Basta prohibirlos
Todo el populismo ultraderechista oriental se basa en atacar lo que —considera— viene de fuera, sean personas o valores


Dos datos explican más que 2.000 discursos. El Gobierno húngaro del ultra Víktor Orban se gastó 38 millones de euros en la campaña xenófoba previa al patético referéndum de ayer.
Con ese dinero podría haber financiado durante tres años la estancia de los refugiados que le estipuló Bruselas, 1.294 de entre los 160.000 a reubicar, e incluso multiplicar esa cuota por tres (calculando un coste de estancia de 12.000 euros/persona/año).
Y además habría cumplido el artículo 80 del Tratado que le obliga a aceptar “un reparto equitativo de la responsabilidad” de asumir refugiados, “también en el aspecto financiero”. Si pese a todo el Gobierno de Budapest persiste en su ilegal negativa, habrá que castigarlo: sin fondos estructurales ni de cohesión.
Los 1.294 refugiados —sobre todo sirios, como los niños de Alepo— que Hungría está obligada a acoger suponen poco más del 0,001% de su población. Líbano, un país bastante más pobre, ha asumido a un millón largo, el 25% de su propia población: 4 millones. Si se aplicase el baremo de la solidaridad libanesa, más generosa aún que la bruselense, a Víktor Orban le tocaría dar la bienvenida no a un millar de refugiados, sino a 2,4 millones. No ha aceptado ni tan solo a uno.
El parafascista primer ministro, antes liberal, considera que “la inmigración es veneno”; nunca habla de refugiados, sino de inmigrantes; aterroriza a sus machitos diciendo que violarán a sus mujeres; y asegura que los terroristas de Francia son inmigrantes, y no ciudadanos europeos. Todavía no ha sido expulsado del Partido Popular Europeo (PPE).
Todo el populismo ultraderechista oriental se basa en atacar lo que —considera— viene de fuera, sean personas o valores. Así quedó claro en el reciente foro de Krynica, el Davos del Este, que la España oficial sortea, y así ignora: asisten la Fundación Alternativas, el Ceseden, la Universidad de Barcelona... no el Gobierno.
“Todos los desastres nos ocurren porque hemos perdido nuestros valores cristianos”, clamaba ahí, milenarista, el antiguo parlamentario eslovaco (PPE) Jan Hudacky. ¿Cuáles?, le inquirí. “Aceptamos musulmanes, practicamos políticas de género y apoyamos a las lesbianas, que responden a valores importados”. ¿Habría que fusilar a unos y otras?, indagué. “Bastaría prohibirlos”, escupió.
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