Tremendismo
Mientras nuestra fiesta más internacional sean los Sanfermines, España no será un país normal
Mientras en España siga habiendo personas que mueren en las plazas de toros o corneadas en los encierros y las vaquillas que se celebran por todas partes este no será un país normal. Mientras nuestra fiesta más internacional sean los sanfermines de Pamplona, exaltación de la testosterona y la manada, no solo en los encierros matinales, sino durante todo el día y la noche, España no será un país normal. Mientras nuestros festejos tradicionales consistan en arrojarse tomates unos vecinos a otros, tirar petardos, descabezar a gansos colgados por las patas de una cuerda para diversión del público, empujar toros al mar para lo mismo, bañarse colectivamente en vino, reventar caballos al galope en romerías a vírgenes a las que nadie visita luego o participar en competiciones consistentes en ver quién come más huevos, más albóndigas o más kilos de fuet este no será un país normal. Estaremos en las instituciones europeas, pero no somos un país normal.
Mientras en nuestras instituciones sigan estando personas convictas o investigadas por corrupción a las que sus seguidores continúan votando, mientras nuestros estafadores más conocidos entren y salgan de la cárcel como si fuera su casa, mientras en la televisión y en los bares nadie escuche a los demás, mientras la mitad de la población no lea el periódico ni un libro en toda su vida, mientras las redes sociales sean una radiografía del odio, el insulto y la bestialidad, mientras el esperpento y la picaresca sigan siendo nuestros dos géneros identificativos, mientras la mayoría de los españoles se jacte de no tener el más mínimo interés por la ciencia (ni por las humanidades), mientras continuemos siendo el país más ruidoso del planeta, mientras tengamos el mayor número de teléfonos móviles por habitante, todos sonando a la vez, mientras seamos el primer país del mundo en piratería, mientras la evasión y el fraude fiscal estén bien vistos por muchas personas, depende de quién sea el defraudador (“¡Yo haría lo mismo que él si pudiera!”, declaran con admiración algunos), mientras la mala educación esté bien valorada socialmente y al revés: la buena educación considerada un signo de debilidad, mientras se considere una excentricidad hablar y escribir con corrección, mientras escuchar al otro se tenga por extraordinario, mientras la diversión se identifique con el exceso en cualquiera de sus manifestaciones, mientras la vulgaridad se admire y mientras la manada mande, este país será lo que sea, pero no será normal. Seguirá siendo tremendista y tremendo, como a lo largo de toda su historia, por más retórica que le echemos, como ahora ante el torero muerto.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.