¿Punto de inflexión en Siria?
El plan alcanzado entre Washington y Moscú carece de la ambición necesaria para poner fin a la guerra. Se centra en la lucha contra el yihadismo y lanza el mensaje de que El Asad, el principal responsable, es un mal menor
Tras varios meses de intensas negociaciones, Estados Unidos y Rusia han alcanzado un acuerdo de alto el fuego en Siria. En el caso de que sea implementado, aliviará la catástrofe humanitaria que padece el país. No obstante, el plan carece de la ambición necesaria para poner fin a la devastadora guerra que ha segado la vida de medio millón de personas y ha provocado el éxodo de la mitad de la población siria.
El acuerdo, del que sólo han trascendido las líneas generales, se articula en torno a cuatro elementos. El primero de ellos es el completo cese de hostilidades, que atañe tanto al régimen como a los diversos grupos que lo combaten y que contempla, también, la interrupción de los bombardeos aéreos sobre las zonas dominadas por la oposición. La segunda clave es la apertura de corredores humanitarios para que pueda distribuirse ayuda a la población sitiada en Alepo y, también, en el resto de localidades asediadas donde viven medio millón de personas. En tercer lugar, Washington y Moscú se comprometen a coordinarse para combatir al autodenominado Estado Islámico en Irak y Siria (ISIS en sus siglas inglesas) y al Frente al Nusra (que ha pasado a denominarse el Frente de la Conquista del Levante). Por último, se prevé la reanudación de las negociaciones encaminadas a detener la guerra. Se trata, por tanto, de ligar el alto el fuego con el proceso de transición, tal y como demandase la resolución 2.254 del Consejo de Seguridad.
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La principal objeción que podría plantearse a este plan es que se ha negociado a espaldas del régimen y la oposición, pero también de las potencias regionales con intereses en el país —es decir, Irán, Arabia Saudí, Turquía y Qatar— cuya contribución se antoja determinante para su éxito o fracaso. De hecho, la aplicación de este acuerdo de mínimos no está en absoluto garantizada, puesto que nos encontramos en un mundo multipolar en el que las antiguas superpotencias mundiales no pueden pretender seguir rigiéndose con las mismas lógicas que en el pasado. Además, es evidente que Moscú se encuentra en una posición de fuerza desde que, ahora hace un año, decidiera intervenir militarmente para evitar el colapso del régimen, lo que alteró de manera drástica el balance de poder en el interior del país. La intervención rusa fue un punto de inflexión, ya que apuntaló al régimen y frenó el avance de las fuerzas opositoras. Washington, por su parte, está en una posición de debilidad, ya que se mantiene en un segundo plano atacando por aire al ISIS y respaldando a aquellas formaciones que, como las Fuerzas Democráticas Sirias, le combaten sobre el terreno.
Es evidente que Moscú se encuentra en una posición de fuerza desde que interviniera militarmente
No es ningún secreto que Estados Unidos y Rusia mantienen diferencias notables en torno a la gestión de la crisis siria, lo que podría explicar que hayan optado por centrarse en lo que les une (la necesidad de combatir a los grupos yihadistas) y evitar lo que les separa (el futuro del presidente Bachar el Asad). En el caso de que el alto el fuego funcione, dichos actores coordinarán sus operaciones para combatir al ISIS y al Frente al Nusra, que el pasado 28 de julio rompió formalmente sus lazos con Al Qaeda. Aunque normalmente se suelen incluir a ambos grupos en el mismo saco por tener el mismo origen y apostar por el sectarismo, las diferencias entre ambos son significativas. Al contrario que el ISIS, que tiene una agenda transnacional, ataca a objetivos occidentales y está integrado mayoritariamente por yihadistas extranjeros, Al Nusra es un grupo netamente sirio que lucha contra el régimen y mantiene unas estrechas relaciones con el resto de milicias y, en particular, con el salafista Ahrar al Sham, uno de los principales grupos rebeldes que es generosamente financiado por Arabia Saudí y Turquía. No parece factible que esta última fuerza se mantenga neutral ante la lucha sin cuartel que se anuncia contra Al Nusra, sobre todo si tenemos en cuenta que tanto Rusia como el régimen también le consideran un grupo terrorista y, por tanto, podría convertirse en el próximo objetivo a batir.
El resto de fuerzas rebeldes también ha acogido con tibieza el alto el fuego al interpretar que el principal beneficiado sería el régimen, que podría aprovechar este tiempo muerto para reagrupar sus fuerzas y lanzar la ofensiva definitiva sobre Alepo, lo que le permitiría afianzar su control sobre la denominada Siria útil. No es casual que tanto El Asad como sus dos principales aliados regionales —Irán y Hezbolá— se hayan apresurado a aceptarlo en tanto en cuanto el acuerdo concentra los ataques sobre los grupos yihadistas y no menciona en ningún momento a la miríada de milicias chiíes (iraníes, iraquíes, libanesas y afganas) que también representan un factor desestabilizador en la ecuación siria. Las Unidades de Protección Popular kurdas, con las que tanto Washington como Moscú mantienen unas estrechas relaciones, tampoco se ven afectadas por el acuerdo, ya que su principal enemigo sigue siendo el ISIS y han optado por mantener la neutralidad en la guerra civil. Su prioridad no es otra que aprovechar el vacío de poder imperante para extender su control sobre el norte del país y comunicar los cantones de Afrin y Kobani con el propósito de dar continuidad territorial al Rojava: el Kurdistán sirio. Esta maniobra entraña no pocos riesgos y genera el malestar de Turquía, que dio luz verde para que sus efectivos se adentrasen en Siria para impedirlo.
El nudo gordiano sigue siendo, una vez más, el futuro de El Asad, a quien Rusia defiende
Al centrarse en la lucha contra el yihadismo, Obama y Putin lanzan el mensaje de que El Asad, el principal responsable del descenso de Siria a los infiernos y el artífice de la estrategia de tierra quemada que ha vaciado de población las zonas rebeldes, es un mal menor. De hecho, el Alto Comité Negociador, la principal plataforma opositora, se ha visto obligado a aceptar a regañadientes que pueda mantener la presidencia durante la primera fase de una eventual transición. En la segunda fase, según recoge el Plan de Ginebra de 2012, debería establecerse un Gobierno de unidad con plenos poderes ejecutivos que sería el responsable de dirigir el país hasta la convocatoria de elecciones legislativas y presidenciales. El nudo gordiano sigue siendo, una vez más, el futuro de El Asad, al que Putin defiende a capa y espada y Obama no quiere ver ni en pintura. En lo que sí existe consenso es que el régimen debe ser mantenido en la medida de lo posible, una vez que sea purgado de sus elementos más indeseables, para evitar que el país siga el ejemplo de Irak y se convierta en un Estado fallido.
Ignacio Álvarez-Ossorio es profesor de Estudios Árabes en la Universidad de Alicante y coordinador de Oriente Medio y Magreb en la Fundación Alternativas
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