Los valores familiares de Cartoon Network
Los creadores de dibujos animados nos presentan historias tan inteligentes como su humor
Gracias a mis hijos consumo una preocupante cantidad de dibujos animados. Y los hago responsables solo de haberme atraído al sofá de la casa para compartir un episodio de Regular Show (Historias corrientes) o Steven Universe, porque tras la primera dosis se crea un hábito inmediato. Y es que estos nuevos creadores de muñequitos nos presentan universos mutantes, siempre al borde de una crisis paranormal, con protagonistas que no forman parte de la familia nuclear clásica y con historias tan inteligentes como su humor.
En Regular Show, un azulejo de 6 pies de alto, un mapache, un tipo verde, la mano fantasma que siempre le choca esos cinco y un abominable hombre de las nieves en jeans trabajan en el parque de una paleta gigante, bajo las órdenes de un dispensador de chicle de muy mala leche. Todos tienen edad suficiente para haberse graduado de la universidad, pero han terminado como muchos de su generación: recogiendo basura. En Steven Universe, un chico con una gema en el ombligo es criado por tres mujeres de otro planeta con poderes especiales y por su padre, un exrockero que vive en una van. Clarence por su parte es un pequeñajo white trash cuya madre hace la compra con cupones y cuyo padrastro, que se la pasa en la cama, bebe la leche directamente del galón.
No tengo espacio aquí para consideraciones estéticas, pues cada uno de estos ejemplos necesitaría su propia apología. Lo que sí me toca ahora alabar es la capacidad para mostrar mundos que, a pesar de su fantasía alucinante, presentan realidades familiares con las que muchos niños se pueden identificar, fantasías entramadas por el cariño y la lealtad que se muestran estos seres de dos dimensiones, a pesar o precisamente por su realidad marginal.
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