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MIRADOR
Columna
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Tres pasos

El futuro de la biología plantea graves problemas éticos

Javier Sampedro
ADN
Representación de una secuencia de ADN

Créanme: por más que lo intenten, les va a resultar muy difícil encontrar un científico que no esté emocionado con una tecnología llamada CRISPR (olvídese del significado de las siglas, no ayuda en nada). Sus dos principales creadoras han recibido el premio Princesa de Asturias, y viajarán a Estocolmo cualquier año de estos. La técnica sirve para añadir, suprimir o rectificar genes, y hace su trabajo con tal eficacia y simplicidad, y a tal precio de ganga, que ha puesto la edición del genoma humano al alcance de cualquier laboratorio del ramo, incluidos los financiados con cicatería mediterránea, y no hablemos ya de los del mundo desarrollado. ¿Qué ocurrirá?

La mejor forma de hacer futurismo es asomarse a la calle, porque el futuro siempre está camuflado en el presente para quien sabe mirar. Y el presente es China, que iniciará el primer ensayo clínico basado en CRISPR el mes que viene, como informaba anteayer este periódico. Este ensayo, como otro norteamericano que le seguirá pronto, pretende modificar el ADN de las células defensivas de los pacientes para que ataquen al cáncer que les está matando. Este es el primer paso del futuro, y no suscita un gran conflicto ético.

El segundo paso es más controvertido, porque afecta a una cuestión que hemos creído sagrada hasta ahora: alterar la genuina esencia de nuestra naturaleza, el genoma humano, y alterarlo no en el mero cuerpo de un paciente, sino en su línea germinal —las células sexuales y sus precursoras— y, por tanto, en los hijos, nietos y toda la descendencia futura del individuo tratado con CRISPR. Esto son palabras mayores, y prohibidas en casi todas partes donde la embriología está regulada. Pero es muy probable que esos bloqueos legales se vayan disipando, porque CRISPR es una de las pocas esperanzas reales de curar las 3.000 “enfermedades raras” que, pese a su infrecuencia individual, afligen en conjunto a millones de personas en todo el mundo. Es difícil encontrar un argumento moral contra el tratamiento de una enfermedad horrible o mortal. China no ha encontrado ninguno, por cierto, y ya ha empezado a experimentar con embriones humanos modificados.

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Y esto nos lleva al tercer paso del futuro, que es donde está la chicha de verdad. La mayoría de la gente aceptaría manipular el genoma humano para curar enfermedades, pero no para mejorar normalidades, como por ejemplo crear una estirpe con una inteligencia sobrehumana (por poner un ejemplo tonto). Pero la frontera no solo es difusa, sino también cuestionable. ¿Quién se opondrá a curar la estupidez?

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