Indígenas, pobres y homosexuales
El libro ‘La Madonna de Sorata’, del boliviano Edson Hurtado, reúne crónicas estremecedoras sobre el terrible destino que depara a aquellos que tienen una sexualidad heterodoxa en una comunidad indígena
Hace algunos años comenzó a correr en Bolivia la maledicencia de que Evo Morales y su vicepresidente Álvaro García Linera, ambos solteros, tenían un romance secreto. La broma chismosa fue tomando densidad de rumor social, y entonces Morales, según los mentideros, habló con su vicepresidente: “Uno de los dos tiene que casarse. Y no voy a ser yo”. En septiembre de 2012, a punto de cumplir 50 años de edad, García Linera contrajo matrimonio.
El comadreo –tenga fundamento o no– puede ilustrar las desconfianzas que existen entre el Gobierno boliviano y el movimiento gay, que aún recuerda con recelo la relación que el presidente estableció entre la ingesta de pollos hormonados y la homosexualidad.
El periodista Edson Hurtado, que además de dirigir programas televisivos desempeña tareas políticas en el Ministerio de Culturas boliviano, ha publicado un libro que trata el asunto de la homosexualidad en las comunidades indígenas del país: La Madonna de Sorata reúne siete crónicas estremecedoras.
La más turbadora –y al mismo tiempo la más simbólica– es la que da título al libro. Rodolfo Quispe nació en una comunidad aimara y vivió feliz hasta que, al crecer, se dio cuenta de que se sentía mujer. Se fue a La Paz, se rebautizó con el nombre de Madonna y acabó viviendo con un grupo de prostitutas alegres y valientes que la cuidaron hasta que se sintió capaz de comenzar a ganarse ella también la vida comerciando con su cuerpo. Entonces tomó una decisión que a Hurtado le conmueve: “La Madonna decidió asumir su identidad de género comunitaria. Podría haber usado vestidos elegantes y tacones, pero prefirió usar polleras, trenzas y abarcas. Es decir, asumió la femineidad de su propio pueblo. Esa muestra de identidad cultural arraigada me llenó de orgullo”. La primera noche que salió a prostituirse, vestida como una mujer aimara, fue asesinada.
Un minero que se enamora de uno de sus compadres y es abandonado por su familia, dos muchachos expulsados de su comunidad –como pena leve, podrían haber sido condenados a muerte– después de ser sorprendidos haciendo el amor, o dos niñas apenas adolescentes que se aman en secreto y son separadas por un matrimonio de conveniencia. La Madonna de Sorata recoge todos los ángulos de ese destino terrible que es tener una sexualidad heterodoxa en una comunidad indígena. “Uno de los temas recurrentes era la migración forzosa. Por una cuestión de sobrevivencia, los indígenas que tienen una orientación sexual o una identidad de género distintas a lo común tienen que huir para intentar ser felices”, dice Hurtado.
Ser homosexual e indígena es una doble condena, como queda claro en el testimonio del afroboliviano Alejandro Fernández: “La comunidad gay en el boliche se convierte en algo muy elitista. Si no eres ‘blanquito y lindo’ no entras en determinados círculos”. Es decir, el homosexual marginado por serlo margina a su vez al negro por ser negro.
El reconocimiento político de las idiosincrasias indígenas –bandera de Evo Morales– y de la diversidad sexual está lleno de contradicciones por las que pregunto a Hurtado: “Durante la investigación descubrí el carácter machista y patriarcal de muchos pueblos indígenas. Es efectivamente una contradicción muy grande introducir el concepto de homofobia y de discriminación sexual en esas culturas. Sin embargo, las leyes podrían ayudarnos. Hay que crear un diálogo entre la modernidad y la tradición milenaria y ancestral de los pueblos indígenas”.
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