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CLAVES
Columna
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Desacato

¿Cómo un Parlament que se autoexpulsa de la legalidad podrá exigir respeto a las normas que dicte?

Xavier Vidal-Folch

Una ley es un contrato universal entre los distintos miembros de una sociedad que fija sus reglas de juego internas. Las reglas son trascendentales, porque sin ellas solo yace el vacío, la ausencia de cauces, la anomia, el caos.

Efectos litigiosos aparte, quien rompe un contrato viene a legitimar a las otras partes contratantes a hacer lo mismo. Las libera moralmente de su obligación contractual. Por eso la ilegalidad —cuando la regla no es dictado unilateral, sino que viene escrita desde el consenso democrático— corroe la convivencia. Porque destruye los cauces que la posibilitan, desborda el terreno de juego, desata el conflicto. Este es el abc del Estado de derecho, de la rule of law, de la comunidad jurídica, de toda civilización digna de tal nombre.

Si la ley se queda vieja, hay que cambiarla. Desde el mecanismo que identifica la propia ley. No tirarla a la basura. No desafiarla. No desacatarla. El Parlament ofreció ayer retazos gloriosos de este empeño, legalista, reformista, democrático.

Alguien recordó que el mismo día en que los grupos secesionistas presentaban su resolución rupturista propugnando el desacato al Constitucional, el Gobierno separatista (por mitades) de Artur Mas anunciaba dos recursos ante el mismo tribunal por invasión de competencias desde el Gobierno central: “fariseísmo”. Alguien recordó que el Gobierno de Mas comunicará su ruptura a España y a Europa “para negociarla”... sobre la base de hacer caso omiso a toda legislación y jurisprudencia españolas y europeas: “esperpento”.

Alguien preguntó cómo un Parlament que se autoexpulsa de la legalidad podrá exigir respeto a las normas que dicte; cómo el desobediente puede pedir obediencia; cómo impedir que los ciudadanos acaten unas leyes y no otras; o a la inversa, según su propio gusto; quién decidirá cuáles son las normas a cumplir y cuáles no; qué seguridad jurídica ofrecen quienes hozan en el desacato.

¿Quiénes fueron esos alguien? Joan Coscubiela, el veterano sindicalista y jefe parlamentario de Sí que es pot. Y Miquel Iceta, el resistente, respetuoso líder del PSC. Devolvieron a la Cámara el honor que ya ha pisoteado su flamante presidenta.

Luego vino el Desobediente. El Astuto, el Jefe del 3%, el CEO de los rescates, se disfrazó de ideólogo de la CUP. Enternecedor.

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