Obligadas a ser heroínas cuando solo quieren ser madres
Demasiadas madres siguen perdiendo su vida durante el parto. Estas son historias de mujeres que no quieren más que dar a luz de manera tranquila, sencilla y feliz, sin que ello suponga un riesgo
Estas son las historias de Meseret, Mulu, Tigist.
Meseret se está jugando la vida. Sufrimos por ella y por el niño que lleva dentro. No está enferma, tan sólo está embarazada, un proceso natural que se convierte en una amenaza para la vida, en una situación de extremo riesgo. Y no es para menos, Meseret nunca conoció a su madre que murió cuando ella nació. Estamos en un pueblo rural de Etiopía, donde las mujeres dan vida arriesgando la propia.
Mulu vive en una pequeña aldea en la región de Oromía, a 20 kilómetros de la ciudad donde se encuentra el centro de salud más cercano. Su viaje al mismo lleva horas por un camino estrecho tan solo transitable a pie y en época seca, cuando el sofocante calor te chupa el agua convirtiendo el camino en una odisea de supervivencia a lo largo de un cementerio de cadáveres. El sendero es igualmente intransitable en época de lluvias, que forman ríos de agua que inundan rápidamente la vía de barro. Es un viaje interminable bajo el sol e imposible cuando llueve y, sin embargo, preciso para poder dar a luz sin riesgos o, mejor dicho, con menos riesgos.
Con la ONG Alegría Sin Fronteras y la Fundación Pablo Horstmann hemos iniciado un proyecto de formación y empoderamiento de las llamadas Health Extension Workers, las trabajadoras sanitarias en las zonas rurales, para mejorar la asistencia sanitaria en las zonas más remotas y aisladas.
Escucho atónito, con el aliento entrecortado, la historia de Shasha.
“Mi hija Mulu tiene 16 años. Está embarazada. Desconoce de cuánto. Tan solo sabe que hace meses que le va creciendo la barriga y estos últimos días ha empezado con contracciones en el bajo vientre cada vez más fuertes y más regulares, hasta hacerse casi insoportables en las últimas horas. Vivimos en un pequeño poblado a 20 kilómetros de la ciudad y hospital más cercano. El pequeño dispensario se encuentra en el poblado vecino, a dos kilómetros de distancia. No nos queda más opción: iniciamos el camino. Sabemos que, sin duda, es lo mejor para su futuro hijo y su única posibilidad de salvación si se complica el parto. El sol es impecable. Ni una sola nube lo desafía. Iniciamos el camino".
Mulu se quedó sin sangre. Su hijo, mi nieto, se ahogó antes de salir de una madre ya sin vida
Madre e hija embarazada emprender la aventura. Caminando bajo el sol abrasador, la joven siente como se mojan sus piernas. No es sudor, es un torrente de agua entre sus piernas. Un líquido con tono marrón mancha el suelo. Acaba de romper aguas. Aguas meconiales, señal de que el niño está sufriendo, algo va mal allí dentro. Llevan apenas un kilómetro recorrido y el hospital se encuentra a unos 20. Mulu se tumba en el ardiente suelo de arena. Se mira.
"Me tumbé junto a ella. Lo que ahora sigue lo recuerdo bien. Coloqué a mi hija en posición de dar a luz. Me disponía a traer al mundo a mi nieto. Ya asomaba… Pero no era la cabeza lo que veía, parecía más bien un pie. Metí la mano dentro de mi hija y cogí a mi nieto. Lo cogí del pie. Quería girarlo, encontrar la cabeza. Pero en un movimiento una bocanada de sangre me manchó la mano. No paraba de salir sangre. Mi nieto estaba envuelto ahora en un mar rojo. Mulu se quedó sin sangre. Su hijo, mi nieto, se ahogó antes de salir de una madre ya sin vida".
Esta es la historia que nos cuenta la abuela, que vio morir a su hija y su nieto.
Tigist es otra madre heroína. Y su historia es de supervivencia.
“Amigo, vamos ya”. Es la voz medio moribunda de Tigist, una joven de 18 años embarazada y con contracciones de parto en el carro tirado por un burro que hace las veces de ambulancia camino al hospital. Mientras me sujeta la mano con la poca fuerza que le queda mientras, repite en un aliento: “Amigo, vamos ya”.
El sonido del camino es el que produce el vaivén del carro subiendo y bajando los baches del sendero sin asfaltar, acompañado de los gemidos de sufrimiento de Tigist, nuestra mujer encinta.
“Amigo, ¿ya murió mi niño?”. Susurra con miedo. Deseando que el hijo que lleva dentro siga vivo. Le preceden dos embarazos con dos dolorosos partos a los que ella sobrevivió, pero no sus retoños. Este es el tercero de una madre sin hijos que espera ansiosa el primero.
“Amigo, ¿sigue vivo mi niño?”. Susurra. Al tacto vaginal, vómitos de aguas meconiales. Mal pronóstico: es signo de sufrimiento fetal. El bebé debe salir de inmediato, pues prolongar el sufrimiento será una muerte asegurada. Es preciso y de urgencia vital para el niño realizar una cesárea. Inmediatamente. La única posibilidad de salvación es realizar la intervención en nuestro centro, el hospital de Gambo, con nuestros limitados recursos. Y rezar. Rezar.
“Amigo, llévame ya. Amigo, voy a morir de dolor”. Llegamos. Tigist se mueve ya con mucha dificultad. Entramos en el quirófano.
La doctora realiza la incisión en la barriga de Tigist. Llega al útero. Mete la mano dentro encontrando los pies del niño. Estira. Pies azules manchados de meconio. Mala señal. Vuelve a meter la mano. Sujeta dentro la cabeza del niño. Estira hacia afuera. El agujero de la incisión es pequeño.
La intervención se hace eterna. Cada segundo se prolonga cómo si se tratase de horas. Cada segundo que pasa se acorta la vida del niño que sigue dentro. Finalmente, las habilidosas manos logran sujetar con firmeza la cabeza del bebé. Estira, estira… Ya está casi fuera. Un poco más: salen la cabeza y el cuello. El cordón umbilical presenta dos vueltas alrededor del pequeño cuello del bebé, estrangulándolo. La cirujana rápidamente lo libera y saca el resto del cuerpo. Pinza el cordón umbilical. ¡Bienvenido al mundo, Hiwot!
Como Meseret, Mulu y Tigist, demasiadas mujeres siguen arriesgando sus vidas al dar a luz. Ninguna mujer debería morir dando a luz, pero todavía queda mucho por hacer.
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