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MIRADOR
Columna
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Talento

Hay que valer para coger una empresa saneada y boyante y dejarla con una deuda de 9.000 millones de euros

Julio Llamazares

Preguntado, dice la noticia, el expresidente de la empresa energética Abengoa, don Felipe Benjumea, por la juez que le investiga por la justificación de los 11 millones y medio de euros que cobró como indemnización por dejar la compañía prácticamente en la bancarrota y que él mismo había establecido siendo presidente, dijo: “El talento se paga”. Lo dijo a pie, no a caballo, aunque por el porte y el apellido bien podría haberlo hecho a la grupa de uno y mirando al tendido con gesto torero.

La verdad es que no le falta razón al hombre. Hay que tener talento para coger una empresa saneada y boyante, construida de la nada por su padre, Javier Benjumea, primer marqués de la Puebla de Cazalla entre otros títulos, recién acabada la Guerra Civil y dejarla con una deuda de 9.000 millones de euros y fuera del Ibex 35, que durante años encabezó no sólo alfabéticamente sino también por su valoración bursátil. Cualquier otro en su lugar la habría entregado a su sucesor (sin duda otro Benjumea) con más capital que se la encontró o por lo menos con el mismo que él la halló cuando tomó posesión de su presidencia. Así que qué menos que una indemnización acorde a esa capacidad destructiva, como, por cierto, ya sucedió con otros banqueros y empresarios como él, desde los expresidentes de Bankia o Novagalicia a los directivos de la consultoría Indra o a los de las tarjetas black.

En la parábola de los talentos, el Evangelio dice que al que más multiplicare el suyo más se le dará en el cielo mientras que al que por pereza o falta de valentía no acrecentase su patrimonio llevándolo al banco o entregándolo en préstamos a otras personas se le quitará el que tiene. Así que Benjumea hijo hizo lo que tenía que hacer: invertir la herencia del padre para que, si regresaba éste como Dios lo hará en el Juicio Final, viera que no se durmió en los laureles y que trató de multiplicar sus talentos, si bien no tuvo suerte en sus previsiones.

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Lo mismo le pasó a Rodrigo Rato, a Miguel Blesa, a Gerardo Díaz-Ferrán, a Arturo Fernández, a Paco el Pocero y a tantos y tantos emprendedores a los que la crisis económica que provocó Zapatero él solo (hay que ver qué capacidad el hombre) sumió en la ruina y en la desesperación. Pero eso no quita para que su talento se les reconozca y, cuando dejan el barco antes de que se hunda del todo demostrando de esa manera su falta de apego al cargo y su sentido del deber, sean indemnizados como corresponde a aquél. Lo dice el Evangelio, que es palabra de Dios, amén.

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