Lo que sí sería deseable, si se va a emprender la aventura de una maternidad tan tardía, es tener cubiertas las posibles contingencias. Porque la maternidad no concierne solo a quien decide ejercerla, sino también a quien será el fruto de su decisión, el niño.

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