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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Encuentro estrafalario

Sánchez y Rajoy certifican el fracaso de una cita que ambos sabían inútil

Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, antes de su breve encuentro del 12 de febrero en una sala del Congreso de los Diputados.
Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, antes de su breve encuentro del 12 de febrero en una sala del Congreso de los Diputados.GERARD JULIEN (AFP)

Los pequeños cálculos tacticistas de los dos principales partidos produjeron ayer una reunión tan absurda como extravagante. Pedro Sánchez convocó al líder del Partido Popular con la firme voluntad de no llegar a acuerdo alguno con él. Y Mariano Rajoy, que confesó haber acudido sin saber a lo que iba, dejó incluso en el aire la mano que le tendía Pedro Sánchez (aunque el líder socialista dijo después que Rajoy no le había visto y que se habían estrechado la mano en privado).

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Sánchez no parece entender lo que significa negociar apoyos para una investidura. Su tarea no es la de ejercer de jefe de Estado bis, llamando a consultas a los grupos con representación parlamentaria. El trabajo de un candidato a la presidencia del Gobierno consiste en negociar apoyos o abstenciones; por tanto, carece de sentido sentarse con el dirigente de un partido con el que no cuenta para nada en el esquema de pacto que trata de poner en pie.

Y qué decir del espectáculo protagonizado por Mariano Rajoy, que lleva prácticamente ocho semanas inactivo desde el punto de vista de la formación de Gobierno, sumido en el extraño juego de declinar la investidura que le propone el Rey y asegurar después que mantiene su opción a La Moncloa. Ni ha negociado apoyos para su propuesta de “gran coalición”, ni se ha molestado en aclarar el proyecto del PP, salvo que hayamos de considerar como tal la obviedad de un “pacto por la unidad de España” en una reunión donde, según informó él mismo, ni siquiera se habló de Cataluña. Líder de un partido asfixiado por la corrupción, Rajoy ha sido capaz de decir que si alguien tiene “alguna idea” sobre cómo combatirla, está dispuesto a escuchar: no nos tome el pelo, presidente, háganos ese favor.

El desencuentro tiene consecuencias. Sin la participación del PP es imposible abordar la reforma constitucional, dadas las mayorías cualificadas que la operación requiere en el Congreso y en el Senado, cámara esta última dominada por los populares. El PSOE no tiene posibilidad alguna de cumplir uno de los puntos más importantes de su programa electoral mientras mantenga el cordón sanitario en torno a la minoría más votada. La pretensión de Sánchez de excluir al PP de la fórmula de gobierno, pero pedirle que colabore en la reforma constitucional, es otra de las improvisaciones destinadas a justificar una reunión en la que, según los protagonistas, apenas se mencionó ese punto.

La alta participación y el ambiente de normalidad democrática que caracterizaron las elecciones del 20 de diciembre contrastan con la desastrosa administración de sus resultados por los actores políticos principales. Una cultura del pacto no implica solo una actitud menos sectaria, sino trabajarse una mayor superficie de acuerdo entre ellos. No se puede manejar las negociaciones para la formación de Gobierno pensando todo el tiempo en hacer campaña para la repetición de las elecciones o en lo que viene bien a cada líder para sostenerse al frente de sus respectivos partidos. Aquí se trata de formar Gobierno y de dotarle de un programa. Políticamente, escenificar un encuentro entre dos dirigentes que ambos sabían condenado al fracaso ha sido un acto estrafalario.

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