_
_
_
_
Navegar al desvío
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El primer recuerdo de Pepa

Era en el tiempo de la Transición convulsa. Fue la Conchi que gritó: “¡Niñas, en vez de llorar, cantad!”. Cantaban y cantaban mientras los furgones iban dando tumbos en la oscuridad por trayectos absurdos, con el único rumbo del miedo

Manuel Rivas

El andar puede ser muy curativo. Mucho más, todavía, si tu cuerpo y el lugar sobre el que caminas se sienten cómplices y comparten una historia de redención.

Josefa, cuando se hundió en la depresión, solo encontraba alivio al caminar por la tierra del Humoso. Ella había sido una de las que levantaron aquella tierra y ahora la tierra la levantaba a ella.

A los 12 años, Josefa tuvo que dejar la escuela. Era la mayor de cuatro hermanos y se fue con el padre, a trabajar en el campo. El cuerpo arqueado, las manos siempre a ras de tierra, escardando las hierbas o recolectando aceituna. Al mirar de soslayo, a contraluz, la figura del señorito de la finca a caballo, “controlando todo”.

Su padre era un compañero de trabajo. Había compartido con él largas jornadas bajo el sol. Así que cuando a él le golpeó un mal irremediable, y le pegó duro, a Josefa también se le abismó la mirada y hasta el aparato respiratorio se olvidaba de respirar.

Pedía entonces a su marido que la llevase al Humoso. Y allí la tierra le devolvía el deseo de ver y respirar.

¿Qué había sucedido en el Humoso?

Es una de esas historias que la Historia no cuenta. La Historia, más o menos oficial, anda a lo suyo, obsesionada con el estatismo. La extraordinaria gente corriente no existe o tiene el papel subalterno de una multitud de extras.

Desde inicios de los ochenta, durante 12 años, día tras día, un grupo de mujeres de Marinaleda acudieron al Humoso con la consigna bíblica de que la tierra debe ser para quien la trabaja. El Humoso era un simple pedazo desatendido en el gran latifundio del Infantado. Gran parte de Marinaleda se movilizó con un líder, el alcalde Sánchez Gordillo, que el periodismo fosilizado se apresuró a tildar de alocado extremista. Lo que era una locura secular era la pobreza y el desorden de la injusticia establecida.

Durante 12 años, día tras día, un grupo de mujeres de Marinaleda acudieron al Humoso con la consigna bíblica de que la tierra debe ser para quien la trabaja

El primer recuerdo de una niña, Pepa la del Gordo, puede equivaler a un tratado histórico: “El primero son las lágrimas de mi padre. Se le cayeron al salir de la tienda en la que negaron el pan para sus hijos. No, no podían esperar a la noche para que lo pagara”. Ese recuerdo infantil es un cross a la mandíbula de aquel imperio de la vergüenza. En un proverbio de Stanislaw J. Lec se dice que es posible tapar los ojos ante la realidad, pero no ante los recuerdos. Y Pepa ni tapó los recuerdos ni cerró los ojos. Las lágrimas del padre le daban fuerzas cada día.

El núcleo incansable e indomable de aquella lucha fueron las mujeres. Como Las Ochenta de Marinaleda que, acampadas en Sevilla, soportaron ser detenidas y conducidas cada noche de forma intimidante en furgones hacinados. Era en el tiempo de la Transición convulsa, cuando las zanahorias eran de palo. Pero ellas vencieron el temor con canciones. Fue la Conchi que gritó: “¡Niñas, en vez de llorar, cantad!”. Cantaban y cantaban mientras los furgones iban dando tumbos en la oscuridad por trayectos absurdos, con el único rumbo del miedo.

Y fueron una mayoría de mujeres las que ocuparon el cerro de Bocatinaja y fueron expulsadas a punta de pistola. Carmela era una de ellas. Estaba embarazada, y caída en el suelo notó el frío de un arma en el vientre. Alcanzó a decir: “Si disparas, vas a cometer dos crímenes”. Y volvieron para ocupar el pantano de Cordobilla, lo que permitió el riego.

Doce años luchando por un trozo de tierra. Y ese pedazo de tierra dio lugar a una cooperativa de agricultura ecológica y a una fábrica de envasado de esos productos en la que trabajan 400 personas. El último gran recuerdo de Pepa es el de un baile en el que taconea libre la memoria del llanto. Fue cuando les entregaron las llaves del cortijo del Humoso. Y allí Pepa y Anita la Pulga bailaron sobre una mesa.

Llego a todos estos testimonios gracias a Lo dieron todo, un libro de Susana Falcón, Tita. Es el resultado de una paciente escucha para contar la vida de las indomables marinaleñas.

De Marinaleda se habló mucho cuando era fuente informativa de sucesos. Con Lo dieron todo podemos “escuchar” lo que ocurrió en ese lugar y en el interior de las gentes. Y comprender que lo más parecido a la felicidad es el proceso de rescate de la esperanza. “Luchábamos sin saber el final…, pero sabíamos que había que luchar”, cuenta Rosario la Cuarterona. Han pasado años, ha conseguido logros tan importantes como tener casa propia y un trabajo. En Marinaleda todo el mundo tiene hogar y empleo. Pero, aun así, lo que estas mujeres viven con añoranza era el propio acto de compartir el deseo: “Antes estábamos todo el tiempo juntas, dormíamos juntas en las luchas, comíamos juntas, íbamos andando juntas…”.

Es esa memoria, que está en la tierra del Humoso, la que les devuelve las ganas de vivir cuando algo se rompe.

elpaissemanal@elpais.es

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_